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La muerte de Alfredo Di Stéfano, irónicamente, fortalece al Real Madrid

RÍO DE JANEIRO, Brasil -- Real Madrid se cimbra. Se ha roto una de sus columnas históricas. Pero su muerte, irónico, lo fortalece.

La importancia, la trascendencia, el peso de Alfredo Di Stéfano fue, ha sido, es tan poderosa en la Casa Blanca que su fallecimiento la fortalece.

La frase pertenece a Jose Ramón Fernández en cátedra este aciago lunes en Raza Deportiva: "Di Stéfano fundó futbolísticamente al Real Madrid".

No le falta razón. La memoria tecnológica de La Saeta Rubia es pobre. Los videos escasean. Las fotografías se multiplican más que en ángulos de una misma proeza, que en el número de proezas.

Pero la memoria sobre los inmortales divaga, pero no se equivoca. Las reminiscencias de la gloria tienen raíces eternas. Las leyendas siempre sobreviven a los mitos. Y Di Stéfano es una leyenda.

Cuando hablamos de que la muerte de Di Stéfano fortalece al Real Madrid es por la lección de trascendencia. Las huellas más profundas se inmortalizan con hechos.

La Saeta Rubia se convirtió sin duda en el Patriarca de la Casa Blanca. Las grandes estrellas, inferiores a la constelación generacional de Di Stéfano, tenían tres protocolos al entrar al Real Madrid: firmar un contrato, saludar a la afición y finalmente besar la mano del jugador que le ungía con la pureza del uniforme.

Hasta un entrenador rebelde, enemigo de otras leyendas y otros mitos que no sean los suyos, encontró un pacto común de respeto total hacia Di Stéfano, como José Mourinho, quien enfrentó una batalla abierta con la historia madridista, sin dejar al final una estatua honorífica con vida.

Los números de Di Stéfano quedan como aranceles inmortales de su grandeza. Títulos europeos, de goleo, intercontinentales.

Al final debe ser el único jugador que ha extendido sus territorios en dos continentes, porque si bien en Europa queda la herencia intocable, también, inevitablemente, por crianza, por cuna, por origen, por genética, Di Stéfano prevalece como embajador de la cultura argentina por el futbol. No lo enseñaron a jugar en Europa, sólo lo recibieron en el estado perfecto de madurez.

En un universo desleal e irrespetuoso, en el que se venera más la palabra de los sabios cuando mueren que cuando viven, las verdades de Di Stéfano se consolidan casi como epístolas que saltan de Libros Sagrados de la cancha.

Se cansó de insistir en que "el Real Madrid no es aspirante a ser Campeón de Europa, el Real Madrid debe ser el finalista a vencer en cada Champions", y como promulgación genuina de un merengue genuino, queda claro, que se convierte en Ley Suprema de la Casa Blanca.

Sin duda, como manifestación pura de la devoción de un futbolista, prevalece el homenaje a la dama perfecta del jugador en cada partido de futbol.

Una escultura con una pelota y la expresión genuina: "Gracias vieja", manifiesta la percepción clara de Di Stéfano de agradecimiento a la figura preponderante del juego.

Hoy, sin duda, la mayoría de los futbolistas rinden homenaje más al patrocinio, a la vanidad, a la apariencia, al color de los zapatos, y a la goma con que se encopetan, que a la Eva de la cancha.

Di Stéfano nunca olvidó que la pelota es la deidad. Y esa no es una lección para el madridismo, sino para el futbolista de cualquier generación.