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Teófilo fue una leyenda

El cubano Teófilo Stevenson al ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Moscú AP

La última vez que vi a Teófilo Stevenson estaba muy lejos de la imagen del gran boxeador que fue.

Vencido por el alcohol, a duras penas podía sostenerse en pie en un baño del estadio Panamericano de La Habana, a donde había asistido como funcionario del Instituto de Deportes (INDER) a un evento de atletismo.

Recuerdo que quise agradecerle un gesto que tuvo conmigo, dos o tres años antes, cuando ante una amenaza de inundación en el litoral habanero, se echó a sus espaldas mi refrigerador y lo puso a salvo del agua en un piso superior.

Pero Teófilo estaba demasiado golpeado por la vida.
Era apenas un mono de feria, que el gobierno exhibía de vez en cuando a algún visitante interesado en conocer a una leyenda.

Porque eso fue Stevenson. Más allá del ser humano imperfecto que en ocasiones se comportaba como un niño grande, malcriado y testarudo, Teófilo fue una leyenda.

Me atrevo a asegurar que fue el mejor boxeador amateur de todos los tiempos. Dueño de una refinada técnica que le permitía boxear en las tres distancias, cargaba además dinamita en sus puños con las que terminaba muchos combates antes del límite.

Sin embargo, no fue el púgil abusador con rivales de menor categoría. A esos los sobrellevaba, los dominaba con el jab y eventualmente le desembarcaba una o dos derechas. No más. No hacían falta excesos. Dejaba lo mejor de sí para los combates que más lo exigían.

Quizás uno de los pleitos más complicados que tuvo fue en 1984, contra el soviético Valeri Abadzhan.

Ya el cubano era un veterano con tres coronas olímpicas a su haber y los rusos habían estado reservando a Abadzhan como su gran esperanza para destronarlo.

La URSS y sus satélites habían boicoteado los Juegos Olímpicos de Los Angeles y organizaron una serie de competencias que llamaron los Juegos de la Amistad.

A La Habana le tocó ser sede del boxeo y los soviéticos enviaron a Abadzhan, un hombre sumamente fuerte, de baja estatura y pegada demoledora.

La lógica indicaba que Stevenson trataría de hacer una pelea a distancia, impidiéndole al ruso llegar al cuerpo a cuerpo.

Pero la esquina del cubano le ordenó todo lo contrario y sorprendió a medio mundo.

Teófilo aceptó el reto y tras un primer asalto en que cerró su guardia y soportó en sus brazos todo el ataque del rival, salió al round intermedio a intercambiar desde el campanazo inicial.

La imagen final de ese combate formó parte por años del collage de presentación del Noticiero Nacional Deportivo de la televisión cubana: Abadzhan salía del ring entre las cuerdas por los golpes de Stevenson y era salvado por la campana en el segundo asalto. El soviético no salió a pelear en el tercer round.

Ese fue tal vez una de las peleas más difíciles que tuvo, pues ya para entonces era un hombre veterano, cuya curva de rendimiento debía comenzar a descender.

Hubiera ganado en 1984 su cuarto laurel olímpico e incluso podía haber llegado vencer en Seúl 1988, pero el sistema político que prefirió y lo usó como un estandarte le negó esa posibilidad.

Pero ya no hay nada que hacer y todo queda en el campo de la especulación. Como el combate que nunca fue frente a Muhammed Alí, de quien fue su anfitrión cuando este visitó La Habana en los 90 y a quien lo unía una gran amistad.

Voy ahora a buscar videos de las grandes peleas de Stevenson. Quiero que esa sea la última imagen que me quede de él, no la del gigante borracho a quien el alcohol le propinó un nocáut.