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La espera desespera

JOHANNESBURGO -- Hay que aceptarlo. No siempre se gana en la vida. Pensarán que estoy loco, después de la victoria de Argentina sobre México, por los octavos del Mundial.

A propósito, no sólo los goles de Tevez e Higuaín, y las participaciones especiales de los árbitros y Osorio, garantizaron nuestra continuidad en Sudáfrica. Unas pocas horas antes del duelo en Soccer City, nos confirmaron que tanto Enrique Vega como yo seguiríamos hasta el final del certamen, más allá del resultado de nuestras selecciones.

Punto final para el morboso reality show que estábamos a punto de protagonizar y un premio merecido para mi compañero, de gran cobertura en el Mundial. A pesar de estar enfrentados durante 90 minutos, no tuvimos que padecer nudos en el estómago ni armar las valijas antes de salir rumbo a la cancha.

Cuando decía que no siempre se gana en la vida, me refería al primer cachetazo que recibí de la FIFA desde que llegué a Sudáfrica. La esperanza de estar en la lista de espera se esfumó cuando me notificaron que habían rechazado mi solicitud de acreditación para Brasil-Chile. Igualmente decidí ir al Ellis Park.

Como los argentinos no acostumbramos a trasgredir las leyes ni meternos en lugares sin entradas (entenderán la ironía), no me quedó otra que esperar un milagro en la sala de prensa. Allí pude observar un mecanismo tortuoso para los involucrados. Una agente de FIFA va leyendo pausadamente los nombres de los elegidos. El citado se acerca al mostrador y se lleva su ticket.

Afortunadamente, ya no se producen más esos tumultos en los que los más grandotes o los de mano larga se quedaban con las entradas. En ese caos perdíamos siempre. A medida que vuelan los tickets, se evapora la ilusión de los que esperan, como nosotros, un remanente.

En Brasil-Chile nuestras chances eran casi nulas, ya que quedamos afuera hasta de la lista de espera. Sin embargo, cuando ya nos resignábamos a tener que ver el partido en la enorme carpa repleta de televisores, computadoras y papeles, apareció el salvador. Un colega, cuya nacionalidad desconocemos, regaló el acceso que no iba a poder utilizar.

Con entradita en mano, caminos contentos y felices rumbo a la platea, sin lamentar en absoluto habernos quedado afuera de la lista de espera (que desespera).