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Tiempo de revancha

Silva y Acosta tuvieron que irse de Boca Fotobaires.com

BUENOS AIRES -- ¿Por qué bautizaron "Nietos recuperados" a un torneo de fútbol? No es nombre de campeonato. Es como ponerle a un crío X22, que queda bien para un modelo de motor pero nunca para un niño. Cada cosa en su lugar.

Además, el torneo tiene un nombre (en realidad dos, porque también se llama Inicial) y la copa en disputa, otro, en este caso en homenaje al atleta Miguel Sánchez. ¿Pretenden alentar la confusión general? ¿Creen que la saturación equivale a riqueza, que los partidos tendrán una jerarquía superior por la multiplicación de apellidos?

Además, el sesgo progresista de estos tributos no concuerda con los aires conservadores de la AFA, cuyo presidente fue un buen amigo de los dictadores, allá por los comienzos de su mandato.

Pero no voy a hablar de esto, sino al comienzo del torneo, al que, por otra parte, nadie llama por sus fugaces nombres. Así que pido disculpas por la digresión, aunque creo que viene a cuento.

El gran arranque de los centrodelanteros (varios de ellos convirtieron de a dos) ha dado lugar a módicas vendettas. La más notoria es la de Santiago Silva, quien luego de salir de Boca por la puerta de servicio parece haber recargado las pilas y estar a punto de recuperar su mejor versión en Lanús.

Por sus dichos al periodismo, es claro que Silva quedó resentido y que no tiene el mejor de los recuerdos de Carlos Bianchi, al que elípticamente le dedicó este comienzo esplendoroso (volvió a meter un gol ante Rafaela, en la segunda fecha, aunque su equipo perdió).

Más allá de la tardía reacción de Silva (jamás deslizó sus reproches mientras vivió bajo el techo boquense), hay que señalar su escasa vocación introspectiva. Silva podría quejarse de muchas cosas, pero no de falta de oportunidades.

El Pelado llegó a Boca con antecedentes de goleador riguroso, luego de una gran campaña, sobre todo en Vélez. Superado el breve y olvidable paso por Italia, su perfil aguerrido al parecer se ajustaba a la perfección a las exigencias de Boca.

Y se lo trató como un titular indiscutible durante mucho tiempo. Bianchi terminó relegándolo a los equipos B, pero eso fue el final. El jugador uruguayo –y sería bueno que él mismo lo reconociera- estuvo muy lejos del rendimiento de Vélez y Banfield, los clubes en los que supo brillar.

Acaso inclinado a impresionar a la tribuna, se la pasó a los empujones y en el piso. Siempre crispado, siempre sometido a la fricción. Su veta sensible, generosamente insinuada en Vélez, desapareció. Y perdió su eficacia goleadora.

Al margen de su rendimiento en Lanús y de la bronca de Silva, resulta difícil objetarle a Bianchi la decisión de dejarlo partir. Se ve que Boca no era el lugar de Silva.

No es la primera vez que pasa. Más bien es una historia familiar. Hay jugadores de campañas notables en clubes de segunda línea, que cuando se calzan la camiseta de los más grandes ya no son los mismos. Tal vez con tiempo y paciencia lograrían la adaptación necesaria y vencerían sus inhibiciones. Pero el fútbol no otorga esas prerrogativas. No abundan las segundas oportunidades. Dar la talla de entrada es la prestación requerida a cambio de las fortunas que se pagan.

Un caso similar es el de Carlos Luna. Otro emigrado que la rompió en el debut en su nuevo club, Rosario Central. En River, si bien convirtió algunos goles de importancia, no completaba los requisitos para ganarse la camiseta titular, sobre todo cuando el plan trazado debe culminar con la vuelta olímpica. De hecho, fue una curiosidad (por no decir una injusticia) que Ramón Díaz, en el torneo pasado, confiara en Luna antes que en Rodrigo Mora, un jugador a todas luces superior.

Más que ánimo de revancha, Luna (y por qué no Silva) debería expresar un sincero agradecimiento.