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Si querés llorar, llorá

BUENOS AIRES -- Un marica.
-¿Un qué?
-Un marica.
-¿Quién?
-Federer, ¿quién va a ser?
-¿Y por qué?
-¿No lo vio? A su edad... Uno de los mejores del mundo...
-¿Está hablando de mí?
-¡Nooo! ¡De Federer!
-Ah. ¿Usted se refiere al llanto en la final del Abierto de Australia?
-¡Claro!
-¿Y cuál es el problema?
-¿Problema? No hay ningún problema, sólo que me parece vergonzoso que una figura del tenis mundial como Federer, a esta altura de su vida, todavía no sea capaz de aceptar debidamente una derrota y llore a lágrima tendida porque se quedó sin la copa.
-Según usted esa es la razón por la que Roger Federer estalló en llanto...
-¿Y por qué va a ser?
-¿Usted sólo concibe el llanto a causa de una frustración? ¿Nunca lloró por otro motivo?
-¿Me está preguntando a mí?
-Sí, estoy hablando con usted.
-Pensé que me estaba preguntando si Federer no había llorado nunca por otro motivo.
-No, se lo pregunto a usted, dígamelo.
-Bueno, a lo largo de mi vida lloré por muchos motivos...
-Pero a la hora de hablar de Federer se le ocurre uno solo...
-¿Y por qué otra razón pudo haber llorado?
-Rememore un poco: Federer pierde el partido, se saluda con Nadal, le entregan el premio por ser subcampeón y, cuando va a hablar, estalla en llanto. ¿Fue así?
-Sí.
-Bien, ¿y qué pasó entre el pedido de Nadal y el llanto de Federer?
-¿Qué pasó? No sé. ¿El viento?
-No sea estúpido. ¿Qué ocurrió entre una cosa y otra?
-Nada, no sé, nada.
-Error: veinte mil personas se pusieron de pie para aplaudir a Federer, ¿no se acuerda?
-Ah, sí, pero no me parece que eso pueda ser una buena razón para ponerse a llorar.
-Usted no tiene corazón.
-Sí que tengo.
-Déjeme que le cuente algo.
-Lo escucho.
-Cuando yo tenía doce años jugaba al fútbol en Los Pirañas de Almagro.
-¿En qué puesto?
-Era arquero.
-Siga.
-Nuestro equipo no era gran cosa, teníamos una avanzada bastante virtuosa, pero los defensores eran unos fracasados totales. Yo atajaba como era debido, aseguraba los cinco pelotazos decisivos reglamentarios, pero cuando durante un partido los contrarios llegaban al arco cincuenta veces, no podía evitar que dos pelotas entraran.
-Claro, uno tamoco es Superman...
-Exacto. Una vez fuimos a jugar a Campana. En la cancha habría unas doscientas personas, un poco más, un poco menos. Me pelotearon como nunca antes, yo me había convertido en un trapo de piso, sucio, agitado, no recuerdo haber sacado más pelotas en ningún otro partido. Incluso atajé un penal, y conseguí salvar un gol de tiro libre que ya parecía tan consumado que los delanteros comenzaron a festejarlo antes de que la pelota hubiera entrado. Así y todo me metieron ocho goles ese día.
-Mala performance.
-No lo crea. Ponga al mejor arquero del mundo, al que usted quiera, patéele cien pelotas y vamos a ver cuántas entran. Yo me sentía satisfecho conmigo mismo, pero habíamos perdido, y eso siempre es frustrante.
-Lo sé.
-Bien. Cuando el partido terminó 8-0 y nos encaminábamos a los vestuarios, todos, la hinchada contraria y la propia, todos, las doscientas personas, se pusieron de pie para aplaudirme.
-¿Y entonces?
-¿Y entonces?: me puse a llorar, ¿qué quería que hiciera?
-Ah, entiendo. ¿Usted quiere decirme que es por eso que Federer lloró?
-Claro.
-¡Pero es Federer! ¡Recibió miles de ovaciones de la gente como la del otro día!
-Usted no entiende nada... Hay aplausos y aplausos.
-Me parece que el que no sabe nada es usted. Creo que me está embaucando.
-A ver si me entiende de una vez. El 17 de febrero de 1972, en el Metropolitan Opera de Nueva York, Pavarotti interpretó "La Hija del Regimiento". Fue el primer tenor en interpretar a plena voz nueve do de pecho en falsete. El público se quedó extasiado y Pavarotti tuvo que salir 17 veces al escenario para recibir las ovaciones del público.
-¿Y? ¿Qué tiene que ver?
-La vez número 17, Pavarotti lloraba.

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