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Mi guerra contra el WAR

Nota del autor: Mi agradecimiento a Enrique Bravo Cruz, cibernético-matemático, amante del béisbol y, sobre todo, amigo de tantos años, por su colaboración.

MIAMI -- Hasta hace poco, la palabra war significaba guerra en inglés. De hace un tiempo para acá, además, WAR son las siglas de una estadística engañosa y hasta absurda que trata de reinventar el béisbol sobre bases de dudosa procedencia.

Esta es, pues, mi guerra contra el WAR, la estadística sobre la cual la extrema sabermétrica fue capaz de cuestionar el premio de Jugador Más Valioso del venezolano Miguel Cabrera, primer ganador de la Triple Corona en más de cuatro décadas, para favorecer al entonces novato Mike Trout.

Confieso que las matemáticas no son mi fuerte y me atrevería a asegurar que la mayoría de quienes nos dedicamos a esta profesión ponchamos o pasamos
raspando en cuestión de números.

Eso me dificultó entender la concepción del WAR, pero mientras más miraba y analizaba, algo me decía que en todo esto había gato encerrado, a partir de variables y constantes arbitrarias en la fórmula para calcular esta estadística tan nebulosa.

Pero para eso están los amigos, no sólo para tomar cerveza fría, así que acudí en busca de ayuda a Enrique Bravo, cibernético-matemático y gran amante del deporte de las bolas y los strikes, para que me desmenuzara, en lenguaje potable y entendible para los mortales comunes, el susodicho WAR.

Sus respuestas confirmaron mis sospechas sobre esta cifra no estandarizada para tratar de determinar la contribución que hace un jugador a su equipo.

Otra lectura más pragmática del WAR es, "si un jugador se lesiona y tiene que ser reemplazado por otro de una liga menor cuánto perdería o ganaría el equipo con la sustitución".

La primera señal de alarma que le salta a la vista a mi amigo Enrique es el por qué la fórmula no es estándar, por qué existe un WAR de Baseball Reference o rWAR y otro de Fangraphs o fWAR.

Son dos cálculos totalmente diferentes, como lo explica de manera el historiador Adam Darowski en su artículo "¿Están fWar y rWar en escalas diferentes?".

Si queremos ser precisos debemos hablar del rWar o el fWar del pelotero. Obviar esta diferencia es uno de los primeros errores, que contribuye a crear confusión entre ambos indicadores.

Tal vez ahí esté la intención de sus creadores: "Si no los puedes convencer, confúndelos".

Mi buen Enrique, para tratar de explicarme como a un párvulo que aprende sus primeros números, se enfoca en el rWAR, para intentar aclararme los conceptos, aunque insiste en que sus opiniones son similares respecto al fWAR.

En su afán abarcador, el rWAR mezcla ofensiva, defensiva, reajuste por posición en el campo, compara con el reemplazo y por último convierte las carreras en victorias.

Todo parte de un nuevo dato, el wOBA (Weighted On Base Average o Promedio de Embasamiento Sopesado).

Con estas palabras me lo explicó mi amigo Enrique Bravo.

"El wOBA se cocina con la siguiente receta: eche en un caldero las bases por bolas no intencionales, pelotazos recibidos, bases robadas, hits, dobles y otros eventos ofensivos. Multiplique cada uno de ellos por unos coeficientes de dudosa procedencia, después súmelos y divídalos por la suma de otros indicadores como veces al bate, bases por bolas, elevados de sacrificio y otros".

"Da igual cual sea exactamente la fórmula, baste saber que de aquí sale ese número casi mágico y totalmente incomprensible que llaman wOBA".

¿Por qué los coeficientes son de dudosa procedencia?

Las bases por bolas recibidas por un jugador se multiplican por 0.72, los hits por 0.9, los dobles por 1.24 y así sucesivamente.

¿Qué interpretación podemos hacer de estos coeficientes? Cada evento ofensivo de los descritos anteriormente tiene un peso en carreras que es el valor del coeficiente.

Mientras una base por bola "pesa" 0.72 para el logro de una carrera, un doble tiene una influencia mayor que llega al 1.24 y un jonrón llega a pesar 1.95.

A simple vista parece lógico, pero hay que aguzar un poco la visión.

¿Por qué los coeficientes son esos y no otros? Es posible que estos se hayan determinado basados en la frecuencia con que un hit, un doble o una base por bolas se convierten en carrera.

O sea, si en una temporada, por cada 1,000 bases por bolas se anotan 720 carreras, el coeficiente para los boletos es de 0,72 y si por 1,000 hits se hacen 900 carreras, el coeficiente es 0,9.

Pero las cifras cambian dependiendo de todas las Grandes Ligas, cada uno de los dos circuitos o las divisiones.

Entonces la segunda pregunta es, ¿cuál de esas tres categorías considerar para calcular los coeficientes?

Por ejemplo, los pitchers de la división central de la Liga Nacional pueden ser mas efectivos evitando carreras que los del Oeste en la Americana. O lo que es igual: un hit no se convierte en carreras con la misma frecuencia en uno y otro grupo.

Ya por ahí, el wOBA empieza a desmoronarse como castillo de naipes.

Encima de eso, este medidor no tiene en cuenta algo tan importante como la situación del juego.

Para el coeficiente wOBA, un hit tiene el mismo valor si el jugador lo conecta sin hombres en bases y sin outs, que si lo hace sin hombres en bases pero con dos outs.

¿Saben ustedes cuál fue la probabilidad de anotar una carrera si un jugador daba un hit abriendo un inning en las temporadas del 2005 al 2009? Fue de 0.92.

Sin embargo si daba un hit con bases limpias y dos outs la probabilidad de anotar disminuía a 0.23. O sea, el hit es el mismo, pero la contribución con la victoria del equipo no.

¿Cómo afirmar entonces que el rWAR determina la contribución de un jugador a su equipo, si este se basa fundamentalmente en el wOBA?

Pero estas no son las únicas arbitrariedades sobre las cuáles se fundamenta el WAR.

¿Qué tal la conversión de carreras en victorias sobre la base falsa, absurda, de que si un jugador participa en la fabricación de diez carreras contribuye con una victoria a su equipo?

Un jugador puede haber producido sólo tres carreras, que casualmente llegaron en la parte baja del noveno, con el marcador empatado en todas las ocasiones, así que con esas tres anotaciones contribuyó decisivamente a tres victorias.

Otro quizás produjo cinco en un juego que su novena ganó 20 por 0 y a lo mejor contribuyó con muy poco para el triunfo en ese partido.

En ese caso, las mejores estadísticas y que lamentablemente no reciben todo el peso que merecen, serían las carreras impulsadas que representan empate o ventaja, el average con hombres en posición anotadora o en circulación o el average con hombres en bases y dos outs, que se acercan más a cada momento situacional.

Como este, podrán encontrar por ustedes mismos otros muchos ejemplos de la inconsistencia del WAR.

Y sobre todo, quienes defienden este nuevo sistema estadístico aseguran tener la verdad absoluta y obvian por completo las voces de quienes llevan décadas inmersos de cara a este deporte y desechan su sabiduría basada en la experiencia real.

No hay un deporte que dependa más de las estadísticas que el béisbol, pero no pueden pensarse las estrategias, tanto de juego como gerenciales, desde un escritorio, sumergido en una computadora.

Olvídese de quién tiene un WAR más alto: usted es gerente general de un equipo y tiene la opción de escoger entre Miguel Cabrera y Mike Trout. ¿A cuál se lleva?

¿Es acaso Trout mejor que Cabrera? Sólo una mente enferma de tanta numerología podría asegurarlo, sin mirar la realidad del terreno.

Y encima de eso, están los intangibles que no se miden en cifras, pues los peloteros son hombres, no máquinas.

Cuando hagan un equipo, dénme a Derek Jeter para defender el campocorto y díganme cómo se computa el liderazgo en números. Esas son las cosas que jamás entenderían.

De todos modos, vale la intención de crear nuevas estadísticas, toda vez que las tradicionales tampoco consiguen llegar al fondo del rendimiento de los jugadores.

Pero desde que el mundo es mundo, un hombre que promedie por debajo de .200 puntos es un bateador no mediocre, sino malísimo.

En los tiempos actuales, vemos cómo la sabermetría, que viene de las sigles en inglés SABR (Society for American Baseball Research), le ha dado oxígeno a bateadores que en otras épocas si acaso servían para cargar bates.

Tomemos por ejemplo a Carlos Peña. Recibe una cantidad de boletos relativamente alta, por encima del promedio, pero batea desde hace años batea por debajo de la línea Mendoza (.200) y en una gran cantidad de las ocasiones que falla se poncha, o sea, ni siquiera es capaz de poner la pelota en juego.

¿Sólo porque se embasa gracias a los pasaportes? ¿Y? Para colmo, no es un corredor veloz y necesita de al menos dos o tres hits para anotar.

Y Peña no es el único. Como él hay unos cuantos que batean con menor frecuencia que lluvia en desierto, que son los clásicos "outs por regla" y que no sólo son titulares día tras día, sino que los vemos en turnos de gran responsabilidad en la alineación de sus respectivos equipos.

Yo, por mi parte, prefiero quedarme con un hombre capaz de encabezar la liga en promedio, jonrones y carreras impulsadas y le regalo a los sabermétricos al que tenga el promedio de embasamiento y el WAR más altos de todo el béisbol.