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La impresionante historia del apneísta que empoderó al elenco de 'Black Panther: Wakanda Forever'

El apneísta Alex Llinás, cuya historia de origen es tan increíble como la de cualquier personaje de Marvel, pasó meses entrenando a los actores para sus papeles bajo el agua en "Black Panther: Wakanda Forever". Idris Solomon for ESPN

MIRANDO SU RELOJ, Alex Llinás susurra: “Un minuto”.

Inhalo lentamente, sintiendo que mi estómago se expande, llenándose de aire. Aguaaanta en la punta, me dice Llinás. Ubico mi lengua contra mis dientes, haciendo un sonido de “tss” mientras exhalo lentamente. Llinás, poseedor de dos récords suramericanos de apnea y que terminó la temporada 2022 empatado en el segundo lugar del ranking mundial de la disciplina, está a mi lado en la piscina, exhalando junto a mí. Siento que mi estómago se hunde mientras se escapa el aire. Llevamos cuatro minutos respirando de forma sincronizada, preparándonos para lo que vendrá después.

Visto un traje de neopreno negro, que no me queda del todo bien, dentro de una piscina de 6 pies de profundidad. Me arrodillo en una plataforma y el agua me llega al pecho. Una máscara, que se ajusta a mi cara con ventosas, cubre mis ojos y me tapa la nariz. Estoy a pocos segundos de sumergir lentamente mi cabeza para aguantar la respiración durante dos minutos bajo el agua. El agua siempre me ha aterrorizado.

¿Por qué hago esto? Para entender cómo se sintieron actores de la talla de Lupita Nyong’o, Angela Bassett, Tenoch Huerta, Mabel Cadena y Alex Livinalli mientras entrenaron para sus papeles en “Black Panther: Wakanda Forever”. La película de Marvel Studios, que se estrena este viernes, nos llevará a Talocan, un poderoso imperio submarino liderado por el Rey Namor (interpretado por Huerta) que emprende un ataque contra Wakanda.

Fue Llinás quien enseñó a los actores cómo convertirse en criaturas marinas, como hacer del agua su hogar (vistiendo disfraces y con maquillaje). Junto a otros apneístas y miembros del equipo técnico, Llinás les ayudó a hacer una escena perfecta, logrando los ángulos de cámara e iluminación precisos mientras navegaban la naturaleza tridimensional del agua. El primer paso: sentirse cómodos sosteniendo la respiración por largo tiempo bajo el agua.

Hoy, en un día ventoso de Princeton, Nueva Jersey, Llinás me imparte el mismo entrenamiento que dio a los actores durante los primeros días en el set de “Black Panther: Wakanda Forever”.

Comenzamos con estiramientos y trabajos de respiración en un gimnasio, donde le cuento a Llinás que soy capaz de aguantar mi respiración por dos minutos en tierra firme, gracias a mis prácticas de meditación. Llinás se muestra sorprendido, hasta impresionado.

Vamos a hacer que la aguantes por dos minutos bajo el agua, me dice.

Jamás, pienso.

A pesar del traje y la alberca climatizada, comienzo a sentir escalofríos mientras me preparo para sumergirme. Llinás me advirtió sobre esos escalofríos.

Cierra tus ojos, dice Llinás. Piensa en tu sitio de dormir.

Siento que mis párpados se ponen cada vez más pesados. Cierro mis ojos. Mi presión sanguínea se desacelera.

Treinta segundos, él susurra. Comenzamos a depurar ahora.

Cinco inhalaciones por la boca y cinco exhalaciones por la boca. Crean una hiperventilación moderada, que debería ayudarme a que se sienta más cómodo cuando aguante la respiración por más tiempo.

Luego de cinco repeticiones, Llinás me pide que vuelva a mi respiración diafragmática.

Diez segundos, dice.

Inhalo lentamente, sin movimientos bruscos, sin ejercer una energía excesiva. Debo indicarle a mi corazón que todo está bien.

Después, bajo mi cabeza lentamente. Floto dentro del agua, boca abajo, confiando en una persona que conocí hace apenas pocas horas. Una persona que, según he descubierto, ha superado batallas contra el sistema de inmigración estadounidense, contra el cáncer, contra una infección que casi le cuesta la vida. Una persona cuya historia de vida podría ser tan entretenida y conmovedora como cualquier trama del Universo Cinematográfico de Marvel (UCM).


LA PRIMERA ESCENA, obviamente, transcurre en la costa. Semanas después de su nacimiento -- en 1978 en Barranquilla, Colombia -- su padre, un talentoso surfista, corrió a la playa y sentó a Llinás en la orilla, mientras las espumosas olas besaban los pequeños dedos de las manos y pies de Llinás. Llinás ha escuchado esta historia una y otra vez durante años.

Mientras crecía en las playas colombianas, Llinás pasó horas nadando y surfeando todos los días. Ganó todos los eventos de natación, apnea y buceo en Barranquilla. Su padre, que era su “sol, mi luna, mi todo”, lo crio por cuenta propia tras la separación de sus progenitores debido a los problemas de su madre con el consumo de drogas, según cuenta Llinás. Pocas veces vio a su madre, y cuando lo hacía, no sabía qué decirle. Era una desconocida para él.

Los Llinás se mudaron por todo Colombia, de Barranquilla hasta Medellín y pasando por San Andrés. En ocasiones, Llinás vivía con sus tíos cuando su padre requería tiempo para atender a sus negocios. Cuando tenía 12 años, según recuerda, la vida se dificultó en la isla caribeña de San Andrés cuando la empresa de ron y especias de su padre luchaba por mantenerse a flote.

Entonces, cuando tenía 15 años, su padre decidió, tras conversar con la tía de Alex que vivía en Estados Unidos, que era hora de mudarse a la “tierra de las oportunidades”. Dejando atrás a Llinás, que requería tiempo para preparar su documentación, su padre se mudó a Monroe, Carolina del Norte. Un año después, Llinás abordó un avión para empezar su vida en Estados Unidos. Se preparó viendo caricaturas en inglés a diario y le rogó a su primo que le hablara únicamente en inglés.

Ambos llegaron a Estados Unidos y se quedaron más allá del tiempo permitido por sus visas de visitantes. Su padre creó el periódico hispano Mundo Latino, mientras Llinás iba a la escuela en el pueblo de Monroe de población predominantemente de raza blanca, donde la mayoría creía que si hablabas español eras mexicano… y pobre, según recuerda Llinás. La mudanza desde Colombia y la vida en la rural Carolina del Norte fue difícil para el preadolescente. Cuando terminó el bachillerato, había estudiado en 12 escuelas de dos países. Sin embargo, Llinás eventualmente pudo hacer algunos amigos cercanos.

Justo cuando empezaba a sentir estabilidad por primera vez en su vida, cometió un error sin sentido -- un error que definiría su vida durante las dos décadas siguientes.

A los 19 años, siendo inmigrante sin papeles en Estados Unidos, decidió viajar a Canadá.


¿ERES CIUDADANO ESTADOUNIDENSE?

Sí.

Alejandro Fernández Llinás. No apareces en nuestro sistema como ciudadano estadounidense.

Llinás y sus amigos habían manejado desde Carolina del Norte hasta las Cataratas del Niágara tras su graduación de secundaria. Cuando uno de sus amigos dijo: “Deberíamos ir a Canadá”, Llinás lo pensó (bueno, la verdad no lo pensó) y respondió: Claro que sí. Al cruzar la frontera con Canadá, Llinás preguntó al oficial fronterizo estadounidense qué documentos necesitaría para volver a ingresar al país.

“Tu licencia de conducir”, respondió el oficial.

La tengo, pensó.

Pero la situación se agravó. Después vinieron más preguntas. Llinás recuerda haber dicho: “Me quedé ya que se había vencido mi visa de turista”.

Recuerda que lo montaron en un autobús hasta un sitio cuya ubicación no recuerda bien. Luego, le hicieron abordar un avión hasta Newark, Nueva Jersey, y se le llevó a un centro de detención del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) en Elizabeth, Nueva Jersey.

Permaneció detenido por un mes y pasó mucho tiempo llorando mientras el ICE iniciaba el procedimiento de deportación. Estaba rodeado de personas provenientes de todas partes del mundo -- gente capturada y detenida “en las circunstancias más desgarradoras que te puedas imaginar” -- y que no tenían la documentación para demostrar que eran dignos de ser denominados ciudadanos de los Estados Unidos. Hizo amistad con un hombre proveniente de Albania que compartió con él y le hizo sentirse menos solo.

Un mes después, Llinás fue puesto en libertad condicional. Mientras trabajaba con un abogado para solicitar asilo político, también se inscribió en el Cape Fear Community College de Carolina del Norte para iniciar estudios de ingeniería. No podía ingresar a una universidad de cuatro años de estudios por su estatus migratorio, pero necesitaba recuperar parte de su vida.

Durante los próximos dos años y medio, Llinás viajó en múltiples ocasiones desde Carolina del Norte hasta Nueva Jersey para luchar por su caso. Cuando se le convocaba, llegaba cargando una bolsa llena de documentos.

En 1999, se le concedió asilo político basado en temor a ser perseguido en su país natal. (El tío y padre de Llinás eran feroces críticos del gobierno y otros grupos en Colombia por lo que recibían amenazas de muerte). Esto significaba que podía residir legalmente en Estados Unidos, pero había una condición. Considerando que había mentido en la frontera afirmando ser ciudadano estadounidense, no podía solicitar la residencia permanente o la ciudadanía hasta que se modificaran ciertas leyes migratorias.

Pero tampoco podía volver a Colombia, porque su condición de asilado dependía de que nunca regresara a su país de origen. Podía viajar a otras naciones, pero requería de un papeleo intenso, por lo que la mayoría de las veces se quedaba en Estados Unidos por miedo a no poder volver. O peor aún, a ser detenido nuevamente por el ICE.

Tan pronto completó el papeleo, Llinás se inscribió en la Universidad de North Carolina State para estudiar ingeniería mecánica en un programa de cuatro años. Se mudó a Raleigh, Carolina del Norte, dejando atrás a su padre y a Monroe por el momento.

En 2003, su padre tuvo que confrontar problemas con el sistema migratorio. Fue arrestado y posteriormente condenado por un cargo de portar armas como residente ilegal. Después fue deportado. Cuando volvió a ver a su padre, Llinás era un hombre nuevo, con una nueva carrera y pasión.


LLINÁS RECUERDA CON CLARIDAD la fotografía. Su amigo la acababa de publicar en redes: una imagen submarina del océano, con una persona utilizando una lanza para matar un pez. Corría el año 2009 y Llinás acababa de renunciar a su poco satisfactorio empleo de ingeniería en Los Ángeles, mudándose a Wilmington, Carolina del Norte. La foto le habló.

“Pensaba: ‘Hombre, quiero hacer eso’”, dijo Llinás.

Le volvieron los recuerdos de su niñez cuando ganó competiciones submarinas en Colombia, pasando horas incontables perfeccionando aguantar su respiración y disfrutando de un día de surf con sus amigos.

Ordenó un equipo de pesca submarina y se sumergió en el mar de Carolina del Norte. Volvió a la orilla cargando un pez. A Llinás le encantó la experiencia. Sintió algo gratificante en todo ello.

No tardó en decidirse en tomar un curso de apnea deportiva y recibió su certificado. Poco después, viajaba a Puerto Rico tres veces al año para impartir clases de apnea. (La costa de Carolina del Norte no es apta para la práctica de la apnea porque tiene kilómetros de aguas poco profundas).

Entre 2010 y 2015, cuando constantemente impartía y entrenaba la apnea, tenía sensaciones totalmente opuestas a las de su empleo como ingeniero en Los Ángeles. Se sentía vivo. Se sentía feliz. Se sentía emocionado.

A los atletas que conocía en Carolina del Norte les encantaba entrenar con él.

“Tiene una gran energía -- todo el mundo quiere estar cerca de él”, afirma Cameron Holman, uno de los compañeros de entrenamiento de Llinás.

Cuando impartía clases de apnea, Llinás se enfocaba en la seguridad. Las personas no hacen mucho ruido cuando están a punto de desmayarse y fallecer bajo el agua. Lo hacen en silencio. Así que siempre está observando, anticipándose a los problemas.

La apnea es uno de los deportes más peligrosos del mundo, con más de 50 fallecidos por año. Cuando los atletas permanecen bajo el agua por varios minutos consecutivos, sus vasos sanguíneos bombean sangre hacia su corazón y cerebro, y la alejan de sus extremidades. Ese fenómeno se denomina reflejo de inmersión mamífero. Su ritmo cardíaco y presión cardiaca aumentan y disminuyen drásticamente, dice el Dr. Juan Valdivia, director médico de la Federación de Apnea de Estados Unidos.

“La apnea es una disciplina en la que desbloqueas mecanismos que tienes en tu cuerpo para poder sobrevivir bajo el agua durante un tiempo determinado, y cuanto más lo sigues haciendo, puedes terminar haciendo un viaje de autodescubrimiento”, expresa Valdivia. “Eso tiene un precio, porque cuanto más profundo quieres llegar, como una forma de decirte a ti mismo que lo estás haciendo mejor, más riesgos corres”.

En 2012, cuando una de sus amigas en Wilmington comenzó a entrenar para un récord mundial de apnea, Llinás le pidió acompañarle en sus entrenamientos. Durante las prácticas, se dio cuenta de que sus tiempos eran muy superiores a los de ella. Allí se dio cuenta de que podía tener posibilidades de incursionar en la apnea competitiva, deporte regulado a nivel profesional por la AIDA (Asociación Internacional para el Desarrollo de la Apnea) y CMAS (Confédération Mondiale des Activités Subaquatiques). Se celebran competiciones en todo el mundo tanto en el océano (profundidad) como en piscinas (distancia/tiempo). Los atletas pueden competir en varias disciplinas (sin aletas, con una o dos aletas, con peso constante o variable) y Llinás se sintió atraído por todo ello.

Él había recibido algo de dinero vendiendo los terrenos de su padre en Carolina del Norte, y en 2016, dejó su trabajo de consultoría de ingeniería y decidió dedicarse de lleno a la apnea. Su mente, y recursos económicos, estaban listos. Pero su cuerpo, no.


PARECÍA TENER una gripe común y un grano, un grano pequeño pero doloroso, en su rodilla derecha. Llinás llevaba pocos días en su papel de jefe interino de seguridad del Campeonato Mundial de Apnea al Aire Libre 2019 celebrado en Roatán, Honduras, y ahora una espinilla, entre todas las cosas, amenazaba con frustrar los planes que ya se habían aplazado durante casi dos años cuando aparecieron otros bultos misteriosos en su cuerpo en 2017.

Los otros (más grandes y en forma de huevo a cada lado de su abdomen bajo) surgieron poco después de que Llinás volviera a Carolina del Norte tras un viaje a Puerto Rico para practicar la apnea.

¿Qué es esto?, pensaba Llinás. ¿Son músculos? ¿Qué me pasa?

Una serie de citas médicas, resonancias magnéticas y rayos X respondieron sus preguntas: En abril de 2018, Llinás fue diagnosticado con linfoma folicular no Hodgkin, una forma incurable de cáncer linfático. Los tratamientos funcionaron pues ayudan a prolongar la vida, pero el cáncer nunca desaparece del todo. Es una enfermedad crónica.

Los médicos recomendaron esperar hasta la aparición de síntomas para iniciar el tratamiento. Por ello, Llinás decidió que mientras tanto viviría (y prosperaría) con el cáncer. Su vida estaba dentro del agua.

Convenció a los médicos que le permitieran participar en el Vertical Blue de 2018 en las Bahamas. Sería buzo de seguridad: estaría con los competidores bajo el agua, observándoles de cerca y ayudándoles de ser necesario. Una vez terminada la competencia, convenció a los jueces que le permitieran intentar su primer récord de apnea.

Completó 58 metros de apnea. Era su intento más largo hasta el momento… y lo completó. Una marca personal.

Dos meses después, luego de sufrir una fractura de costillas surfeando en Hawái, sus oncólogos de UNC Chapel Hill decidieron que era hora de iniciar el tratamiento.

Durante los próximos seis meses, Llinás se sometió a quimioterapia cada 28 días. Apenas tenía energía para caminar. Se le prohibió acercarse al agua. Su sistema inmunológico no tenía capacidad para resistir las bacterias y virus que residen en el agua.

“Estaba emocionado, asustado e inquieto, porque no podía hacer las cosas que habíamos hecho toda la vida y no estaba acostumbrado a estar postrado en una cama, o a no tener energía para salir a hacer algo”, cuenta Aaron Vitali, su mejor amigo y compañero apneísta, que también laboró en los sets de “Black Panther” por varias semanas.

Tras seis sesiones de quimioterapia, el médico de Llinás le ordenó hacerse una resonancia detallada. Luego, puso dos resonancias magnéticas, una al lado de la otra. La primera, tomada seis meses antes y otra tomada el mismo día. La primera resonancia mostraba varias zonas negras (indicativas del cáncer) en sus costillas, sus intestinos, en todo su cuerpo. ¿Y la segunda? La segunda prácticamente no mostraba masas negras. Llinás se encontraba en remisión exitosa.

Dos meses después, viajó a Bali para una sesión de entrenamientos de apnea de un mes.

“Para mí, no hay otra opción que estar en el océano”, indica Llinás. “En todo caso, el cáncer me hizo apreciar más la vida y querer seguir mis sueños. No dejaré de vivir mi vida, ni voy a empezar de repente a practicar la jardinería o quedarme en casa. La otra opción no era opción para mí”.

Un mes después (todo un año después de trabajar como buzo de seguridad en el Vertical Blue de 2018), Llinás fue contratado como jefe interino de seguridad del Campeonato Mundial de Apnea al Aire Libre de 2019. Se sentía preparado para las prolongadas jornadas de trabajo que le esperaban, planificando y ejecutando protocolos de seguridad durante el campeonato.

Pero después, vino aquel grano.

Le molestó lo suficiente como para que Llinás acudiera a una clínica local esperando que se lo pudieran remover, y le indicaron que estaba infectado. Comenzó a tomar antibióticos; pero al día siguiente, su rodilla comenzó a hincharse y se podían ver venas oscuras que llegaban hasta su canilla. Las pruebas revelaron que tenía niveles bajos de glóbulos blancos, dejando su cuerpo vulnerable a los gérmenes con los que entraba en contacto dentro del agua.

Tuvo fiebre y escalofríos. Fue ingresado a un hospital.

La primera noche que pasó allí, con una sonda intravenosa en su brazo, los dientes tiritando y su rodilla palpitante (“Juraría que mi rodilla tenía un latido”), sintió temor por su vida.

¿Llegó mi fin? ¿Después de todo lo que he pasado?

Pocos días después, sin mejoría aparente, Llinás fue trasladado en avión hasta Fort Lauderdale para recibir tratamiento. Pasó una semana en un hospital, experimentando algunos de los peores días de su vida.

No soy fumador. No descuido mi cuerpo. No merecía tener cáncer y ahora, me pasa todo esto.

Llinás requirió más de una semana para que la infección comenzara a ceder, para que se diera cuenta de que había pasado lo peor. Después, un médico cortó su grano y liberó la presión. Recuerda muy bien haberse sentido aliviado durante la incisión. Le recordó que seguía con vida.

Durante las seis semanas siguientes, Llinás trabajó lentamente para recuperar su fuerza. En octubre de 2019, compitió en el torneo de apnea Oceanquest Curaçao de 2019 y quedó en el segundo lugar en una disciplina, imponiendo dos récords colombianos en el proceso.

Y fue entonces cuando recibió el llamado de “Black Panther”.


CUANDO ALEX LIVINALLI entró al set de “Black Panther: Wakanda Forever” en Atlanta a principios de 2021, conocía muy poco sobre el entrenamiento submarino al que debería someterse para interpretar el papel de Attuma, soldado del reino de Namor.

El venezolano-estadounidense, conocido por sus papeles en las series “The Walking Dead”, “Ozark” y “Chicago P.D.”, no era nadador de élite en ninguna circunstancia, pero creía que podía ser capaz de defenderse. Livinalli recuerda que Llinás le pidió que tocara el fondo del tanque de 20 pies en el que trabajaban durante sus primeros días de entrenamiento. Tardó menos de 30 segundos, pero Livinalli empezó a “perder el control”.

Por tanto, Livinalli entrenó con Llinás por varias horas a diario durante los próximos meses. El primer paso fue ayudarle a desacelerar su pulso y sentirse seguro bajo el agua. Después, Livinalli trabajó para permanecer dentro del tanque por más tiempo.

“[Livinalli] fue muy amable. Siempre tuvo una actitud positiva, siempre sonriente, siempre disfrutando”, afirmó Llinás.

A las pocas semanas, Llinás puso seis sacos de arena sobre varias plataformas al fondo del tanque. Llinás le pidió a Livinalli que respirara profundo, buceara hasta el primer saco, lo recogiera, caminara por el fondo del tanque hasta llegar al próximo saco, soltara el primero, recogiera el segundo y así sucesivamente hasta llegar al último. Después, se dirigiría lentamente hasta la superficie para tomar aire.

Nunca seré capaz de hacer eso, recuerda haberle dicho a Llinás.

Sin embargo, respiró hondo y se sumergió en el tanque.

Livinalli no recuerda por cuánto tiempo estuvo sumergido, pero sí rememora la emoción y entusiasmo que sintió tras soltar el último saco de arena y salir a respirar.

“Lo hice. Fue algo tan maravilloso”, afirma Livinalli. “Alex me enseñó cómo relajarme, cómo confiar en el proceso y confiar en todos los que te rodean y que estarás seguro”.

Para Huerta, que incursiona en el UCM en “Wakanda Forever” como el antihéroe Namor, su entrenamiento le cambió la vida. De no saber nadar, se convirtió en un rey submarino lleno de confianza en cuestión de pocos meses. Huerta practicó fútbol americano y consideraba que su estilo de entrenamiento era demasiado militarista, y le preocupaba que Llinás utilizara métodos similares, provocando en Huerta temor y estrés. Pero el entrenamiento con Llinás fue un proceso pacífico. Huerta pasó de sostener la respiración bajo el agua durante 30 segundos en los primeros días, a cinco minutos luego de un mes.

Tanto Huerta como Livinalli pasaron de sentirse “realmente incómodos bajo el agua a súper cómodos”, según indica Llinás. Al final de sus entrenamientos, Llinás los veía iniciar sus rutinas sin instrucciones.

El trabajo de Llinás no concluyó tras perfeccionar el régimen de entrenamientos de los actores. Nada importaba hasta tanto la escena quedara capturada por las cámaras. Llinás ayudó a los actores con sus ubicaciones, a coordinar la iluminación y a los extras, a ubicar la utilería en su sitio apropiado. Todo ello bajo el agua, preparado a ayudar a los actores en su característico traje azul.

Pete Zuccarini, director de fotografía de “Black Panther II”, había trabajado con Llinás en varios comerciales escenificados en fondos submarinos. Siendo también apneísta, había seguido la carrera competitiva de Llinás. Quiso contar con Llinás para “Avatar 2: The Way of Water”, pero ya estaba comprometido con otros emprendimientos.

Llinás era perfecto para “Wakanda Forever”: Era un instructor de apnea prestigioso a nivel mundial, lo que significaba que sabía manejar a un grupo de estudiantes diversos; algunos con mucha experiencia en el agua y otros a los que debía entrenar desde cero. Era atleta, lo que significaba que podía cambiar el papel de entrenador por el de doble de acción. También hablaba español, lo que era necesario para comunicarse con algunos de los actores.

“Pude verle adaptarse rápidamente y bien”, expresa Zuccarini. “Debes sostener la respiración por más tiempo que nadie, porque debes ubicarte en tu posición antes de que te traigan el actor, sostener al actor, guiar al actor, no interferir con la toma, evitar que salga el aire. Y después, cuando termina la escena, salir a recuperarte y tomar aire”.

El cineasta elogió el impacto causado por Llinás en el elenco, al igual que el director Ryan Coogler. Por ejemplo, Huerta consiguió un nivel tan alto que era llamado para volver a filmar una escena mientras permanecía bajo el agua, aguantando la respiración.

“Podíamos hacer tres (a veces cuatro) tomas, una tras otra”, indica Huerta.

Para Livinalli, su momento de revelación ocurrió cuando se dio cuenta que debía dejar de pensar como si él, Alex Livinalli, intentara aguantar la respiración para poder interpretar a Attuma.

¿Qué haría Attuma? De repente, se dio cuenta de cómo soltaba el estrés sobre su cuello, sobre sus codos. Encontró fluidez dentro del agua. Sostener la respiración ocurría con naturalidad. Las escenas se sentían más orgánicas.

Ambos atribuyen a Llinás el mérito de haberles ayudado a conseguirlo. Incluso mientras Llinás se forjaba su propio camino.


CON SUS MANOS TEMBLOROSAS, Llinás dejaba correr sus dedos sobre el pequeño libro azul marino. Impresas estaban las palabras “Pasaporte” y “Estados Unidos de Norteamérica”. Adentro, una foto de su rostro al lado de su nombre. Dentro de un ascensor, Llinás saltaba, riéndose en silencio.

Corría el otoño de 2021 y Alex Llinás (27 años después de mudarse a Estados Unidos) era finalmente ciudadano a toda regla.

Mientras sostenía su pasaporte, Llinás pensaba en su padre, a quien había visitado en Colombia en múltiples ocasiones durante los últimos seis años desde que se le confiriera estatus de residente permanente en Estados Unidos. Su padre falleció hace año y medio, asesinado en abril de 2020 en la Sierra Nevada de Colombia. Se habría sentido orgulloso de lo lejos que había llegado su hijo.

Pero Llinás no había terminado. Tenía la vista fija en otra meta: representar a Estados Unidos en apnea. Un objetivo que no creía posible.

Sin embargo, se le informó que su primera oportunidad de defender los colores de Estados Unidos vendría en el Campeonato Mundial de Apnea al Aire Libre CMAS en octubre de 2022. Poco después de concluida la producción de “Black Panther”, Llinás viajó a Bali para entrenar en profundidad. Y en agosto pasado, tres meses después de haber viajado en ambulancia aérea desde Roatán, Honduras, volvió a ese país.

Completó una apnea de 101 metros con dos aletas (una en cada pie) en el Campeonato Mundial AIDA en Roatán, alcanzando un tope personal. Aportando contexto: Arnaud Jerald posee el récord mundial de los 120 metros. Puede que Llinás solo haya alcanzado 19 metros menos que Jerald, pero se requieren de muchos años de perfección para que los últimos metros de la apnea salgan bien.

Llinás partió de Honduras en el segundo lugar del ranking con una medalla de oro, una de bronce, dos récords continentales y cuatro récords colombianos.

Viajó a Turquía con la fuerte ambición de representar por primera vez a Estados Unidos. Tres días antes del campeonato, se fracturó el pie izquierdo en un accidente con un scooter. A pesar de haber quedado empatado en el segundo puesto del ranking mundial 2022 en todas las disciplinas, su nueva meta tendría que esperar.

“Durante unas semanas, no estuve en el mejor estado de ánimo, tratando de entender qué hacer después”, indica Llinás.

Afirma que estará en Turquía la próxima temporada, representando a Estados Unidos. Llueve, truene o relampaguee.


ESTÁS EN CHENNAI. En la playa. Es un día caluroso, y el sudor corre por tu rostro, me dice Llinás durante los primeros segundos después de sumergirme. Su voz suena apagada a mis oídos. Es suave y prolongada, recordándome el ronronear de un gato.

Puedo sentir los dedos de Llinás en mi codo izquierdo. Apenas me toca, pero me calma.

Mis entrañas se sienten frías. Pero mi cara, mi piel, se sienten cálidas. Como si, de alguna forma, estuviera en la piscina y en mi sofocante ciudad al mismo tiempo.

Llinás analiza mi cuerpo. Relaja tu cuello, me dice, y siento cómo mi cuello escucha su voz automáticamente, como si ya no estuviera bajo mi control. Nos movemos por mis cejas, quijada, diafragma, espalda baja, muslos, cuádriceps, pies.

Luego de un minuto, Llinás toca mi hombro. Es la señal para sacar mi dedo índice. Debo hacerle saber que sigo viva. Siento un pequeño impulso de tomar aire con la nariz. Pero se me pasa y sigo flotando.

Vas muy bien. Llevas un minuto y 30 segundos, escucho decir a Llinás.

Siento presión sobre mi pecho, mis costillas. Mi cerebro le dice a mi cuerpo que debe respirar. Ya.

Puedo hacerlo.

Llinás pinta una imagen para mí. Me dice que voy a la India (por primera vez en tres años) y que hago maletas. Quiere que pase lentamente por mi clóset, recoja mis prendas y las meta en mi maleta.

Estoy escuchando, pero siento mayor presión, una constricción constante, como si dos manos me presionaran el pecho.

Si sientes constricción contra tu pecho, nótala. Y sigue adelante, dice Llinás justo a tiempo.

Vuelve a tocar mi hombro. Saco mi dedo.

Vas muy bien, me dice.

No le escucho decirme cuánto tiempo llevo sumergida. Pero mi cerebro me dice que han pasado dos minutos.

Pongo mi mano derecha sobre el borde de la piscina. Después, la mano izquierda. Nada de hacer movimientos súbitos, según me enseñó Llinás. Dejo mi rostro bajo el agua, otro truco de Llinás. Es una forma de engañar a tu cerebro, haciéndole creer que saldrás del agua. Intenta permanecer sumergida unos segundos más, después de tocar el borde de la piscina, dijo Llinás.

Lentamente, saco mi cabeza del agua. Ahora, Llinás sostiene la parte superior de mi brazo. Me pide que respire profundamente y con fuerza por la boca. Uno, cuenta, con su dedo índice frente a mi cara. Woosh, woosh, woosh, la respiración sale en ráfagas.

¿Estás bien? Pregunta, con una firmeza en su voz que no había utilizado cuando yo estaba bajo el agua. Conecto mi pulgar con el índice, haciendo la señal de que todo está bien, al igual que lo hacen los apneístas después de cada intento. Estoy bien, digo.

¿Sabes cuánto tiempo duraste?, me pregunta.

Dos minutos y 21 segundos. Acerca su muñeca a mi cara, mostrándome el cronómetro de su reloj.

No puede ser, respondo. Mis ojos están hinchados, con el agua saliéndome por la nariz.

Llinás sonríe. Sí, lo lograste.