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Diego Maradona llegó a Nápoles como hombre y se fue como un Dios

Diego Armando Maradona nunca pasó inadvertido a lo largo de su carrera. Dentro y fuera de la cancha. Vivió momentos inolvidables en todos los clubes por los que pasó: Argentinos, Boca, Barcelona… Ni hablar de la Selección.

Pero sin dudas, su paso por Nápoles lo marcó para toda la vida. Allí, dejó un sello imborrable a pesar del paso del tiempo. Llegó como un hombre, un futbolista con un enorme talento que ilusionó a toda una ciudad. Pero nadie imaginaba lo que vendría después.

Los napolitanos, y los italianos, hay que decirlo, disfrutaron de un Maradona inmenso. Arribo a Nápoli como jugador, se fue como un verdadero Dios.

Su presentación se dio el 5 de julio de 1984, donde fue recibido en un San Paolo colmado de hinchas. La ilusión de contar con una figura como Maradona no era poca cosa para Nápoli, que en la temporada anterior se había salvado con lo justo del descenso.

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En esa temporada de 1984/1985, Nápoli hizo una aceptable campaña, pero estuvo lejos de pelear por los primeros lugares. Hasta que en el torneo siguiente, la dirigencia renovó la plantilla. Y las cosas cambiaron. De a poco se iba armando un equipo con pretensiones, que tenía a Maradona como figura central.

El 10 de mayo de 1987 quedará en la historia de los napolitanos, cuando el equipo del Sur de Italia conquistó el primer Scudetto en su historia. En la penúltima fecha, en el estadio San Paolo, Nápoli empató 1 a 1 con la Fiorentina y levantó el título. Ese año, también logró la Copa Italia.

Entre 1984 y 1991, hasta que se fue del club, ganó dos Scudettos (1986/1987 y 1989/1990), una Copa de Italia (1987) y una Supercopa de Italia (1990), además de la Copa UEFA en 1988/1989. Marcó 115 goles en 259 partidos.

Su paso por Nápoli fue mucho más que la presencia de un enorme jugador de fútbol. Maradona marcó como nadie los contrastes entre el Norte poderoso y el Sur humilde. Y por un tiempo, con la pelota de por medio, no sólo puso a Nápoli a la par de los más grandes: en muchos momentos, los superó.

El Mundial de fútbol de 1990 celebrado en Italia marcó como nunca esas diferencias. Maradona era insultado en el Norte, pero idolatrado en el Sur. Están como muestra las imágenes de la semifinal del Mundial, donde el 10 insultaba a viva voz a los hinchas del Norte que silbaban el himno argentino.

En Nápoli fue Dios. Vivió años exitosos desde lo deportivo, y al mismo tiempo tuvo allí una vida asfixiante, donde tanta idolatría no le permitía ni siquiera moverse de su casa. A cada paso que daba, cientos de fanáticos estaban con él. Siempre.

Hoy, las calles napolitanas también se llenaron de gente, esta vez para acompañarlo en la despedida final.