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Lakers, diluidos en su realidad

LOS ÁNGELES -- El silencio se volvió a apoderar del Staples Center cuando el encuentro entre Houston Rockets y Los Angeles Lakers (108-90) llegaba a su fin. Quedaban pocas almas en el graderío a falta de 6.46 minutos para que los laguneros firmaran su primera derrota de la temporada. La diferencia por aquel entonces era de 27 puntos a favor de los texanos, que estaban mostrando una superioridad indiscutible ante un plantel con muchas carencias, demasiadas.

Entonces llegó la desgracia. La enésima escena espeluznante de una franquicia que ya no sabe dónde más agarrarse para evitar el vacío del precipicio. Otro silencio abrupto de los pocos aficionados que quedaban en la tribuna.

Randle se había roto la tibia de la pierna derecha (según las primeras observaciones de los servicios médicos del equipo). Quedó inmóvil, con la cabeza apoyada en la base de la canasta, con las manos tapándose la cara, con Gary Vitti analizando el desastre, con Nick Young vestido de calle y cariacontecido, con un Kobe Bryant de toalla al cuello que primero le preguntó con la mirada y luego no pudo hacer otra cosa más que pegar su cabeza contra la suya y esgrimir un "mantén el espíritu alto".

Poco después, una camilla se llevó a Randle a la ambulancia, y de ahí al hospital. Se oyeron tímidos aplausos, se vieron algunas lágrimas, las de la impotencia, las del desconocimiento, las de un debut truncado que merma la progresión del jugador con más proyección de la franquicia. Del momento soñado, Randle y los Lakers pasaron a la pesadilla más temida. Otra lesión grave que se suma a la de Nick Young y Steve Nash, y los fantasmas de los dos reveses de Kobe permanecen vivos, y la maldición de los Lakers sigue su curso.

A corto y largo plazo

Las consecuencias a corto plazo son que Carlos Boozer no tiene recambio natural. Ryan Kelly no ha jugado en toda la pretemporada y el martes tampoco se vistió de corto. Sigue recuperándose de sus molestias en el tendón de la corva derecho y la lesión de Randle deja desierta esa plaza en el banquillo. A largo plazo, la realidad es que Randle acabará regresando a la NBA, su juventud le da un margen más que suficiente para recuperarse y encauzar su carrera. Los Lakers, sin embargo, vuelven a perder otra oportunidad para que la reconstrucción a paso de tortuga tenga un baluarte joven, dinámico y con proyección.

El número siete del draft de este año iba camino de convertirse en la referencia futura del equipo (es el único jugador con contrato asegurado hasta la temporada 2018/19), en la esperanza de un proyecto agarrado con pinzas. Su progresión durante la pretemporada había sido notoria y Byron Scott le dedicó más tiempo que a cualquier otro jugador. Sólo había que ver los partidos de preparación y cómo no cesaba de darle consignas, de monitorear cada uno de sus movimientos.

Y Randle nunca borró de su rostro la inocente mirada de atención con la que observaba al coach. Se trata de la mejor elección en el draft desde James Worthy en 1982, quien también llegó a fracturarse una pierna al final de aquella temporada. El martes, el futuro de los Lakers sufrió el peor revés de su corta carrera y la franquicia vuelve a ser presa del despropósito, de la frustración, de un azar caprichoso que parece estar empeñado en que las pocas posibilidades de tener una temporada digna queden reducidas a escombros.

Los Lakers vuelven a diluirse en su realidad, en las lesiones, en una campaña que está lejos de apuntar maneras, en las pocas posibilidades de volver a a contratar a un jugador de calibre en el draft del año que viene (consecuencias de la contratación de Nash).

Cuando una gestión de equipo arriesgada se tropieza con elementos incontrolables, el resultado es éste: un proyecto a la deriva de esperanzas mermadas.