<
>

El Mundial, día a día (semifinal #2)

Pedro, de buen partido, enfrenta la marca de Friedrich AP

Semifinal #2

JOHANNESBURGO -- El miércoles a la noche me preparé para ver un partido de fútbol y a cambio terminé siendo testigo de un partido de ajedrez. Eso sí, ese partido tuvo un ganador lógico y merecido.

No es que piense que España no merezca estar en la final: para nada, hizo mucho más para ganar que Alemania e impuso su estilo durante muchos más momentos del partido.

Eso sí: ese partido que vi fue monótono. En el choque de estilos que se planteó, los dos tuvieron demasiado miedo de equivocarse, y eso los llevó a protagonizar un primer tiempo bastante aburrido.

Convengamos también que muchas veces es el mismo estilo español el que le saca ritmo y "mata" a los partidos. España sale ganando en el ritmo lento que impone a partir de su toque anodino, y más ante Alemania, que venía jugando un fútbol de alta velocidad y que de repente se encontró con el freno de mano puesto.

Así vi unos primeros 45 minutos en los que España trataba de hacer su fútbol durante la mayor cantidad de tiempo posible, y una vez que perdía la pelota, enseguida ponía todas sus energías en recuperarla.

Con ese recurso ahogó casi por completo a Alemania, que sin Thomas Müller carecía de llegada. Sólo le quedaba Lucas Podolski como opción y los españoles lo marcaron muy bien.

Esta España, de alguna manera, lleva el gen del Barcelona, aunque su técnico Vicente del Bosque sea un ex madridista. Hoy había en el campo siete jugadores blaugranas, contando entre ellos a David Villa, su reciente adquisición.

Esa marca de identidad que tiene al toque y a la circulación de balón como elementos a los que no se renuncia es la que España trata de imponer partido a partido. Hasta ahora lo ha conseguido en cada uno de los seis encuentros del Mundial que disputó, inclusive en la derrota 1-0 ante Suiza.

Eso sí, ante Alemania, y sobre todo en el primer tiempo, le pasó lo mismo que en todos sus partidos: consigue la pelota y la hace circular sin interrupciones, pero al llegar a los últimos 30 metros de la cancha le falta profundidad.

Hasta a veces parece que es la propia España la que no quiere profundizar, volviendo el balón hacia atrás o buscando un pase más cuando la posición en el terreno y la situación casi que obligan a patear.

Fíjense, si no, que todos los partidos que España ganó en la fase de eliminación directa fueron por el mismo marcador: un magro 1-0. Siempre dio la sensación de que estaba para más diferencia, pero nunca terminó de concretarla en el arco rival.

De cualquier manera, insisto con que España fue un justo ganador. En el segundo tiempo se volvió más agresivo, arrinconó a Alemania y terminó anotando el gol que mete a La Furia en la final.

Aunque, una vez más, ese gol no llega como producto del juego asociado y de la sumatoria de pases, sino de una jugada de pelota parada: centro para el cabezazo implacable de Carles Puyol.

Fue la única manera de vencer a un Manuel Neuer que se había convertido en el principal obstáculo para que España se ganara el pasaje a Soccer City. Y si no repitió después, cuando Alemania perdió el orden, fue solamente por propia culpa, ya que una y otra vez los españoles estiraron jugadas que pedían a gritos un tiro al arco.

Lo que demostró la debacle alemana del final, repitiéndose con centros de frente intrascendentes, es que una cosa es jugar cuando el rival lo deja a uno y otra muy distinta intentar hacerlo cuando enfrente hay un equipo superior. Esa fue la diferencia entre la Alemania que había goleado a Inglaterra y a Argentina y la que se terminó entregando ante España.

En fin: fue un triunfo con absoluta justicia y ahora habrá final inédita y un nuevo campeón. Si fuera España, sería también el primer ganador de la Copa del Mundo en hacerla luego de perder en su partido debut.

Pero no nos adelantemos: ya hablaremos el domingo cuando se sume un nuevo nombre a la lista.

Felicidades.