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¿Cuba futbolera?... por ahora

En Cuba ha aumentado el número de seguidores de Lionel Messi y otras figuras futbolísticas. AFP/Getty Images

Desde Cuba llegan noticias de un gran fervor futbolístico que vive la isla, uno de los primeros territorios donde se jugó béisbol en todo el planeta y donde bates, guantes y pelotas, más que implementos deportivos, son por tradición artículos de primera necesidad.

La gente allá habla con una familiaridad pasmosa de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, de Iker Casillas y Neymar, de Franck Ribéry y Alex Sánchez, como si se trataran de vecinos de la casa de al lado.

Las peñas deportivas se convierten en verdaderos campos de batallas verbales cuando salen a relucir las pasiones entre el Barcelona FC y el Real Madrid, mientras que en la medida en que se acerca la Copa Mundial, los cubanos se convierten automáticamente en brasileños, argentinos, alemanes, italianos o españoles, sin necesidad de hacer trámites migratorios.

Cuba, tierra fértil para el béisbol, desde el siglo XIX ya tenía a un hombre jugando profesionalmente en la génesis de las Grandes Ligas, está cambiando, en lo que a pasiones deportivas se refiere.

Los fieles amantes de las bolas y los strikes, que más que deporte es parte integral de la cultura nacional, están preocupados y de cierta manera no les faltan motivos, aunque se trate sólo de un problema transitorio y coyuntural.

Así mismo: transitorio y coyuntural, en parte, debido al mal momento por el que atraviesa el deporte nacional, víctima de errores políticos y administrativos que han llevado a los fanáticos a mirar hacia otras disciplinas.

La pasión desmedida de los cubanos por el fútbol es tan real como Santa Claus, que se desvanece tan pronto concluye la temporada navideña.

Pregúntele a cualquiera de estos que hoy se rasgan las vestiduras por Mourinho o Guardiola, que conocen de memoria cada detalle de la carrera de Andrés Iniesta o Zlatan Ibrahimovic, cómo se llaman los integrantes de la selección nacional de Cuba que asistió a la pasada Copa Oro en Estados Unidos.

A duras penas podrán mencionar, si acaso, uno o dos nombres, con lo que se demuestra que este fanatismo es artificial.

Porque un fanático, lo que se llama un fanático, disfruta un derby madrileño, una final de la Champions, con la misma intensidad que un encuentro entre Pinar del Río y Ciego de Avila, entre Villa Clara y Ciudad de La Habana, aún cuando entienda y reconozca la diferencia de calidad.

Pero los futbolistas cubanos se pasean por las calles de la isla envueltos en el mayor anonimato, pues ni siquiera la televisión nacional transmite el partido final del torneo cubano, mientras sí dedica mucho tiempo a pasar encuentros de las ligas europeas.

Pero, tiempo al tiempo, que yo conozco a mi gente. A pesar del bajón cualitativo de las series nacionales de béisbol y las prohibiciones oficiales para transmitir juegos de Grandes Ligas, la gente se las arregla para seguir las actuaciones de sus compatriotas como Yasiel Puig, Yoenis Céspedes, Aroldis Chapman y compañía.

Llegará el momento inevitable en que el mundo se abra a Cuba y Cuba se abra al mundo, como pidió en 1998 el papa Juan Pablo II durante su visita a la isla.

Entonces volverán a verse las Grandes Ligas en la televisión cubana, la gente se identificará con un producto que ha estado vedado por más de medio siglo y las diferentes franquicias establecerán sus academias para desarrollar y captar ese talento inagotable que hay en la isla.

Entonces, los balones dormirán empolvados en los rincones y las estrellas cubanas se unirán a Miguel Cabrera y David Ortiz, a Cleyton Kershaw y Yadier Molina, para desplazar a Messi y comparsa de la preferencia popular.

Tiempo al tiempo, que yo conozco a mi gente. Eso va en el ADN.