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El consejo de Zinedine Zidane que hizo recapacitar a Cristiano Ronaldo

Zinedine Zidane necesita tener una conversación tranquila, que es la manera en que habla la mayoría de las veces. Está terminando el verano de 2016 en Valdebebas, la moderna sede del Real Madrid en el noreste de la capital de España, y hace calor afuera.

En primer plano, destacándose contra el horizonte, se yerguen los cuatro rascacielos construidos una década atrás en los terrenos del antiguo campo de entrenamiento del Madrid. Seguramente los edificios más altos del país han recibido el sobrenombre de los galácticos originales, la más seductora colección de jugadores de fútbol que haya reunido un mismo equipo:

Luis Figo, Ronaldo Nazario, David Beckham y Zidane.

Todos ellos jugaron para el Madrid en la década de 2000; ahora uno de ellos es, inesperadamente, el entrenador. Zidane: ganador de la Copa del Mundo, campeón europeo, ganador de la Champions League con el Real Madrid y poseedor del Balón de Oro, el ansiado premio para el mejor jugador del mundo. Uno de los grandes de todos los tiempos.

En enero de 2016, Zidane se ha hecho cargo de un equipo de superastros descontentos con un estilo de juego conservador y un decepcionante tercer puesto en LaLiga. Cinco meses después, el equipo de Zidane ganó la Champions League. Ahora, mientras mira el horizonte en este día de agosto, Zidane tiene dos metas obvias: repetir el triunfo en la Champions League y recuperar la corona de la Liga del Barcelona de Lionel Messi. Pero antes tiene que hacer algo completamente inesperado, que es cambiar la manera en que el más grande galáctico de esta era, Cristiano Ronaldo, encara el juego.

En unos pocos días, Ronaldo se perderá el inicio de la temporada, pues se recupera de una lesión en la rodilla que sufrió pocos minutos después de iniciarse la final de la Eurocopa 2016. A los 31 años, aparentemente ha alcanzado la cima de una asombrosa carrera y el éxito internacional. Sin embargo, y a la vista de su mortalidad futbolística, su mejor temporada ha sido también una de las peores. Tiene mucho que celebrar, campeón europeo de clubes y de países, pero también problemas que encarar. Especialmente, su futuro. Si es que tiene uno por delante.

Zidane trata de llegar a él. "Si me prestas atención -dice el entrenador en voz baja- llegarás al final de la temporada en mejor forma que nunca y prolongarás tu carrera".

Ronaldo lo escucha atentamente.

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Cuando Zidane habla, las personas prestan atención. Tal vez sea precisamente porque él no dice demasiadas cosas. Esa es su personalidad, aunque cuando se está con él a solas puede ser sorprendentemente simpático. Su estatus como uno de los verdaderos grandes del fútbol moderno también ayuda. Muy pocas personas han jugado al nivel de los jugadores del Madrid, y muy pocos pueden hablarles de igual a igual. Zidane puede.

Real Madrid no es solo Ronaldo; este es un equipo absurdamente talentoso, cada jugador es un internacional, seis de ellos aparecen en nuestra lista Los 100 de Fama Mundial. Hombres que no necesitan recibir órdenes; hombres con pocos superiores a ellos. ¿Por qué debería Ronaldo, o cualquiera de ellos, prestar atención?

Porque Zidane es uno de ellos. No es su superior, sino alguien igual a ellos. Las últimas palabras de Zidane antes de cada partido son "disfrútenlo". Antes de la final de la Champions League de la última temporada, cuando todos estaban hablando de la presión y la tensión, Zidane dijo: “Desearía poder jugar”.

Algunos de los jugadores del Real Madrid se referían sarcásticamente a Rafa Benitez, su entrenador anterior, como El Diez (el N° 10, el mejor jugador del equipo). Era un entrenador de renombre, pero nunca había jugado y para algunos de ellos –orgullosos, protectores, sensibles– eso importa.

Con Zidane, ellos tienen un N° 10 de verdad. Benítez trataba de decirle a Ronaldo, un ganador del Balón de Oro durante más de una década de su carrera, cómo darle a la pelota, dónde pararse cuando debía ejecutar los tiros libres... Todo lo que recibía de Ronaldo era frialdad, expresión de desconcierto, cierto resentimiento. En lugar de aconsejar, Zidane se puso a patear tiros libres con él, un reto de campo de entrenamiento. A veinte metros de la meta, una línea de pelotas, una pared defensiva inflable y un guardameta para atajar. Ganó Zidane.

Su éxito como líder no fue gratuito. Muchos grandes jugadores intentaron ser directores técnicos, con resultados diferentes. “Nadie hubiera lo hubiera imaginado como director técnico, ninguno de nosotros”, dice el ex defensor del Real Madrid Álvaro Arbeloa. “Y ahora mírenlo”. Durante un almuerzo antes de que él consiguiera el puesto, el presidente del Real Madrid debatía con su CEO de quién sería la responsabilidad de despedir a Zidane cuando llegara el momento, ya que estaban seguros de que eso ocurriría.

Los medios decían que era demasiado introvertido, que carecía de experiencia, que no era un genio táctico como Pep Guardiola o un cerebro defensivo, como Diego Simeone. Incluso después de que orquestó la impactante recuperación del Real Madrid en su primera temporada, decían que había sido afortunado. Es fácil ganar cuando uno tiene los mejores jugadores del mundo.

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En mayo de 2016, unas pocas semanas antes de que Ronaldo anotara el penal decisivo para ganar el 11° título de la Champions League, récord del Real Madrid, se le preguntó a Zidane si a él le gustaría que su astro pudiera descansar más. Ronaldo había estado persiguiendo un récord en esa temporada, tratando de jugar cada minuto de cada partido. Le estaba haciendo daño, pero sentía el impulso de hacerlo. “Sí”, dijo Zidane suavemente. No dijo nada más; no era necesario hacerlo.

Zidane preparó un régimen de entrenamiento para Ronaldo y luego habló con él. El astro portugués había llegado al final de las tres o cuatro temporadas anteriores exhausto. Zidane le señaló esto. Le dijo que descansar era fundamental, no solo para llegar al final de la temporada en mejores condiciones sino para poder llegar a la temporada siguiente y a la que vendría después. Le dijo a Ronaldo que se olvidara del trofeo Pichichi para el máximo goleador –una obsesión que él había ganado tres veces en seis temporadas –y se preocupara menos por la cantidad de goles, y mucho más por qué tipo de goles.

Algunos jugadores deben ser persuadidos de hacer más; Ronaldo debe ser persuadido de hacer menos. Un miembro del equipo técnico recuerda "un partido del que volvimos a las 3 de la madrugada y él bajó y tomó un baño de hielo. Cuando volvimos de Estambul a las 6:00 am, allí estaba el fisioterapeuta masajeándolo". Zidane apreció el trabajo; pero quiso racionalizarlo. Apeló al deseo de Ronaldo de hacer historia. "Es porque nos importas, porque te necesitamos", le dijo, "que yo quiero que a veces no juegues. Es bueno para ti".

¿Acaso Ronaldo quería otra final europea en la que su influencia fuera mínima? Desde luego que no, pero ese es un discurso peligroso. Decirle a un jugador que dé un paso atrás no es una tarea sencilla; cuando Ronaldo fue excluido en Las Palmas a principios de esta temporada, estaba disgustado. “Él tiene que descansar en algún momento”, declaró Zidane públicamente, haciéndose eco de lo que le había dicho a Ronaldo en privado meses atrás.

Zidane habló; Ronaldo prestó atención. Él ofreció el consejo con afecto, empatía y experiencia. Él había sentido cómo disminuían sus propias facultades en los años finales de su carrera, la fatiga afectando a su mente y a sus músculos. Al observar esto, él había descansado y se había preparado para ser el mejor jugador en la Copa del Mundo 2006, a los 34 años. Ahora, estaba transfiriendo esa experiencia.

“He hecho un cambio radical este año”, dice Ronaldo. “En las últimas cuatro, cinco temporadas, siempre he llegado al final casi al límite; este año me he preparado para ese par de meses finales”.

Así fue que acordaron –un pacto, no una imposición. Cuatro veces en seis semanas de esta primavera, Ronaldo fue dejado afuera del equipo en partidos como visitantes. Excluido totalmente, no nombrado como suplente. Si él se sienta en el banco, lo hace a disgusto, fue la conclusión del equipo técnico de Zidane. Estará tenso, ansioso, su humor afectado por el partido, que será el centro de su día. Es mejor que no vaya en absoluto: nada de avión, ni hotel, ni charlas del equipo, nada de tensión, de estadio, un descanso total. Y luego el lunes, corre durante su entrenamiento.

Zidane recuerda que llegó a odiar a los hoteles. “No podía soportarlo más. Todo el día encerrado en tu habitación hasta el partido... ¡Uf! Al final, me cansaba. El fútbol es maravilloso y no me quejo, pero es muy duro. Así que iba. Uno extraña la adrenalina de jugar. Siempre se extrañará eso, pero no el resto. Uno se cansa de ello”.

Ronaldo vio que Zidane entendía. A medida que pasó el tiempo, todo lo que le había dicho se hizo realidad. En el verano, Zidane le pidió que renunciara a algo por lo cual se había convertido en quién era, que optara por la calidad en lugar de la cantidad, que dejara de lado la gratificación, que resistiera esa incansable persecución de goles y récords para lograr algo más significativo. Valdrá la pena, le dijo Zidane, llegar a la culminación de la temporada en la mejor forma. Y como su director técnico lo entendió, Ronaldo también lo entendió. Entre los dos, cumplieron con la promesa.

En la primavera, Ronaldo anotó ocho goles en cuatro partidos para llevar al Real Madrid a la final de la Champions League, contra Juventus el 3 de junio en Cardiff, Gales. Zidane y Ronaldo están a solo 90 minutos de convertir al Real Madrid en el primer club en defender con éxito el trofeo de la Champions League.

Un logro histórico, incluso entre galácticos.