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La gran tajada

Por TOM FARREY

ESPN.com

SANTO DOMINGO (Enviado Especial) -- A dos horas de avión y a dos mundos económicos de distancia de Miami, sobre
el límite sur de una nación de campos de cañas de azúcar y plantaciones de
café, en el polvoriento centro urbano de una ciudad sobre la ladera de una
montaña, afuera de un apartamento con techo de lata que mira a un vertedero
de basura y a los perros vagabundos que husmean en él, bajo una pared
coronada por botellas rotas de cerveza Presidente para alejar a los pájaros,
al lado de una puerta de calle mantenida abierta por un carburador
desechado, en la esquina derecha de atrás de un pórtico de concreto,
descansa una caja de herramientas roja.

La caja plástica, no más grande que un cubo de almuerzo, contiene un
destornillador, tenazas, y un par de otros instrumentos. Pero de algún modo,
el padre de la casa arregla automóviles aquí. Se echa sobre de espaldas y
serpentea sus dedos largos y delgados en cavidades entrecruzadas por cables
de color, como un cirujano en busca de una arteria. Aísla el hilo renegado,
lo sustituye y luego... ¡hágase la luz! Los faros funcionan otra vez para
alguien suficientemente afortunado como para tener auto.

Un día, la caja de herramientas roja pertenecerá al hijo, quien el padre
espera que siga sus pasos. El dinero para un reparador independiente de
electrónica de autos --nunca más de 10,000 pesos por mes ($230 dólares
estadounidenses)-- no es gran cosa, ni siquiera bajo estándares dominicanos.
Pero el trabajo es honorable y constante. El futuro del hijo, aunque
humilde, estaba resuelto.

Y luego, a la edad de 10 años, mientras andaba vagueando por las calles, el
muchacho alto, delgado, comenzó a destrozar las bolsas llenas de grano que
servían como bolas de béisbol. Y el padre tuvo una idea. Su familia vivía al
borde de la miseria. Tenía otros dos hijos que sufrían un tipo de anemia que
los hacía gritar de dolor por la noche, y no tenía seguro médico. Tal vez
este hijo podría rescatarlos. De modo que Luis Soto se juntó con un muchacho
de la vecindad a quien todos llamaban Mon. Sólo cinco años mayor que el hijo
de Soto, Luis Jr., Mon ya conocía el camino alrededor del negocio de béisbol
en Dominicana. Luis Sr. propuso una sociedad. "Tú eres pobre, y nosotros
somos pobres," le dijo al muchacho. "Encuentra dinero para ambos".

Su nombre es Enrique Soto.

Pero él se denomina a sí mismo de otra manera.

"Soy General Motors", dice, y hay algo de cierto en su declaración. Después
de todo, realmente maneja una fábrica, una fábrica de jugadores de béisbol.

En un campo sin pasto en Bani, República Dominicana, en un agradable y soleado día de marzo,
aproximadamente 100 muchachos están haciendo ejercicios para el hombre de
unos 40 años. Algunos de ellos levantan bolas por tierra enviadas por uno de
los ocho ayudantes de Soto. Otros batean un neumático de camión medio
enterrado en la tierra detrás de primera base. Es un viejo método dominicano
para endurecer las muñecas.

Enrique Soto es un buscón, un portero de facto para cualquier muchacho
dominicano que quiera jugar al béisbol en los Estados Unidos. Un buscón es
en parte un agente, un entrenador, un arreglador. En la última década, los
buscones se han convertido en una extensión tácita del sistema de
reclutamiento del béisbol, reuniendo a adolescentes que esperan encontrar
una salida con equipos que buscan al próximo Miguel Tejada o Albert Pujols.

Hombres como Enrique, muchos de ellos ex jugadores, preparan jóvenes en cada
ciudad y pueblo dominicano, en campos de juego (un lujo), en aparcamientos
de tierra y piedras, en las laderas aradas de las colinas. Casi cualquier
espacio desocupado es un sitio potencial para la escuela de un buscón. Estos
"colegios" es donde prácticamente cada jugador joven aprende a batear,
correr y atrapar la bola.

Pero según los que han asistido a estos "colegios", béisbol no es lo único
que se enseña en ellos. Los buscones han sido culpados de altas tarifas de
salida y de animar a sus jugadores a usar esteroides, incluso suministrando
esos productos ellos mismos, junto con otros suplementos nocivos. En 2001,
dos jugadores que todavía no habían firmado contratos con el MLB murieron
después de inyectarse sustancias sospechadas de ser esteroides para animales.

Los buscones también han sido acusados de extorsión y falsificación de
identificación. Como informó ESPN.com recientemente, un buscón percibió un
"incentivo" de seis cifras de los Diamondbacks para conducir hacia ellos al
lanzador Adriano Rosario.

Pero Enrique rechaza la noción de que los buscones son una plaga para el
béisbol dominicano. "Si no fuera por nosotros, estos niños podrían
convertirse en mala gente", dice. "Deshacerse del sistema que tenemos aquí
crearía más personas como Osama bin Laden".

Ningún lugar produce más jugadores de ligas mayores por kilómetro cuadrado
que este país, que reúne a nueve millones de personas en un área del tamaño
de Virginia. Este año, 79 dominicanos comenzaron la temporada en planteles
de Grandes Ligas, casi dos veces más que cualquier otro país extranjero
(Venezuela tuvo 46). Algo del crédito por esta fuerte representación ha de
corresponder a los aproximadamente 1,700 o más buscones que actualmente
cavan aquí en busca de su pepita de oro.

Dominicana es un invernáculo particular para los buscones, porque hay tan
pocas regulaciones locales que afectan su negocio, y porque los dominicanos,
como todos los candidatos fuera de los Estados Unidos y Canadá, no están
sujetos al draft de amateurs. Los niños pueden firmar un contrato del MLB a
una edad tan temprana como los 16 años. El problema es que, cuando lo hacen,
a menudo encuentran que le deben a su buscón tanto como un tercio o más de
su bonificación por firmar. Esto excede por mucho el 5 por ciento que
típicamente se llevan los agentes estadounidenses.

Por lo que todos dicen, Enrique Soto es uno de los buscones más exitosos.
Tejada lanzó su carrera bajo el ojo perspicaz de Soto, al igual que muchos
otros jugadores de Bani y sus alrededores. A lo largo de los últimos 14
años, Enrique, un ex buscador de talento de los Atléticos de Oakland, se ha
ganado una impresionante reputación por llevar adolescentes al béisbol
profesional. Esa reputación es un imán para los jugadores jóvenes, que dejan
la escuela tan pronto como en octavo grado para entrenarse con él.

Cerca de media docena de sus niños firman contratos estadounidenses cada
año, por bonificaciones que van desde los 5,000 dólares hasta más de 1
millón de dólares. Por sus esfuerzos, Enrique dice que cobra el 35 por
ciento de esas primas. En un país con un sueldo anual promedio de 6,300
dólares, eso es más que suficiente para volverlo un hombre rico.

Luis Jr. sabía del poblado campo a unas pocas cuadras de su desvencijado
apartamento. Sabía que Enrique Soto (ningún parentesco) proveía a los
jugadores de guantes y bates. Sabía que si era uno de los mejores prospectos
de Enrique, habría comida gratis, asistencia médica y una cama en la casa de
Enrique. Sabía esto porque Enrique sabía de él, y lo había intentado
reclutar con instistencia.

Pero Luis también sabía que no debía firmar un contrato con Enrique.

Su nombre era Hanlet Melo.

Excepto que no lo era.

Andrés Soto, un primo mayor de Luis Jr., había utilizado ese nombre para
convencer a los buscadores de talento que tenía 17 años en lugar de 18.
Acortar su edad ayudó al jardinero a conseguir una prima de $50,000 dólares
con Atlanta en 1999.

Soto pasó un año en una academia de béisbol local manejada por los Bravos
--27 equipos del MLB tienen instalaciones de entrenamiento a la isla--,
antes de que lo embarcaran a la liga de novatos.

Cuando llegó allí, a los seguidores de los Bravos de Danville (en el estado de Virginia, EE.UU.) les
extrañó su curioso nombre. "Hanlet, como Shakespeare", explicó él.

¿Quién es el verdadero Hanlet Melo? Andrés, de pie en la entrada de la casa
de sus padres en Bani, arroja las llaves de un ciclomotor a un amigo y le da
instrucciones en español. Minutos más tarde, un hombre delgado se acerca por
la calle y se detiene en el umbral de los Soto. Dentro de la casa, un pato
de la vecindad vaga por el pasillo como si fuera el dueño del lugar. Andrés
saluda al visitante, cuya piel es tres grados más clara que la suya, y
coloca una mano sobre el hombro del muchacho. "Este", anuncia en un inglés
entrecortado, "es mi amigo Hanlet Melo". El verdadero Melo esgrime a una
sonrisa avergonzada. Él no es jugador de béisbol.

Andrés dice que fue Enrique Soto quien sugirió el engaño de su partida de
nacimiento. Enrique, sin embargo, alega que nunca alteró la identidad o la
edad de nadie. De todos modos, según Andrés, la incitación a la
falsificación no fue la peor de las transgresiones de Enrique.

Como todos los acuerdos entre jugadores y buscones, el suyo fue un arreglo
informal. Enrique no solía firmar contratos con sus jugadores, hasta que
tuvo una discusión fea con el prospecto de los Dodgers, Willy Aybar, en
2001. De modo que no fue sino hasta el día en que llegó el cheque con su
bonificación que Andrés se enteró de los honorarios del buscón.

Cuando Enrique recibió la llamada de un funcionario de los Bravos para ira a
buscar el dinero de Andrés, el jugador y el buscón hicieron el viaje de una
hora a través de los campos de caña de azúcar. En Santo Domingo, Andrés
recibió un cheque por $35,000 dólares, después de impuestos estadounidenses.
Inmediatamente fue a un banco a cobrarlo.

De regreso al auto, le dio el grueso pilón de pesos a Enrique, quien lo
metió entre los dos asientos delanteros. Cuando se detuvieron delante de la
casa de Andrés, el jugador dice que Enrique tomó $20,000 dólares: más de
mitad el montón.

"No tuve coraje para hacer nada," dice Andrés, frente a la pregunta de por
qué dejó que sucediera semejante cosa. En su defensa, Enrique afirma que
sólo tomó $15,000 dólares. "Siempre me quedo con la cantidad que me
pertenece," dice. "Siempre." De una forma u otra, el trabajo de Enrique para
Andrés estaba cumplido.

Tres años más tarde, en invierno de 2002, Andrés estaba en camino hacia el
campo de entrenamiento de primavera de ligas menores de los Bravos, cuando
alguien en el consulado de los Estados Unidos notó que había dos tarjetas de
identidad nacional para Hanlet Melo. "Usted parece mucho más oscuro en esta
otra foto", dijo a Andrés un funcionario de inmigración. "Estuve mucho
tiempo al sol," contestó Andrés. Fue el final de la carrera de Hanlet Melo
con los Bravos, que tenían otros jugadores para desarrollar con talento
similar y nombres verdaderos.

Ahora, a los 23 años de edad, Andrés duerme en un cuarto tan pequeño que su
cama toca tres paredes. Sigue entrenándose con otro buscón, con la esperanza
de tener suerte otra vez, tal vez con un equipo europeo.

Pero su aventura sirvió de algo. Cuando Luis Soto, su primo, tenía 13 años
de edad, le comentó a Andrés que pensaba unirse al programa de Enrique Soto.
"Vamos a hablar", le dijo Andrés. Y Luis escuchó.

Su nombre era Edison Arias.

Excepto que no lo era.

"Enrique me sacó tres años", dice Juan Soto (tampoco ninguna relación), en
un estadio de béisbol bañado por el sol en Bani, a sólo cinco minutos en
motoneta de la operación de Enrique Soto. No se está jactando ni quejando,
aunque en verdad le molesta que el nombre grabado en su anillo de campeonato
de liga dominicana diga ARIAS.

Él ganó el anillo como campo corto en la organización de los Filis de Filadelfia, que
lo contrataron en 1999 por $10,000 dólares y lo pusieron en su academia. Un
año más tarde, todo había terminado.

Por suerte, tuvo otras opciones. Juan, más conocido por su apodo en Bani,
donde le dicen Mon, era el vecino adolescente reclutado por Luis Soto padre
para ser el mentor de su hijo. Incluso mientras trataba de llegar a
Filadelfia, Mon pasaba horas mostrándole a Luis las complejidades de su
posición, y más horas enseñándole a batear desde ambos lados del plato.
Ahora podría dedicar su atención completa a Luis. Lo cual incluía evaluar a
los distintos buscones que se acercaban casi a diario para reclutar a Luis.

Al principio, Mon y Luis viajaban todos los días a una ciudad vecina para
entrenarse con un hombre que dijo que quería el 40 por ciento de cualquier
eventual bonificación por firmar. Dos años más tarde se cambiaron a un
buscón más cerca de casa. Finalmente aterrizaron en un campo manejado por
Juan Deliza, un primera base de ligas menores con los Piratas en los años
'70. A medida que Mon ascendía para volverse la mano derecha de Deliza, las
habilidades de su primo empezaban a atraer a buscadores de talento del MLB.

En cada parada, Luis había solicitado firmar un contrato. "Sentía un poco de
presión, porque tenía a todos estos buscones interesados en mí", dice Luis.
Deliza, su buscón hasta noviembre pasado, insiste en que Luis sí firmó un
convenio que le garantizaba el 20 por ciento del dinero de la bonificación.
Pero no puede presentar el documento. Dice que esto se debe a que Mon le
robó su única copia.

Mon lo niega. Asegura que, por consejo suyo, Luis no firmó papeles con
ningunos de sus buscones. Esto es, salvo que se incluya a Mon. Él y Luis
tienen un contrato que le promete el 19 por ciento de cualquier prima.

Los Buscones no eran un tema relevante cuando Pedro Martínez, Sammy Sosa y
sus coterráneos estaban surgiendo en los años '80 y a principios de los '90.
En aquel entonces, las bonificaciones por firmar tenían generalmente un tope
de no más de un par de miles de dólares. Ahora, el promedio es 10 veces esa
suma. Un total de 14 millones de dólares fue distribuido el año pasado a 442
prospectos dominicanos. La marca más alta hasta el momento para uno joven de
16 años son los $2.25 millones de dólares que los Dodgers le dieron al campo
corto Joel Guzman en 2001.

"Pienso que hoy en día los chicos juegan más por el dinero que por el amor
al deporte," dice Raul Mondesí, quien se crió cerca de Bani en San
Cristobal, y quien firmó con los Dodgers en 1988. "Cuando me convertí en
jugador nunca tuve el dinero en mi mente." A propósito, Mondesi está
batallando actualmente en los tribunales con el ex grandes ligas Mario
Guerrero, quien sostiene que Mondesi lo prometió el 1 por ciento de sus
ingresos por haberle enseñado el juego.

El dinero estaba seguramente en la mente de Luis Soto. Dejó de asistir
jornada completa a la escuela a la edad de 13 años, para poder entrenarse
durante la semana. Y escuchó bien a los varios buscones que Luis encontró
para él. "Es inteligente", dice Deliza. "Uno le dice una vez lo que uno
quiere que haga, y él lo aprende. Espero que Dios me dé otro muchacho como
él".

Uno dispuesto a pagar el 20 por ciento.

Su nombre es Luis Soto.

Pero no siempre lo fue.

Por un tiempo fue Gabriel Soto, el nombre de su hermano menor, aunque
Gabriel se parezca poco al resto de la familia, debido a una enfermedad en
la sangre que lo mantiene muy delgado. Gabriel es dos años más joven, y Mon
pensaba que esos dos años extras mejorarían las posibilidades de Luis. Pero
eso era antes de que su primo Andrés fuera cogido por hacerse pasar por
Hanlet Melo, y antes de que el MLB comenzara a requerir que sus equipos
verificaran la identidad de un jugador antes de pagarle su prima por firmar.
Luego de un tiempo, Luis no quiso arriesgarse más.

Y resultó que no necesitaba hacerlo. El pasado otoño, Boston, Seattle y
Arizona estaban poniendo dinero sobre la mesa. Los Sox llegaron a ofrecer
tanto como $150,000 dólares por el infielder. Pero no bastó para impresionar
a Mon, quien recurrió al agente dominicano Jay Alou --miembro del clan Alou
del béisbol, cuyo padre, Jesús, es un ex ligas mayores y un buscador de
talento para los Medias Rojas --, y a su socio en los Estados Unidos, Bean
Stringfellow. "Si logran colocar a Luis en los Estados Unidos, podrán
representarlo", le dijo Mon a Alou.

Los agentes pusieron a Luis en un torneo de primeras figuras en Florida,
donde él mostró la clase de poder con el bate del cual el propio Mon puede
dar fe. Mon todavía tiene una cicatriz de 10 centímetros sobre su ojo
derecho, donde fue a dar una batazo de Luis que le rompió un hueso. Los
Diamondbacks ofrecieron $300,000 dólares. Los Medias Rojas, impresionados por la
velocidad de Luis, su brazo y su paciencia en el plato, levantaron la oferta
a $550,000 dólares.

Dos semanas antes de cumplir 18 años, justo antes de la cena en un día de
fines de noviembre, Luis estrechó la mano de tres funcionarios locales de
los Red Sox, en el modesto apartamento de su familia. La bonificación le
permitiría a su madre retirarse de su trabajo de salario mínimo en la planta
de salsa de tomate. Cubriría las numerosas transfusiones de sangre y
medicamentos necesarios para sus hermanos enfermos. Le permitiría a su padre
tener su propio auto. Y significaría que Luis estaba camino a Fort Myers,
Florida, para jugar en la liga de novatos.

"Los milagros pueden ocurrir", dice ahora Luis. Por supuesto, tuvo que
pagarle el 6 por ciento a Alou y Stringfellow. Y le dio a Mon su 19 por
ciento, que no difiere mucho del 15 por ciento que el gobierno dominicano
está considerando como un tope para los honorarios de los buscones. Al menos
Mon prometió que usará parte de su tajada para apaciguar a Deliza, quien
todavía reclama que le deben el 20 por ciento, y ha contratado a un abogado
para demostrarlo.

Luis firmó el contrato sobre una vieja televisión, la única superficie plana
en el cuarto principal, e inmediatamente sintió un irrefrenable impulso de
estar solo. Encontró soledad en el apretado cuarto de baño de la familia.
Allí se le ocurrió que, por primera vez desde que tenía 10 años, el juego
podría ser otra vez un juego.

Y se dijo a sí mismo, "Ahora es hora de salir a jugar".

Tom Farrey es redactor senior de ESPN.com. Traducción de Gustavo Fillol Day