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El milagro de Juan Carlos Cuminetti, el argentino que ganó tres Champions de vóley después de un terrible accidente

Al mediodía del 2 de octubre de 1988, Juan Carlos Cuminetti parecía ser uno de los deportistas más felices del mundo: a los 21 años, era el integrante más joven del equipo argentino de vóleibol que esa mañana había logrado una increíble medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Seúl y pocos días atrás había acordado su incorporación a Camst Bologna, uno de los 14 clubes de la Liga Italiana, la NBA del vóley.

El 14 de marzo de 1989, apenas unos meses más tarde, aquella felicidad casi se vuelve tragedia. “Nacho” tuvo un tremendo accidente automovilístico y llegó al hospital Rizzoli de Bolonia con su brazo derecho destrozado. “¿Jugar al vóley? Mirá, vas a tener suerte si podés volver a tocarte la cara con esa mano”, le dijo el médico que lo operó por primera vez.

Casi una década después de ese diagnóstico devastador, Cuminetti no solo había vuelto a jugar al vóley de altísimo nivel –un Mundial, primero, y la vuelta al ruedo en Italia, después-, sino que había sido un auténtico bombardero en Módena, el equipo del que se convirtió en ídolo y con el cual ganó tres ediciones consecutivas de la Copa de Campeones de Europa (luego denominada Champions League) y dos veces el Scudetto italiano.

“El técnico de Suecia, Anders Kristiansson, se me acercó en la Villa Olímpica de Seúl 1988 y me propuso sumarme al Bologna. Nuestros principales jugadores y hasta algunos suplentes, como Esteban De Palma, ya tenían equipo en Italia. Yo no tenía nada en el exterior. Estaba jugando la Liga Nacional para Provincial de Rosario”, rememora Cuminetti en diálogo con ESPN.

“Me gustó la idea. Así que ahí mismo fuimos a hablar desde un teléfono público con un dirigente de Bologna. ¡El sueco ponía cospeles en el teléfono de la Villa Olímpica y, entre señas y con mi escaso inglés de esa época, hablamos con el directivo! Yo parecía Tarzán y él quería meter alguna palabra en Español”, se ríe el voleibolista argentino con más títulos en el vóleibol europeo.

El sueco le expresó todo su interés por sumarlo al equipo italiano y los dirigentes bologneses lo convencieron rápidamente. Se abría un nuevo mundo para ese pibe nacido en Rosario y curiosamente apodado “Nacho”: su madre, que pretendía llamarlo Ignacio, le ganó la pulseada a su padre, que lo inscribió en el Registro Civil como Juan Carlos. En la familia era “Nacho”. Desde chiquito y para siempre.

Subir a la cima de Europa, una costumbre

Cuminetti es uno de los pocos voleibolistas que puede jactarse de haber ganado tres veces consecutivas la Champions League. Es, naturalmente, el argentino más ganador en el torneo más prestigioso de Europa. El próximo 5 de mayo (con transmisión de Star Plus), su compatriota Marcelo Méndez buscará, en la conducción del Jastrzebski Wegiel polaco, ser el primer entrenador celeste y blanco en ganar el trofeo más codiciado del continente.

“La Champions es una confirmación de todo. Porque la construcción empezaba el año anterior. Tenías que ganar tu liga para tener derecho a jugar la Copa de Campeones. Y no era tan raro que perdieras la Champions porque alguno de los titulares de la temporada previa había dejado el equipo. Es decir que era una construcción a largo plazo, una confirmación. Y por supuesto, una competición muy linda, muy apasionante, muy estimulante”, detalla Cuminetti.

–Vos jugabas en Módena, un histórico de Italia. ¿Qué particularidades tenía en aquellos años la Copa de Campeones?

–Éramos un gran equipo, por supuesto. Pero cuando salíamos a Bélgica, Holanda o España, por ejemplo, no nos tenían el “respeto” que sí nos tenían los otros equipos italianos. Había que hacer prevalecer lo táctico y lo físico, pero también lo mental. Porque muchas veces jugábamos con adversarios inferiores pero muy aguerridos y con la autoestima por el cielo. Había que hacerse respetar, je.

–Ganaron tres Champions consecutivas, algo que solo había hecho el CSKA de Moscú, que logró cuatro en los ochenta. ¿Cómo recordás esas consagraciones de Módena en Europa?

–La primera, en Bologna, fue espectacular, porque no llegábamos como favoritos. El favorito era Treviso. Nosotros teníamos la baja de Luca Cantagalli, quien se había operado un codo. Luca te mantenía la estructura del equipo: recibía, defendía, bloqueaba, atacaba, sacaba. Hacía de todo. En “semis” empezamos haciendo agua y nos repusimos. Modestamente puedo decir que jugué muy bien (¡hizo 53 puntos!), como jugaron bien otros compañeros. Ésa fue la Champions que nos generó mayor satisfacción, creo, porque decididamente no la esperábamos ganar. En las otras dos sí éramos, quizás, los favoritos, aunque siempre teníamos que superar a Treviso, que era tremendamente fuerte.

–También ganaste el Scudetto en la temporadas 1994/95 y 1996/97. ¿Qué se te viene a la cabeza de todo eso?

–El primer Scudetto permitió plasmar todo el tiempo que entrenaste, todo lo que laburaste y mejoraste para llegar hasta ahí. Es ese premio, esa recompensa al esfuerzo. Y era el campeonato de clubes más importante del mundo, así que fue una gran satisfacción. El segundo fue la confirmación de que el equipo quería seguir ganando. Además, en ese plantel se habían sumado Andrea Giani, un jugadorazo, y Andrea Sartoretti, quien podía ser titular tranquilamente, pero en Módena era el séptimo hombre y nos daba un plus: era como tener una marcha más en el auto.

–¿Qué otro torneo de esa época está en tu memoria?

–Así como en la primera Champions no éramos favoritos, tampoco lo éramos en la primera de las cuatro Copa Italia que ganamos. Fue en 1994, en Perugia. En semifinales le ganamos al Milano Bernardi, Lucchetta, Zorzi, Tande y tantos otros. Y después, en la final, hicimos un partidazo (nota: Cuminetti hizo 33) contra el Parma de Carlao, Blangé, Giani, Bracci y Gravina.

Un brazo partido: una fortaleza increíble

–Es imposible pensar en tu carrera sin pensarla como una historia de superación después del accidente de 1989 en que los médicos te decían que no había ninguna seguridad de que pudieras seguir jugando.

–El accidente tuvo una parte de desgracia y una parte de fortuna, entre comillas. La desgracia es que fue apenas llegué a Italia: era una “patada” a mi posible carrera como voleibolista. Y pegó duro. Pero por suerte fue en Bologna, donde está uno de los mejores hospitales de traumatología de Europa: el Rizzoli. Llegué con el codo derecho destrozado. Me pusieron cemento quirúrgico y me operaron por primera vez. Tenía entre 20 y 25 clavos más las plaquetas de hierro. “¿Jugar al vóley? Mirá, vas a tener suerte si podés volver a tocarte la cara con esa mano”, me dijo el médico que me operó. “Si esa misma lesión era en otra parte del brazo, te lo amputaban”, me explicó. Ese codo estaba arruinado.

–¿Fue la única operación?

–No, fueron tres en total. Además de todo lo anterior, también tuve un problema en un nervio del brazo y me tuvieron que volver a operar. Ahí me sacaron un poco de osteosíntesis, porque ya se había formado hueso donde antes había clavos. Y luego hubo una tercera operación. Me dejaron un par de clavos, así por lo menos recuerdo que esas cosas y esos accidentes se pueden evitar si uno no está distraído. Fueron tres operaciones. Y una larguísima rehabilitación.

–¿Cómo hacías para sostener cierta fortaleza mental y seguir pensando en jugar al vóley en esos momentos?

–Creo que el bloqueo más grande era mental. Porque yo me decía: “Si vuelvo a jugar, ¿cómo voy a hacer con todos esos clavos y plaquetas de hierro?”. También ayudó que era joven, con 21 años, y en lo físico estaba intacto. El problema era el codo. Y la mente: quizás ésa era la valla más grande que debía saltar. Además, no dependía enteramente de mí. Yo hacía todo lo que me decían en la rehabilitación y un día advertí que la flexión del brazo, que en principio iba a ser el principal problema, empezaba a funcionar.

–¿Qué tan larga fue la recuperación? ¿Cuándo sentiste que ibas a poder hacer la carrera que habías soñado?

–Fue larguísimo. Y me fui sintiendo cada vez mejor. Estuve más de una temporada inactivo. Me entrené mucho en Buenos Aires, solo, antes de que se armara la preselección para el Mundial 1990. Trabajé mucho en las máquinas isocinéticas, que en aquella época andaban muy bien, y eso me dio fuerza y me mejoró la flexión y la extensión del codo. Quedé entre los 12 del plantel y volví en el Mundial Brasil 1990.

–Imagino todo lo que significó para vos ese Mundial, ese regreso.

–Ese Mundial me dio la posibilidad de demostrar que estaba en buen nivel después del accidente. Y también me dio visibilidad: ¿cómo sabía en aquel momento un club italiano que yo estaba recuperado? No había Instagram o YouTube. Además, había cupos de extranjeros. Ese Mundial me devolvió la confianza. Ahí me contrató el Santa Croce, junto con Javier Weber. Fue mi vuelta a Italia. Y empecé a tomar impulso. Fue la primera de 16 temporadas consecutivas entre A2 y A1.

–Es curioso que ganaste las tres Champions y fuiste ídolo en Módena, donde ya había triunfado otro argentino en tu mismo puesto: Raúl Quiroga. ¿Fue un referente muy importante para vos?

–Él jugó tres temporadas en el equipo. Y yo, siete. En ese período de tres temporadas adquirió la misma dimensión que yo. Raúl fue el ícono perfecto del jugador de rol por excelencia. No hay otro opuesto de aquella época tan importante como Raúl en el plano internacional. Si le preguntás a cualquiera en Italia sobre cuál es el mejor opuesto de aquellos años, no hay dudas: Raúl Quiroga.

Aliento para Marcelo Méndez en la Champions

–En el cierre de tu carrera jugaste en Trentino, que ahora es finalista de la Champions. Era un equipazo, con los brasileños Giba, André Nascimento y Andrés Heller, además de Marcos Meoni y muchas figuras más. ¿Tenés afecto por Trentino?

–Obviamente, mi ligazón afectivo más importante fue con Módena y Ferrara. La temporada de Trentino (2005/06) fue muy particular, porque yo casi no jugaba. Y tenés que tener la cabeza muy firme, porque si siempre fuiste titular y pasás a jugar muy poco, existe el riesgo de “pisar el palito” y no ser responsable en ciertas cosas. Por suerte, de la cabeza yo seguía muy firme. Pero ya el físico no era el mismo. Así que me tuve que redimensionar.

–Y en esta encrucijada: ¿alentás a Marcelo Méndez, que puede ser el primer técnico argentino en ganar la Champions en la Súper Final del 5 de mayo?

–Obviamente, si hay un argentino con chances de ganar la Champions, mi deseo es que la gane un compatriota. También hay que ver cómo le va a Trentino en las semifinales de la Súper Liga. Tuvieron la oportunidad de “barrer” la serie y ahora van a quinto partido. Sea como fuere ese resultado, le deseo lo mejor a Marcelo, que igualmente la va a tener muy difícil, porque enfrentará a un rival muy poderoso. Igualmente, el plantel que dirige Méndez es muy fuerte. Como siempre, mi deseo está del lado de los argentinos. El sentimiento no cambia.