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El fin de una era

Detroit Pistons

(Getty Images)

Chauncey Billups ya no será el base del roster de Michael Curry, al ser transferido a los Nuggets

Ahora que la salida de Chauncey Billups marcó el final de una era en Detroit, sólo podemos ver el único campeonato de estos Pistons como una aberración, y su intento de convertirse en una dinastía sin estrella, un fracaso. Sorprendieron al mundo entero, pero no cambiaron el juego.

Cuando vencieron a Los Angeles Lakers en las Finales 2004 de la NBA, fue una historia de extremos; una unidad de jugadores sólidos que habían sido rechazados en otros equipos noqueando a un vistoso roster con cuatro futuros miembros del Salón de la Fama.

(En realidad, los candidatos al Salón de la Fama fueron solo dos en ese entonces; Karl Malone estaba tan lesionado que no pudo jugar el último partido, y Gary Payton tenía tan mala relación con Phil Jackson que casi no salió del banco. Y una de las superestrellas restantes no quería pasarle el balón a la otra.)

La bandera del campeonato 2004 todavía se destaca entre las últimas 30 banderas de campeonato de la NBA como la única que no fue ganada por un conjunto con una estrella de calibre de Salón de la Fama en el equipo. De hecho, para ganar la corona, por lo general necesitas más de una superestrella. Magic, Kareem y Worthy. Bird, Parish, McHale. Moses y Doc. Shaq y Kobe. Duncan y Robinson.

Lo que los Pistons estaban intentando no fue nada menos que un cambio de paradigma en la NBA, como correr un Prius en un circuito de NASCAR.

Joe Dumars construyó su roster detectando valor adonde otros detectaban riesgo. Los jugadores principales consistían de un armador quien ya había estado en otros cuatro equipos (Chauncey Billups), un tipo que no fue considerado lo suficientemente bueno como para jugar junto a Michael Jordan en Washington (Richard Hamilton), un jugador ofensivo muy limitado en su tercer equipo (Ben Wallace), uno de los últimos picks de la primera ronda (Tayshaun Prince) y un hombre muy volátil (Rasheed Wallace).

Como dijo Dumars cuando los Pistons regresaron a las finales en el 2005 para medirse ante los Spurs, "Creo que lo que demuestra este equipo es que a veces --no siempre, pero a veces-- cuando le demuestras a un jugador que crees en él más de lo que él cree en sí mismo, puedes elevarlo".

Era como una búsqueda de talento por psicoanálisis. "Sólo observa las tendencias de las personas", decía Dumars. "Estudia sus personalidades, trata de mirar más allá del dribbling, las carreras y los saltos, intenta ver lo que la persona tiene adentro".

Si los Pistons hubieran derrotado a los Spurs en aquella serie de siete juegos, o al menos si hubieran vuelto a las finales, el enfoque de los Pistons podría haber funcionado. Pero Rasheed Wallace cometió el error garrafal de dejar abierto a Robert Horry en el Juego 5. Luego, en el 2006, fueron aplastados por Dwyane Wade. Luego por LeBron. Y finalmente, como para certificar el regreso al estilo de los '80, Boston se valió del Big Three 2.0 para terminar con ellos la temporada pasada.

El enfoque de e-q-u-i-p-o no funcionó después de todo. La razón por la cual las superestrellas importan más en la NBA que en cualquier otro deporte profesional de conjunto es que los grandes jugadores pueden empujar un equipo de básquetbol con mayor facilidad. De hecho, necesitas de alguien que pueda hacerse cargo cuando te enfrentas a defensas de calibre de playoffs diseñadas para neutralizar tus jugadas.

Pero no puedes detener lo indetenible. Muchas veces la suerte quedó librada a Jordan, Bird o Hakeem. No es cuestión de tener ese jugador, es cuestión de que ese jugador tenga un solo nombre.

Detroit intentó que la suma de sus hombres fuera más grande que uno o dos nombres, y no funcionó.

En junio, Dumars dijo que las cosas iban a cambiar, y ahora cumplió. Los Pistons finalmente tienen un hombre grande, aunque por el momento lo único que tiene de grande Iverson es el nombre. Pero al menos tiene un salario importante (20.8 millones de dólares) que podría salir del tope salarial de la organización al finalizar la campaña y los Pistons podrían tener una buena oportunidad en el mercado de agencia libre.

Éste es el problema si siguen la ruta de los nombres importantes: ¿Quién va a querer ir a Detroit? No es un destino de ensueño. Los Pistons no pueden ofrecer Hollywood o South Beach. Si LeBron quiere un escenario más grande que el que le ofrece Cleveland, no lo encontrará en Detroit.

Tal vez les sea más fácil atraer a alguien si parecen estar al borde de ganar un campeonato. Pero se han estado moviendo en la dirección opuesta, y ya no son los favoritos de la Conferencia Este. Lo irónico es que los inútiles intentos de los Pistons de ganar sin una superestrella podrían perjudicar sus posibilidades de incorporar una superestrella.

Nos hubiera gustado que un enfoque innovador como el de Dumars pudiera prosperar, que un astuto gerente general pudiera inventar una fórmula para construir una mejor nave con piezas de repuesto.

Lo lamento. Esto enloquecerá a todos los analistas de estadísticas y a los gerentes generales, pero la realidad es que todo se reduce a la suerte. La diferencia puede ser tan pequeña como el azar que trajo a Magic Johnson a los Lakers o las pelotas de pingpong que llevaron a Tim Duncan a los Spurs. Por más eficiente que haya sido el manejo de esas dos franquicias, los cinco campeonatos de los Lakers en los años '80 y los cuatro de los Spurs desde 1999 simplemente no hubieran sucedido sin esos giros de azar.

Si no son puras probabilidades, también fueron secuencias incalculables de eventos que llevaron a los mejores jugadores a cambiar de equipo en o cerca de su mejor momento: El impasse de Kobe-Shaq en Lakerland que impulsó a Miami a ganar un campeonato en el 2006; la reacción en cadena que comenzó cuando los Celtics no ganaron la lotería en el 2007 y terminaron con un jubiloso Kevin Garnett en verde y blanco, rugiendo en la cancha del nuevo Garden en junio.

Puedes intentar con logaritmos informáticos o probar suerte con el método psicológico de Dumars. Pero al final, tal vez te vaya mejor si frotas una pata de conejo.