<
>

Deporte es amar

La soledad del vestuario, los preparativos para un gran partido. Nostalgia por la Azzurra. Getty Images

ROMA -- Siguiendo la Copa Confederaciones, estoy sufriendo de una extraña forma de tristeza y nostalgia. Me fue difícil entender qué es lo que me pasaba, hasta que me di cuenta de que el problema es que extraño a la Azzurra.

Seguirla desde cerca el verano pasado en la EURO2012, hablando con los jugadores y con Prandelli y estando en medio de las hinchadas en una competición tan importante y emocionante fue algo que me llenó el corazón; ahora tener que ver a Italia por TV me deja con un poco de amargura.

Es como cuando la persona que amas está lejos y puedes verla gracias a Internet y escucharla todos los días, pero las sigues extrañando porque no puedes estar ahí con ella. Es realmente la misma cosa, porque en definitiva el deporte es amor.

Es verdad. Es así. ¿Cómo se explicaría sino la emoción, la alegría y el entusiasmo que prueban los aficionados por jugadores y deportistas que nunca conocieron y nunca conocerán? ¿Cómo se explicaría la pasión por una remera, por el triunfo de un equipo del que nosotros, personalmente, no obtendremos nada? Ni dinero, ni copas, ni fama ni gloria. ¿Cómo se explica todo eso sino con el amor?

El sentimiento, después, es aún más fuerte cuando alguien al que queremos personalmente está involucrado o, aún más, cuando somos nosotros mismos a practicarlo.

A cualquier nivel se lo haga, todo deporte exige un gran esfuerzo y una serie de sacrificios notables (claramente, cuanto más se sube de categoría, casi siempre mayor es el sacrificio), especialmente por parte del atleta pero también de muchos seres queridos, en particular padres y madres quienes deben organizar, pagar, acompañar y ponerse a disposición para que alguien más pueda hacer lo que desea. Todas fatigas que sin amor sería imposible cumplir.

Levantarse temprano a la mañana no para irse al mar o para ir a comer algo rico en algún lugar maravilloso, sino para ir a sufrir, sudar, torcer las articulaciones y traumatizar los músculos. Si lo piensan bien los atletas son un poco locos, característica que desde la antigüedad los poetas asociaron al Amor, ese con la "A" mayúscula.

En estos días de nostalgia, entre un partido y otro de Italia que me recuerda ese amor vivido en primera persona, dejándome un sabor a la vez dulce y amargo entre los labios, estoy cumpliendo un viaje que me está enseñando aún más de lo que ya sabía del deporte: es realmente una gran verdad que nunca se deja de aprender.

Les cuento que estoy con Fabiola, mi hermosa primita de apenas 17 años de edad, en Pesaro, una ciudad del este italiano que se asoma tranquila al mar Adriático.

Estamos aquí por el concurso nacional de gimnasia artística de nivel amateur. Acá veo chiquitas de 8 años nomás colgarse en la paralelas y cumplir esfuerzos increíbles para voltear y lanzarse desde metro y medio de altura. Las veo volar más que saltar y caminar sobre sus pequeños brazos y pienso a todos los esfuerzos que sus entrenamientos imponen día tras día.

Veo a las chicas más grandes y pienso a todas las fiestas que se perdieron, todas las veces que tuvieron que hacer tarea de noche para preparar un examen de la escuela porque durante la tarde no tenían tiempo para estudiar, porque no quisieron renunciar a una única práctica.

Recuerdo cuando también las horas y los días de mi vida se veían marcados por los trabajos en la cancha, los partidos y las concentraciones. La mayor parte de las veces esos sacrificios no me pesaron, pero verlos en una persona que amo y descubrirme a sufrir por ella me enseña el valor de cada segundo, más de lo que aprendí viviéndolos yo mismo esos momentos.

Les aseguro que estar acá y ver la tensión, la desilusión y la alegría de las atletas más chiquitas me llena de emoción y me confirma que el deporte es superarse por algo más grande, es sacrificarse para poder mejorar. Es amar.

Lo más profundo es que casi todas estas chicas no están aquí con la esperanza de llegar a algún lado. No creen poder un día participar a un Juego Olímpico o algo por el estilo. Aquí no se gana nada, más allá de la satisfacción personal por haber alcanzado un objetivo por el que se trabajó uno, dos o quizás hasta diez años.

Las chicas que están acá, como la mayoría de los deportistas en todo el mundo, "torturan" su cuerpo y sus nervios porque aman lo que hacen. Porque viven por su deporte. Porque quieren a sus entrenadores. Porque adoran como se sienten cuando vuelan y saltan y se lanzan.

Y así me cuentan, ejercicio tras ejercicio, lo que significa el deporte para la humanidad y llevan mi consciencia a una profundidad que nunca había alcanzado antes de estos días.

Y así me cuentan que están acá porque saben amar y saben sacrificares por las cosas que quieren; y eso no tiene precio. Eso es lo que día a día logra hacer de este mundo un lugar mejor de lo que era el día anterior.