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Hinchas de escritorio

Fotobaires.com

BUENOS AIRES -- "La alegría del descenso de Independiente fue muy grande", se sinceró el presidente de Racing, Gastón Cogorno, quien justificó sus emociones con un argumento tan manido como irresponsable: "Soy dirigente porque también soy hincha".

Esta afirmación, que para Cogorno es semejante al razonamiento cartesiano, lo llevó a acompañar la exuberante puesta en escena -con apagón del estadio incluido- que Racing montó para mofarse de su vecino.

Calculo que Cogorno, con la misma candidez, se sentiría liberado para abofetear a dirigentes del equipo visitante con los que compartiera el palco, si llegaran a alegrarse de manera inoportuna por un gol. "Soy presidente porque soy hincha. Ergo, vale todo", diría en rueda de prensa, siempre fiel a Descartes.

"La gente de Racing tomó el descenso de Independiente como una revancha lógica", agregó. Y es cierto: sometido al escarnio durante décadas, el público de Racing les aplicó a sus odiados primos la misma medicina. Un campeonato propio no les habría proporcionado tanta felicidad como el oprobio del enemigo.

Pero aquí es donde Cogorno (y todos sus colegas) debería establecer las diferencias, debería soportar las restricciones del cargo para el que se postuló.

Aunque vaya en contra de su genética de hincha, conviene que, en lugar de empujar a la vendetta, intente convencer a sus socios de que esa clase de humor cruel es una invitación a la violencia.

Muchos hablan de color, de folklore. Pues es hora de ir advirtiendo que ese folklore es venenoso. En todo caso, el hecho de que algunas taras se hayan convertido en tradiciones no nos obliga a defenderlas.

Desfigurarse a trompadas con los adversarios en las cercanías de la cancha también es folklórico. Otro tanto sucede con gritarles atrocidades a las mujeres amparados en la dudosa categoría del piropo.

Es de esperar que, en lugar defender ese lastre cultural, Cogorno y sus pares desactiven las provocaciones. No se trata de amables contrapuntos apoyados en el ingenio, como quieren hacernos creer, sino de gestos inflamables que pueden transformarse en capítulos de una guerra.

Cogorno y los demás presidentes podrían a su vez bajarle el precio a un episodio como el descenso, que en nada daña el honor de un club. Un deshonor es patear al caído, algo que en el mundo del fútbol es una práctica usual y bendecida por los códigos de la rivalidad.

Cogorno y sus colegas también deberían predicar en la tribuna que la camiseta del club no reclama sacrificios humanos como ciertos dioses. Ni es más importante que un hijo, un padre o un amigo. La sobreactuación, la estupidez y la demencia no tendrían que ser atributos encomiables. Ser hincha no significa ser necio.

Las declaraciones picantes como las de Cogorno legitiman el sistema de amenazas que, por ejemplo, hizo que Fabián Vargas desistiera de cruzar de vereda y poner la firma en Racing.

Esa es la última noticia, no la más grave. Los mismos custodios del "folklore" pudrieron la asamblea de Independiente y provocaron una lluvia de sillas. Será por eso que las autoridades de los clubes guardaron silencio. Porque entendieron que se honraba una tradición popular.

Mientras los presidentes se reivindiquen como hinchas irracionales, en las estrategias del fútbol seguirá prevaleciendo la lógica del paravalanchas.