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Rigondeaux y su futuro

Luego de la victoria en las tarjetas de Guillermo Rigondeaux sobre Joseph Agbeko, el pasado sábado en Atlantic City, lo que pueda suceder en el 2014 con el cubano, dos veces medalla de oro olímpica, es toda una incógnita. Pese a su doble cinturón de campeón pluma Jr. es imposible imaginar que rival a su altura estará dispuesto a enfrentarlo.

Ocurre que la fácil victoria solo sirvió para echar más leña a la hoguera encendida por quienes cuestionan el estilo defensivo del cubano que suele aburrir a la platea. En el Boardwalk Hall de Atlantic City lo que sucedió puede ser considerado insólito; la platea abandonando el recinto y los pocos presentes asistiendo con cara de hastío a una batalla que hacia recordar los escenarios de los torneos entre aficionados, peleando con casco protector, y a los que solo asisten los familiares cercanos de los dos rivales.

Si tenemos en cuenta que se trataba de la pelea titular en un programa sabatino de HBO, no quiero imaginar el rostro de los encargados de medir el rating. Si al final de la batalla contra Nonito Donaire el promotor Bob Arum reconoció que no sería fácil encontrarle rivales a Rigondeaux, es fácil imaginar lo que habrá dicho esta vez.

¿Pero cuál es el problema? ¿Por qué Guillermo Rigondeaux siendo tan bueno, a la mayoría de los fanáticos les resulta tan malo? Creo que la pregunta se responde sola: el espectáculo es la industria de la emoción. Sin emociones no hay público y sin público no hay dinero para pagarles a los encargados de vender esas emociones. Rigondeaux no vende emoción y este sábado no pudo o no quiso cambiar esa historia.

Y por más que muchos defiendan su estilo asociándolo a otros cubanos exitosos como Yuriorkis Gamboa o Erislandy Lara, estos dos últimos son muy diferentes a Rigondeaux. Los dos han mostrado variación y adaptación a las exigencias de este profesionalismo. Basta recordar que Lara no dudó a la hora de salir a fajarse contra Alfredo Angulo y Gamboa, a quien hemos visto aceptar el intercambio, ha sido muy claro en su actitud: ha elegido México para mejorar su agresividad y adaptarse a lo que la platea reclama.

Rigondeaux es un campeón de estilo defensivo, que domina la distancia, controla el ritmo en base al jab, lanza golpes desde la seguridad de esa distancia y posee una velocidad de vértigo para huir con salidas por laterales a cualquier acoso de sus rivales. Es difícil cortarle el ring e imposible alcanzarlo. Esa forma escurridiza no se adecua a sus rivales que no solo padecen para encontrarlo, también en su afán de llegarle en base a presión, la ansiedad les pasa factura, se exponen y son alcanzados por peligros contragolpes.

¿Qué opción les queda ante un oponente de esas características? Ser más rápido es una posibilidad y la restante; utilizar la misma estrategia. Esperar, esperar y cazarlo con algún contragolpe. Posiblemente eso fue lo que pretendió realizar Agbeko, pero no supo interpretar el inédito libreto.

Con dos hombres que esperaban, esperaban y cuando lanzaban lo hacían de lejos, ocurrió lo previsible: no hubo pelea. El campeón apegado a lo que le da resultado y el rival temeroso de caer en su trampa. Cada uno peleando desde su distancia, lanzando golpes, pero sin lastimarse. El cubano lanzo más de ochocientos golpes y Agbeko poco más de trescientos, pero los dos terminaron la batalla con los rostros inmaculados. No se alcanzaron, no se hirieron. Por momentos parecía que ambos estaban enfrentando a su propia sombra. Fue todo tan penosamente aburrido que al sexto asalto el ghanés lo había alcanzado con un golpe de poder una sola vez y fue el noveno asalto donde más golpes le consiguió conectar al campeón: ¡Apenas siete impactos!

De la esquina le pidieron a Rigondeaux que fuera agresivo, que pusiera presión, en una palabra: que diera espectáculo, que saliera a terminarlo. Es verdad que el cubano lo intentó, pero muy tibiamente y abandonó enseguida regresando al estilo de siempre. Dio la impresión de sentir temor de arriesgar, temor a jugarse para encontrar el KO y tal vez, temor a que el rival le respondiera con su misma receta: el contragolpe. En lenguaje popular cubano, diríamos "tuvo miedo a que le dieran contracandela".

Y la platea no paga un boleto para ver a dos individuos que pasan tediosos doce asaltos evitando el intercambio. Un intercambio que todos sabemos que no le agrada a Rigondeaux, pese a que desde su equipo lo han alertado de la necesidad de mudar su estrategia.

La oportunidad de mostrar ese cambio y ganarse a los fanáticos parece ya ser una oportunidad perdida. Agbeko era el rival idóneo para justificar su lugar en la cartelera. Ahora, el futuro de Rigondeaux parece que no depende de Rigondeaux. Los números, el rating, el interés de los fanáticos y el deseo de los rivales por enfrentarlo, decidirán lo venidero en su carrera. En ese escenario si desea encontrar buenos rivales, deberá resignar ganancias y aceptar las peores bolsas. Un panorama que luce desolador.

Increíble que algo así le ocurra a un doble campeón mundial, pero alguien debería explicarle que en este negocio el brindar emociones, el ofrecer espectáculo, es más importante que terminar cada pelea sin heridas en el rostro, con una victoria en las tarjetas y la asistencia bostezando en sus butacas. Ojalá despierte a tiempo, ninguna carrera dura para siempre y el dinero hay que ganarlo antes de que se acabe la misma.