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Nos castigó Dios

Diego es un símbolo argentino, casi un prócer. La Selección no mejoraría con otro DT Getty Images

BUENOS AIRES -- "Vivir con o sin Maradona", ése es el gran drama de la vida política y social de la República Argentina. Muchos dirán que exagero.

A una inmensa minoría bien pensante, de habitantes de este país porteril, no le importara el fútbol en absoluto. Y Maradona les resultará, como mucho, un Dios hostil, maleducado, demasiado grasa y sin capacidad para nada.

Pese a todos los sojuzgamientos, Diego, como un Dios imparcial, interviene en nuestras vidas, pese a nuestra voluntad. Es así, negarlo sería negar la realidad. Tampoco es mi intención en esta nota endiosar a un imbécil. Armando Discépolo adelantó hace 80 años que el mundo estaba al revés, era, es y será una porquería o un cambalache. No estuvo tan errado el poeta popular. Y además la única manera posible que tenemos de curarnos es reconocer que estamos enfermos.

Todos, en determinado momento de nuestras vidas, nos encontramos ante la tremenda disyuntiva de tener que amar u odiar a Maradona. Sin medias tintas, sin ultrajes a la razón, ni juicios moralistas. Los argentinos contemporáneos sentimos a Diego como una auténtica pesadilla sin la cual no podemos vivir.

Más de un periodista progresista suele hablar por lo bajo que Diego representa el "Gordismo o Dieguismo" que supuestamente es un mal que azota al país.

El Dieguismo es sinónimo de vagancia, de ganar dinero sin hacer esfuerzo; de cancherear y llevar el egocentrismo hasta dimensiones nunca experimentadas.

Dieguismo es rendirle culto a la viveza criolla en perjuicio de los demás, insultar a cualquiera porque se nos antoja. El Gordismo, es sinónimo de ganar a cualquier costa, no importan los medios. El Dieguismo es separatista.

Es decir, al diablo con todos los valores. Lo que nunca se establece con franqueza es cuáles son esos valores y desde qué lugares se los trata de aplicar.

Maradona le dio mucho más a Argentina que muchos de sus próceres que, hoy, dicho sea de paso, están en la picota de todos los cuestionamientos históricos. Pero no soy Felipe Pigna para hablar de San Martín o Belgrano o la irrisoria revolución de Mayo.

Sin embargo, Dios -al traernos a Maradona- nos castigó. Quiero decir que nuestro talento, nuestra belleza, nuestra escueta y espontánea poesía solo existe en la medida en que esté Diego. Sin Diego, somos mucho menos de lo que somos. Esa es la verdad.

Es Diego el que moviliza, el que hace que amemos la camiseta de la selección y este país sea reconocido en cualquier parte del Planeta. Sin Diego, no hay Dios. Eso lo sabemos todos. En el mundo no nos odian por Borges, por haber inventado la birome o ser peronistas. Nos odian por Maradona. También nos aman por él, en idéntica medida.

Personalmente no admiro a Diego, ni como jugador ni como persona. Admiro su manera de enfrentarse ante los temas del mundo. Admiro de Maradona su capacidad para renacer de las cenizas. En esto sí, es parecido a Dios.

Diego debe continuar en el cargo de director técnico de la selección nacional. Es el único argentino que merece dirigir la selección hasta que se muera, de por vida. No importa que no volvamos a ganar ningún campeonato del Mundo, ni siquiera una Copa América.

¡No importa nada, si al frente de todo está Diego! Nada malo nos puede pasar. ¿Se dieron cuenta de que los alemanes temblaban antes de enfrentarnos? Nos tenían miedo y eso es por Diego.

Los mexicanos sabían que iban a perder ante nosotros que, con Diego en el banco, somos casi invencibles. Y no les digo lo que siente cada jugador al ser abrazo y besado por Diego.

Esta selección no va a mejorar con otro técnico, con una carpeta de trabajo para cuatro años. No, queridos lectores, no nos engañemos más. Hoy más que nunca necesitamos a Diego cerca de la selección y Diego necesita también de la selección.

¿No es esto, al fin de cuentas, un verdadero acto de justicia para con el tipo que más alegrías nos dio con la celeste y blanca?