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La emotiva carta que Endrick le escribió a su hermano

El pibe dio la nota. Esta vez, Endrick no se lució en el rectángulo de juego. El talentoso delantero, que hizo historia en Wembley, al marcar el gol del triunfo 1-0 de Brasil sobre Inglaterra, le escribió una emotiva carta a su hermano.

En el inicio del ciclo de Dorival Júnior en Brasil, fue Endrick el que se destacó mucho. El joven de Palmeiras, próximo a seguir su carrera en Real Madrid, apunta a jugar la Copa América con la Verdeamarelha a mitad de año, en Estados Unidos.

Endrick se tomó un tiempo especial, muy sentido, para escribirle a su hermano Noah en The Players Tribune y este es el resumen:

"Querido Noah, Te quiero. Esto es lo primero, por encima de todo lo demás.

Desde el primer día, he sentido que teníamos un vínculo especial. Nunca te he dicho esto, pero cuando estabas a punto de nacer, en realidad me esperaste para marcar un gol.

Es cierto, hermano. En aquel momento iba a jugar un partido importante, con sólo 13 años, pero tú todavía no querías entrar en este mundo. El reloj no paraba, y mamá y papá se preguntaban a qué estabas esperando. Entonces, de repente, papá recibió una llamada de su amigo, que estaba en el partido.

Dijo: “¡Douglas! ¡Douglas! ¡Endrick acaba de marcar!” Y entonces, en aquel momento exacto, en la habitación del hospital ya se pudo oír: ¡¡¡Guaaaaaa!!!

Finalmente saliste para celebrarlo conmigo. Cuando llegué al hospital, te di un regalo de cumpleaños. No tenía dinero para comprar un juguete, pero te traje el balón de oro del torneo. ¿Ves? En nuestra familia, no nacimos en la abundancia. Nacimos para el fútbol.

No sé cuándo leerás esta carta, pero ahora mismo tienes cuatro años y nuestras vidas están cambiando muy rápido. En los próximos meses, me iré a España para jugar en el Real Madrid; sí, el equipo que siempre elijo en la PlayStation cuando me ves jugar.

Sé que el mundo querrá saber la historia de nuestra familia. ¡Es una historia increíble, hermano! Por tanto, esta es mi oportunidad de contártela tal como pasó realmente, y con mamá y papá aquí para ayudarme.

Como sabes, en nuestra familia todo empieza y acaba con un balón. Mamá dice que cuando yo era un bebé, nunca hice: “¡Brum, brum!” Como los que haces tú. Si me dabas un juguete, lo tenía durante cinco segundos y luego lo ponía otra vez en la caja. Yo solamente quería: “Bola, bola, bola”.

Una bola hecha de cinta aislante. Unos calcetines. Una pelota de baloncesto. No importaba. Si era redonda, o incluso cuadrada, yo quería chutarla. Cuando me dieron la pelota de la Copa del Mundo de Brasil, la del equipo de papá en las várzeas, solía quedarme mirando fijamente los colores, como si fuera una pintura, una obra de arte. ¡Incluso dormía con aquel balón! Lo llevamos en la sangre, hermano.

Puedes preguntarle a mamá cómo yo solía presentarme a la gente…

“…Y ¿cómo te llamas?, Chico” “Endrick Felipe Moreira de Sousa, DELANTERO” Se reían de mí, ¿sabes? “Qué niño más lindo…” Pero hermano, yo lo decía en serio.

Estaba convencido de que lo conseguiría, y mamá todavía se emociona cuando lo recuerda. Ella siempre decía que las palabras son poderosas.

En aquel entonces, no vivíamos en un apartamento de alto nivel como ahora. No teníamos una nevera llena de los yogures que te gustan tanto. Vivíamos en un lugar llamado Vila Guaíra, y nuestra vida era muy distinta a la de ahora. Con el tiempo oirás todo tipo de cosas sobre cómo era nuestra vida. Dirán que todo era dolor y sufrimiento. Pero la realidad es que yo viví una infancia fantástica, gracias a Dios, gracias a todo lo que mamá y papá sacrificaron por nosotros. Y gracias al fútbol, evidentemente.

No creo que te haya dicho esto, pero cuando yo tenía tu edad de ahora, nuestra calle estaba en esta colina. Solíamos jugar al fútbol allí, con todos los chicos del vecindario, y en parte, el motivo por el que nos hicimos tan buenos fue que el balón siempre caía cuesta abajo, y el que fallaba el gol, tenía que ir a buscarlo a la favela de abajo. Así que, si superabas a un contrario, pero fallabas una oportunidad, luego tenías que correr todavía más, para recuperar el balón, antes de que cayese abajo.

Era agotador, pero las normas de la calle eran muy claras. ¿Tu fallas? ¡Tu corres!

Echo mucho de menos esa época, cuando solo era un niño y el fútbol era solo un juego. El poder estar por ahí con mis amigos charlando… Resenha, así lo llamábamos. Me encantaría que hubiéramos podido vivir esos días juntos, hermano.

Cuando pienso en eso, estoy feliz y triste al mismo tiempo. Son buenos recuerdos, a los que nunca podré volver, ¿sabes? Incluso los malos recuerdos, a veces me resultan agradables.

Cuando crezcas, oirás esta historia sobre “la conversación en el sofá”. Ya se habla de esto en Brasil, pero mucha gente lo ha entendido mal. Dicen que éramos pobres, que no teníamos comida, pero eso no es cierto. Ellos no conocen a mamá, ¿sabes? Ella siempre le dice a la gente: “Soy demasiado mujer como para dejar a mis hijos sin comida”.

Lo que es cierto es que vi a papá llorar aquel día. Yo tenía 10 años, y creo que aquella fue la primera vez que entendí que nuestra situación era difícil.

En el plato, siempre tuvimos suficiente de lo que necesitábamos. Pero no siempre tuvimos suficiente de lo que queríamos. ¿Entiendes la diferencia?

Siempre estábamos apurando con lo mínimo. Papá dice que yo me sentaba en el sofá y le decía: “No te preocupes. Voy a ser futbolista, y voy a conseguir una vida mejor para nosotros”. Antes de aquel día, yo solo era un niño, y el fútbol era solo un juego. Pero después de aquel día, el fútbol se convirtió en nuestro camino hacia una vida mejor.

Unas cuantas semanas después, me marché hacia la ciudad de São Paulo, para ir a la Academia del Club Palmeiras, y me marqué mi primer objetivo: mejorar la situación para nuestra familia.

Marcarme objetivos es una parte importante de mi vida. Es mi forma de hablar con Dios. Cuando me fui al Palmeiras, sabía que al menos tendría dos o tres comidas al día en la escuela y entrenamientos. Aunque, desafortunadamente para mamá no fue tan fácil…

Ella dejó atrás su vida en casa para darme todo su apoyo en mi sueño en São Paulo. El club solo tenía espacio para mí, pero ella dijo que de ninguna manera yo me iría sin ella. Papá se quedó para poder trabajar y enviarnos dinero, y ella se mudó conmigo a una pequeña casita, donde vivimos juntos con algunos de mis compañeros de equipo. Todos bajo un mismo techo. Pero cuando nos íbamos a entrenar, ella no tenía a nadie con quién hablar. No teníamos TV ni Internet en casa, así que solía llevarse la Biblia al parque y se sentaba a hablar con Dios ella sola. En casa solamente tenía una silla. Dejaba su bolsa encima, y cuando nos íbamos a dormir, ella dormía en un pequeño colchón en el suelo.

Sé que es duro para ti imaginarte a mamá durmiendo en el suelo, pero es la verdad. Esto pasó de verdad.

A veces mamá contaba literalmente el dinero que nos quedaba. Papá nos enviaba dinero, pero esto era en los días antes de Pix, cuando no se podía enviar dinero al instante, y tardaba un día o dos en llegar. En los buenos días, cuando el dinero llegaba, mamá cocinaba chorizo para los demás chicos. Pero la mayoría de los días, solo teníamos para comer nosotros, y ella se sentía muy culpable al cocinar en la casa, porque a ellos también les llegaba el olor a carne, y preguntaban si también había para ellos, pero… ¿Qué podíamos decir? No quedaba nada más.

En realidad, le supo tan mal, que dejó de cocinar del todo. Recuerdo que había días que justo antes de acostarme hubiera picado algo, ¿sabes? Le preguntaba a mamá si tenía algo para comer, y ella me respondía: “Duérmete Endrick. El sueño te lo quitará”.

Algunas veces, cuando estábamos muy desesperados por el dinero, mamá conseguía que le prestaran algo de arroz o algo de calderilla. Pero un día, hermano… No le quedaban favores para pedir. No le quedaba dinero ni nadie a quién recurrir.

Llamó a papá y dijo: “Douglas, tengo hambre… No sé qué hacer”. Papá le envió 50 Reales, pero no llegaban hasta el día siguiente. Ella se puso de rodillas y pidió ayuda a Dios. Entonces cogió la bolsa de la silla y empezó a sacar todo lo que había, hasta el fondo de todo. Encontró dos Reales, hermano. Algo de cambio… Un regalo de Dios.

Fue al colmado y compró un poco de pan de hacía dos días. Y si le preguntas ahora, te dirá que aquel pan estaba riquísimo. Dice que el hambre es una sensación muy extraña, capaz de hacer que incluso el pan duro parezca una delicia.

Sinceramente, ojalá no tuviera que contarte esto, porque el hambre no es algo bueno. Espero que nunca tengas que experimentarlo como le pasó a mamá. Pero es una parte importante de nuestra historia. La próxima vez que la veas, dale un abrazo y dale las gracias, porque sin sus sacrificios no tendríamos la vida que tenemos hoy".

Aquí, la carta completo de Endrick, que recorre el mundo...