BERLÍN (EFE) -- La selección italiana reivindicó en Alemania la vigencia de su fútbol y conquistó un título mundial, tras imponerse en la tanda de penales de la final a Francia, con el que recupera la autoestima mientras en el país se decide cómo afrontar el proceso abierto por corrupción.
Italia fue más efectiva desde el punto de penalti en una final que quedará marcada por la expulsión de Zinedine Zidane, en su partido de despedida, y que cerró un Mundial con pocas revelaciones, porque los que más destacaron fueron treintañeros que hace tiempo que se consagraron.
Cuando peor lo tenía, mientras en el país se hablaba de descensos por la vía judicial, que afectaban a 13 de sus 23 internacionales, el conjunto de Marcello Lippi sacó casta, se hizo fuerte ante la adversidad y llevó a cabo la idea que expuso su técnico Marcello Lippi nada más hacerse cargo del grupo, hace dos años.
"Quiero el Italia FC, una selección que funcione como un club", dijo el ex técnico del Juventus y los "azzurri" respondieron como tal.
Apuntalada desde atrás por el extraordinario rendimiento del meta Gigi Buffon y del central Fabio Cannavaro, la selección italiana exhibió una cara más ofensiva que de costumbre, metió a Fabio Grosso entre los mejores laterales del torneo y sacó ventaja de la calidad de Andrea Pirlo y del atrevimiento de un conjunto que tuvo hasta una decena de goleadores.
En la final, el equipo de Lippi se sobrepuso al temprano gol de penalti de Zidane (m.7), empató por medio de Marco Materazzi y acabó aprovechando el peor estado anímico de los "bleus", que llegaron a la tanda decisiva en estado de "shock" por la expulsión de "Zizou", jubilado diez minutos antes del final de la prórroga por dar un cabezazo a Materazzi.
A Francia le quedó, mientras, un desconsuelo menor; el de morir en la orilla pero reivindicando el juego de la mejor generación de su historia, capitaneada por un gran Zidane que pareció acudir en su rescate hasta que perdió la cabeza y cerró en falso una portentosa carrera.
En un torneo en el que llegaron más lejos aquellas selecciones que mejor supieron defenderse, Francia alcanzó la final aupada por el juego de Zidane, que ocho años después de conducir a los "bleus" a su primer título, pudo darle el segundo si no se hubiese olvidado en el último momento del lema del equipo: "Vivir juntos, morir juntos".
La magia de Zidane y un fuerte concepto solidario del equipo, en el que la defensa comenzó por el propio "Zizou" y Thierry Henry, hicieron del conjunto que dirige Raymond Domenech un equipo incómodo, que creyó en sus posibilidades conforme avanzó el torneo.
Francia, que tuvo problemas para superar la primera fase, en la que empató con Suiza y Corea, se hizo fuerte frente a las críticas, se encerró en una burbuja y sacó ventaja de la segunda juventud de los campeones del 98 (Barthez, Thuram, Vieira, Zidane y Henry) y de la irrupción en la escena mundial del "cara cortada" Frank Ribery.
Por detrás de Italia y Francia, Alemania se contentó con un tercer puesto que le supo a gloria, porque hasta el comienzo de la Copa había temido por una eliminación prematura.
Jürgen Klinsmann, que había recibido críticas feroces, terminó casi adorado por una afición que se enganchó al juego del equipo, que exhibió con orgullo su bandera por todo el país y vivió el Mundial como una fiesta.
El cuarto puesto portugués es un buen premio y confirma la progresión de un conjunto al que el brasileño Luiz Felipe Scolari ha cambiado de mentalidad.
"Felipao", que condujo a Brasil al título en 2002, ha hecho de Portugal un equipo casi sudamericano, que sabe sacar ventaja de cualquier aspecto del juego y que ofreció a su capitán, Luis Figo, la mejor retirada internacional posible.
El Mundial terminó convertido en una Eurocopa por el descalabro brasileño y la mala fortuna argentina.
Si hay un perdedor absoluto es Brasil, que arribó a Alemania convencida de que le bastaría con la calidad individual de sus jugadores y lo abandonó entre reproches, con el crédito de sus figuras seriamente dañado.
No hubo nada normal en el pentacampeón mundial, que se debatió entre el peso de Ronaldo, la ineficacia de Ronaldinho y terminó por culpar a Roberto Carlos de la eliminación ante Francia, en los cuartos de final.
Argentina fue, junto a España, el equipo más vistoso de la primera fase, en la que logró la goleada del Mundial (6-0 a Serbia), pero dejó Alemania tras caer, en el estadio Olímpico de Berlín, en la tanda de penales de un partido que tuvo en su mano cuando un remate de cabeza de Roberto Ayala le puso en ventaja.
A José Pekerman, el entrenador albiceleste, se le reprocharon los cambios en ese encuentro y, sobre todo, no haber dado a Lionel Messi la oportunidad de demostrar que ya es una estrella mundial.
España, por último, acumuló una nueva decepción, después de ilusionar con un arranque explosivo, que le permitió adjudicarse los tres primeros partidos.
Sin embargo, llegado el momento de la verdad, los jóvenes españoles no supieron competir frente a la mayor experiencia francesa que, desde ese momento, ya sólo creyó en la victoria.
El Mundial demostró que Africa aún no está preparada para romper la alternancia en la cumbre de europeos y sudamericanos, que la CONCACAF sigue dependiendo de la actuación de México y que las cuatro plazas otorgadas a Asia parecen excesivas.
El torneo dejó para la historia el récord goleador de Ronaldo (15 tantos), un árbitro que dirigió el partido inaugural y el final, sin importarle expulsar a Zidane en su encuentro de despedida (el argentino Horacio Elizondo) y una gran organización, que ha puesto el listón muy alto a Sudáfrica, el país que albergará el primer Mundial africano, dentro de cuatro años.