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Byron Scott, otro chivo expiatorio más

Steve Mitchell/USA TODAY Sports

LOS ÁNGELES - La destitución de Byron Scott no llegó por sorpresa.

Aunque su discurso siempre llevó implícito un mensaje de positivismo con respecto a su continuidad, hubo momentos en los que la falta de motivación permaneció sellada en su rostro. Hay sentimientos difíciles de esconder y Scott evidenció desazón en los últimos meses.

Además de tener a un equipo roto por los resultados, de verse superado por una situación de absoluto desconcierto deportivo y sin haber sido capaz de dotar al conjunto de una filosofía de juego medianamente distinguible, Scott se vio obligado a lidiar con otros elementos que nada tenían que ver con el básquetbol. Se fue superado por los acontecimientos entre las faltas de conducta de algunos jugadores (véase el episodio de Nick Young y Jordan Clarkson en el que insultaron a dos mujeres -madre e hija-) y los problemas internos como el desencuentro entre D´Angelo Russell y el propio Young por culpa de un video en el que el escolta confesó una infidelidad.

Quizás las caras largas y esa impotencia que no pudo esconder en varios momentos de esta temporada llevaban implícito algo que iba más allá del mero presente: Scott nunca dejó de ser consciente de que la historia no tendría compasión con él. Fue el entrenador de los Lakers durante las dos peores campañas de la franquicia de todos los tiempos. Los balances de 17-65 este año (.207) y de 21-61 el pasado (.256) superaron los peores registros desde la fundación de la organización.

A Scott le tocó la misión de intentar llevar las riendas de un caballo absolutamente desbocado y ni siquiera el año de despedida de Kobe Bryant pudo esconder sus carencias como coach. En los últimos cinco años como director de orquesta alcanzó más partidos por debajo del .500 (193) que cualquier otro entrenador que haya formado parte de la liga. Los números hablan por sí solos, su actitud y falta de respuesta durante su última campaña, también, y es innegable que su periplo en la liga como coach nunca será recordado por los éxitos. Con todo esto y mucho más, hay un elemento que debe imperar sobre todos sus fracasos: Byron Scott no es el culpable de que los Lakers estén a la deriva.

La directiva lagunera formada por Mitch Kupchak como gerente general, Jimmy Buss como vicepresidente de operaciones y Jeanie Buss como presidenta está siendo nefasta. Sería injusto repartir la responsabilidad a partes iguales en la cúpula de los Lakers, ya que a Jeanie nadie la escuchó cuando antes del fichaje de Mike D´Antoni convenció a Phil Jackson, su compañero sentimental, para que regresara al equipo. La operación se fue al traste y finalmente se decidieron por traer al ítalo-estadounidense en la que fue otra temporada para olvidar (27-55, .329). La gerencia lleva dando palos de ciego desde la salida definitiva de Jackson. Ya los dio cuando en la campaña 2004-05 firmaron a Rudy Tomjanovich en el primer adiós del ganador de 11 anillos de la NBA. Tomjanovich se retiró a mitad de la temporada por problemas de salud.

Mike Brown recaló en la temporada 2010-11 y tras lograr un balance de 41-25 durante el año del 'lockout' fue despedido al siguiente tras un comienzo marcado por las derrotas. Hizo las maletas tras haber disputado cinco partidos con los Lakers (1-4). Luego le llegó el turno a D´Antoni (de 2012 a 2014), quien no supo entenderse con Pau Gasol y tampoco pudo lograr sintonía con Kobe, Dwight Howard y Steve Nash. Tras clasificar para los playoffs en la campaña 2012-13 (eliminado en primera ronda) y en la mira de todas las críticas por no ser capaz de frenar las ansias de participación de un Kobe que acabó rompiéndose el tendón de Aquiles, D´Antoni se marchó por la puerta de atrás después de no lograr ingresar en la postemporada en 2014. Byron Scott fue su recambio.

La llegada del que fuera jugador y campeón de tres anillos de la NBA tuvo un hedor incontenible a épocas pasadas. La declaración de intenciones de la franquicia quedó clara desde el momento de su presentación en sociedad respaldado por figuras legendarias de la vieja guardia de los Lakers, como Magic Johnson: optar por un hombre la casa para volver a poner al equipo en los lugares de éxito en los que acostumbró a estar en el pasado. Pensaron que de golpe y plumazo serían capaces de hacer olvidar la penosa gestión de los últimos años gracias a la contratación de un coach que vistió los colores púrpura y oro. De ninguna manera.

La política de fichajes y de decisiones tocó fondo cuando dieron por hecho que la personalidad de Howard y Kobe serían compatibles y por tener esperanzas en un Nash en el ocaso de su carrera. Cuando renovaron a Kobe antes incluso de que se recuperara de la lesión en el Aquiles por dos años y 45 millones de dólares, ofreciéndole el mejor contrato de la NBA. La ingenuidad fue evidente y el despropósito no tardó en llegar. Los últimos años de los Lakers son la crónica de un fracaso elevado a la máxima potencia. Con tres entrenadores en cinco años no hay quien mantenga una cultura de equipo, el baile de jugadores ha sido casi total, las elecciones del draft de los últimos dos años no fueron suficientes y sobre los más jóvenes nunca debería recaer la responsabilidad de una reconstrucción exprés.

La culpa de este desaguisado es de la cúpula de los Lakers. Podrán esconder sus fracasos, maquillarlos a base de destituciones de coaches, de nuevas contrataciones y de más patadas en el trasero. Que Byron no es un coach ganador lo saben hasta en Siberia, que la gerencia no ha sabido construir un equipo acorde con su historia es una verdad como un templo.

Scott se ha vuelto a convertir en un chivo expiatorio más, en el cordero degollado por unos lobos que pase lo que pase nunca serán capaces de echarse a sí mismos.