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C.J. Ross, la victoria de los inconformes

La decisión de la juez CJ Ross, quien solicitó licencia indefinida, ha generado una avalancha de episodios que en lo previo, a mi juicio, constituye un precedente demasiado peligroso. Que luego de la pelea más mediática y aguardada de los últimos años, el único tema del día fuera un veredicto considerado erróneo de uno de los jueces, es algo que tendría que preocupar a todos. Máxime si aceptamos que ese veredicto no afectó el resultado que todos vieron.

A lo largo de la historia del boxeo, son miles las batallas en que el puntaje de los jueces ha causado controversia, sin embargo ninguno como este ha tenido efectos tan devastadores para el futuro de este deporte. CJ Ross solicitó licencia por tiempo indefinido y la Comisión de Nevada enviará a sus jueces nuevamente a la "escuelita".

La decisión de la jueza puede ser la correcta a modo personal. Ella no se retracta de las calificaciones que anotó en su tarjeta (114-114 en la pelea Mayweather vs. Canelo) y entiende como inadmisible que luego de esa batalla sea ella y no la pelea el centro de la información. La renuncia la quita de las candilejas, ese parece ser su deseo. Lo malo, a mi juicio, es que su renuncia le da una mano enorme a los que en el futuro utilizaran "el pataleo anterior y posterior" contra los jueces como recurso de presión o de reclamo válidos para cada pelea.

Así veremos que los eternos inconformes nunca verán perder a sus peleadores. Allá buscarán la respuesta a las derrotas en las tarjetas, en la edad de los jueces o en las tres o cuatro batallas con juicios controversiales que registre su palmarés. Sin importar que durante sus treinta o más años de carrera esos jueces hayan trabajado en doscientas o trescientas peleas donde nadie reclamó.

Veremos el nacionalismo predominando sobre el sentido común y el peso de las críticas a los jueces ira en consonancia con las pérdidas en el bolsillo de cada involucrado. Así sea el promotor que ve caer su pupilo, el apostador que perdió su apuesta o el fanático que, simplemente, pagó casi ochenta dólares para presenciar tres o cuatro batallas aburridas y sin emoción.

Los jueces terminarán siendo las víctimas o la razón de la catarsis perdedora. Esa es una buena noticia para quienes apuestan por el boxeo elusivo o técnico o de la matemática de golpes lanzados, acertados y esquivados. No obstante, esa es una pésima noticia para los que admiran el boxeo de sensaciones y emociones. El boxeo que no necesita de jueces para dirimir el pleito.

Si aquel que sobreviva los doce asaltos corriendo por todo el cuadrilátero sin que el rival lo alcance, no gana en las tarjetas: "habrá culpables a quien otorgarles toda la culpa". En ese momento recordarán que la jueza Ross renunció y le pedirán a "los malos jueces" que la imiten. Lo mismo ocurrirá en aquellas peleas mediocres, donde la sensación predominante sea que "nos robaron el dinero del boleto". También en esas peleas para el olvido habrá una CJ Ross disponible en donde exorcizar toda nuestra furia.

Por si fuera poco, ahora aparecen figuras de la política que seguramente poco saben de este deporte, pidiendo cuentas y exigiendo resultados. En concordancia, la comisión de Nevada anuncia seminarios y reuniones para que los jueces sepan cómo darle la puntuación correcta a un individuo que boxea con una calculadora en el guante.

Mi conclusión es que en este tema no existe solución posible. Los jueces le seguirán acertando y le seguirán errando. Nada cambiará con seminarios y reuniones técnicas. El boxeo no es un video-juego, no existe una mirada unitaria sobre los merecimientos ni una computadora que corrija el mal o buen criterio. Más aún, en ningún deporte los jueces son infalibles. El problema es cuando se utiliza esa realidad inevitable para manipular antes y después cualquier posible resultado.

El boxeo vive su mejor momento en términos económicos y mediáticos. Ocupa los primeros planos en preferencia de la audiencia, lidera los eventos de PPV, sus mayores estrellas ocupan los primeros lugares en ganancias y cada día aumenta su presencia mediática. Las victorias generan millones y las derrotas duelen millones. Nadie quiere ser parte de este último grupo. Pero si dejamos que ese interés predomine sobre la esencia misma de este deporte como tal, estamos colaborando en su destrucción.