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Cuando las apariencias son las engañadas...

LOS ANGELES -- Dicen que las apariencias engañan, pero ninguna apariencia engaña cuando se trata de él. Él es quién engaña a las apariencias.

Han pasado casi 40 años desde que, tomado de la mano de Francisco Javier González, entré a aquel poco iluminado estudio en las instalaciones del Ajusco. Al fondo, sobre un viejo escritorio sujetado a una plataforma colgaba un letrero de una marca cervecera, auspiciante del poco emotivo partido, que la siempre vibrante voz de Emilio Fernando Alonso relataba desde el Estadio Jalisco. De entre la oscuridad, emergían las figuras de dos personajes, uno joven, ataviado en un traje gris obscuro, largas patillas y mirada amenazante, y el otro, mucho más experimentado, traje azul marino, una corbata roja con manchas visibles de café de la taza que sostenía con la mano derecha. Los dos parecían aburridos, impacientes en aquella noche de sábado mientras transcurrían los minutos finales de un somnoliento juego entre las Chivas y el Tampico Madero.

- ¿Y tú, quién eres?-, me soltó de golpe José Ramón Fernández sin dejar de observar lo que ocurría en la pantalla.

- Acércate aquí, para que podamos verte-, agregaba Don Fernando Marcos mientras fruncía el ceño y trataba de verme en medio de las poderosas luces que iluminaban el escritorio.

-José Ramon, él es David Faitelson, es el periodista que escribe en Excelsior-, intervino rápidamente Francisco Javier González.

Se olvidó del juego. Me miró de arriba hacia abajo y luego directamente a los ojos. Su cara apenas esbozó una sonrisa y antes de que Don Fernando empezara a hablar de beisbol, remató con un escueto: "Muy bien... ¡A trabajar!"

"Trabajar". Las apariencias no engañan con él. Él, José Ramón es quien las engaña, porque durante más de tres décadas no sólo pude trabajar junto al más grande periodista deportivo del país, también crecí, aprendí, entendí, maduré y pude apreciar que detrás de esa imagen muchas veces tosca, dura e impenetrable, había y hay un ser humano que sabe sonreír, abrazar, llorar, consolar y entender. Fui mucho más afortunado que todos ustedes. He conocido al José Ramón de la pantalla como lo han hecho millones, generaciones y generaciones, pero, también, quizá egoístamente, me he guardado la mejor parte para mí: la del un ser humano vulnerable, frágil y a quien pueden lastimar como a cualquiera de nosotros. La del hombre que, mientras atravesábamos aquel terrible Periférico lleno de tráfico en camino a la estación de radio para transmitir el programa de Los Protagonistas, peleaba contra su propia conciencia. La del José Ramón al que se le enrojecían los ojos cuando me contaba que a José le había ido bien en la escuela, o que Juan Pablo se había caído de la bicicleta o que a su hija, 'Chunchit', no le había dado el beso de buenas noches la noche anterior. Y de pronto, cambiaba el tema: "El América, Faitelson, el América anda mal y Televisa se quiere apoderar del futbol...", para enseguida volver con lo que realmente le importaba en ese momento: "Me preocupa mi madre. Los años pasan y los viejitos tienen huesos frágiles. Tengo que ir a Puebla a verla...".

Pensativo, con la cabeza recargada contra el cristal, pasábamos por debajo del túnel de Las Flores, y ya venía Barranca del Muerto, pero seguíamos a vuelta de rueda, con el sol poderoso de finales de abril, en medio de la contaminación, el ruido de los cláxones, las mentadas de madre porque el auto de adelante se le había cerrado a otro. Y enseguida, otra, para mi colección privada: "No podemos pelear todos los días, Faitelson. Hay que escoger las batallas, hay que ser selectivo, porque si todos los días te bates a tiros, algún día te van a matar...", un justo recordatorio para lo que había sucedido apenas un par de semanas antes, cuando tras una nueva polémica en la que se vio involucrado Moisés Saba, el entonces presidente del Veracruz y del Morelia, le dijo a Ricardo Salinas Pliego, el dueño de Televisión Azteca, en su propia oficina: "Ricardo, tú tendrás mucho dinero y mucho poder, pero si tocas a mi gente, si tocas a uno de mis periodistas, me voy...". Freno, casi pegado a la defensa de un Ford Fairmont que se había detenido abruptamente delante de nosotros. Me voltea a ver y me dice: "Que viejo está tu auto, Faitelson. Está bien, sigue con él, es señal que eres un buen periodista. Los periodistas jamás nos haremos ricos en esta profesión".

Por fin, un poco de brisa fresca, pasamos por San Antonio y más allá del Viaducto el tránsito va más fluido, pero aun hay tiempo para otra reflexión: "La verdad. Defiende siempre la verdad. Nunca menosprecies a tus enemigos, pero defiende lo tuyo. Yo he defendido mis valores, mis convicciones y he podido sostenerme a pesar de todo...". Ahora sí, "la tierra prometida", la Montaña Rusa de Chapultepec y la salida de Alencastre que nos llevará hasta Grupo Acir. "Manejas como un 'cafre', Faitelson. Seguro te enseñó tu padre que también era americanista como tú", grita mientras observa el reloj y mueve la cabeza. "Vamos a llegar tarde, otra vez...".

El destino, la vida y yo diría que hasta la fortuna me sonrió cuando me puso junto a un periodista al que yo podía aprenderle los secretos más importantes de la profesión, pero yo fui un poco más allá y logré acercarme al hombre que existía, existe y prevalece detrás del personaje. Lo vi llorar, sufrir, gozar. Lo vi en las buenas y en las malas. Lo vi fortalecido, enfermo, debilitado, apoyado y traicionado. Lo vi subir a lo más alto y caer a lo más bajo. Lo vi como "el jefe", el padre, el compañero y el amigo. Lo vi pelear por sus ideales, lo vi defendiendo a los suyos. Lo vi, lo sigo viendo en la pantalla y créanme, si para ustedes el mejor José Ramón esta ahí, bajo las luces, en el escritorio, hablando de futbol, criticando al América, yo tuve, la bendición de conocer al aún mejor José Ramón, al hombre, al ser humano, al de verdad.

José Ramón Fernández cumple 70 años de vida, pero las apariencias no lo engañan a él. Él sigue engañando a las apariencias.

@Faitelson_ESPN