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Atlante... ¿Suicidio? ¿Eutanasia? ¿Ambos?

LOS ÁNGELES.- Atlante vivió la primera de sus tres muertes. El descenso por veredicto del sentido común: necesita hacer más goles en dos partidos que los hechos en sus dos últimos años de vida.

Aún faltan sus exequias por su descenso aritmético, el oficial. El acta de defunción notariada, la llave macabra del descenso. El exilio del Atlante.

Y el último deceso, el aniquilamiento final, el más desolador: el olvido, ese limbo donde el epígrafe y el epitafio se confunden.

Con el obituario pendiente, porque en su obsesión de morirse se olvidó de escribirlo, este tercer descenso del Atlante se consuma y se consume en un solemne misterio: ¿es un suicido o una eutanasia? ¿O ambos?

Al final, ambos, suicidio y eutanasia, son un acto de liberación.

Uno, el primero, es inducido por la cobardía que jala el gatillo. La otra, la segunda, como un hipócrita eufemismo de piedad.

Los dos son, también, un desenlace de fracaso, de impotencia, de quienes tuvieron en su mano la vacuna, la medicina, y con su desdén, eligieron o ayudarlo a matarse o a bien morir.

Vivieron como rémoras y terminaron como chacales. Mientras necesitaron del Atlante, mientras mamaron esas ubres hasta dejarlas tan secas como de una nonagenaria infértil, mientras tanto y hasta entonces, los parásitos con atuendo de benefactores le chuparon la médula.

Y hay tres nombres, con distintos pero igualmente aviesos intereses.

1.- Alejandro Burillo Azcárraga, que usó y abusó del Atlante para todos sus fines, menos el económico, pues la cuna le entregó la tajada heredada del imperio televisivo.

2.- José Antonio García, quien tras su bancarrota financiera diversa por sus excesos inmorales, encontró la bendición entre las alforjas de Burillo y los negocios del Atlante. Sabiendo de futbol, encontró los caminos para vivir de él, con él, por él, pero no para él.

3.- Miguel Ángel Couchonnal. Los pecados de los dos anteriores, y otros más, es tal vez, en esa mezcla de voracidad e impiedad el más responsable por su irresponsabilidad afectiva al equipo.

En la bellísima pieza Paso del Norte, Juan Rulfo sentencia: "Apréndete esto, hijo: en el nidal nuevo hay que dejar un huevo. Cuando te aletié la vejez aprenderás a vivir, sabrás que los hijos se te van, que no te agradecen nada; que se comen hasta tu recuerdo".

Los hijos del Atlante lo confirman: Burillo, Couchonnal y García. Entraña negra con sangre negra. Se han comido hasta el recuerdo del Atlante.

Por eso el misterio: ¿suicidio o eutanasia? ¿o ambos?

El Atlante no muere a manos de los que pusieron sus pies en la cancha ante Santos. Ni en los 14 juegos anteriores.

Atlante empezó a morir el día de su advenimiento como Ave Fénix. Empezó a morir el 9 de diciembre de 2007. El día que fue campeón.

Voraces, insaciables, los azulgranas Jinetes del Apocalipsis, de cuello blanco y muñequeras negras, empezaron a tragarse a la accidental e inesperada gallina de los huevos de oro. Tardaron siete años.

No lo hicieron solos: hastiados, hartos de hacer negocio en compra y venta de jugadores, y prenderse como parásitos del cordón umbilical de Quintana Roo, encima eligen, de entre su propia prole, a los engendros más incapacitados y discapacitados para que dirijan al Atlante.

Lo dice bien Juan Rulfo: tras atragantarse hasta de su recuerdo, lo arrojaron al abandono.

¿Resucitará el Atlante? Tal vez esté más cerca de la muerte eterna.

Porque, al final, ¿cuántos dolientes hay desde la noche del domingo ante la autopsia azulgrana? ¿Cientos? ¿Miles? Al final sus ilusiones terminan más contritas ante la tumba que eufóricas ante el altar.

Tal vez lo mejor para los atlantistas es entender en qué han convertido Burillo, Couchonnal y García al Atlante.

Y tal vez en Pedro Páramo, Juan Rulfo lo testimonia de manera implacable e impecable: "Hay pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo".