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Cristiano, el Miguel Ángel de su CR7

LOS ÁNGELES -- Cristiano Ronaldo es el Miguel Ángel del propio Cristiano Ronaldo. Cristiano Ronaldo es el mejor escultor del mejor Cristiano Ronaldo. Por eso el éxtasis le distorsiona el rostro al recibir este lunes otro Balón de Oro.

Marquemos diferencias. A Cristiano Ronaldo le cuesta cada día ser el mejor jugador del mundo. Y cubre la cuota con creces, con devoción, con brío. Se reconstruye y se perfecciona día con día. Eso lo distingue de Lionel Messi. Castas distintas. Razas distintas.

Más allá del año sabático que se ha tomado como precursor de títulos con el Barcelona, es evidente que el esfuerzo de Messi por ser el mejor futbolista es mínimo comparado con el ahínco, el sacrificio, el empeño de CR7 para llegar a colocarse en el mismo pedestal.

Pese, insisto, este casi año y medio en el que ha habido más vómitos que trofeos, a Messi le basta liberar, desbloquear, la fantasía física, mental, intuitiva, creativa, de la que goza (o gozaba), y empieza (o empezaba) a desencajar rostros de fascinación y asombro.

CR7 necesita cada día de rendirle culto a ese Narciso de logística que lleva dentro. La ecuación es sencillo explicarla. Entendió que al jugador notable que ya era, debería perfeccionarlo y abastecerlo de condiciones que le convirtieran en superlativo. Mientras roza la perfección como atleta, se va convirtiendo en mejor jugador de futbol, porque su incremento en velocidad, agilidad, potencia y equilibrio, lo convierten en una mejor versión de si mismo.

Messi no necesita de aceitar la máquina todos los días. Él sólo necesita ajustar los controles mentales de sus poderosos mecanismos instintivos, primitivos, primarios, innatos, de futbolista.

De esa manera, Cristiano Ronaldo es capaz de rebasar al mismo Cristiano Ronaldo. Por eso, es el Miguel Ángel de sus propias esculturas.

Las ociosas mediciones físicas determinan que CR7 puede ser un velocista de distancias cortas, incluso con obstáculos, o un estelar en eliminatorias olímpicas en carreras de relevo. O que puede saltar tan alto como los jugadores promedio de la NBA. O que su arranque es tan poderoso como un corredor de 100 metros. O que está entre los diez mejores en velocidad con balón controlado.

Messi vive al margen de esos termómetros. Su temperatura la miden la cancha y el momento, más allá de que, insisto, en el último año y medio parezca que sólo aparece cuando quiere, es decir cuando puede, y no necesariamente cuando debe, como se quedó esperando incluso la selección argentina en las fases finales del Mundial de Brasil.

Estriban ahí las grandes diferencias entre quien es un devoto de su oficio como jugador de futbol, y de quien quedó por naturaleza bendecido con todos los atributos del futbolista.

Porque al final, uno, el portugués, es un magnífico jugador de futbol, y el argentino es un magnífico futbolista, pero, de momento, queda claro, sin derecho a un sitio en el Olimpo, desde donde lo ven con más abandono que envidia, los dos supremos gigantes, Pelé y Maradona.

Por eso, este nuevo Balón de Oro para Cristiano Ronaldo es doblemente merecido. Porque sabe que es el único que puede idolatrarse y perfeccionarse a sí mismo, como lo necesita.

Cuando abandonó sus desplantes quejumbrosos, sus lágrimas, sus lloriqueos, sus lamentaciones, sus arranques de sentirse incomprendido y de ser víctima de injusticias, y cuando se decidió a hacer de sí mismo un mejor jugador de futbol, a partir de entonces, se ha convertido en el detonante del mejor Real Madrid, con el contraste innegable de que el mejor Barcelona podrá sólo volver a serlo si regresa el mejor Messi posible.

Cristiano Ronaldo construye cada día, con sacrificios genuinos, la mejor versión de su propia marca: CR7, capaz de vender desde ropa interior, hasta fantasías extracancha.

Messi sólo vende camisetas y un certificado genuino para ilusionarse de que todos los peregrinos de gloria en los llanos, lotes baldíos o potreros, pueden llegar a ser como él.

Algo queda claro: CR7 seguirá metiéndose al taller de todos los días para mejorarse a sí mismo. No puede abandonar ni un solo día su laboratorio ni las exigencias de la cancha de futbol. Porque quiere otro Balón de Oro. Lo suyo es 24-7.

¿Messi? Sabe que el día que salga de ese abandono relativo, cuando termine ese año sabático, con sólo soltarle la rienda a la magia que hoy tiene perezosa y contenida, volverá al podio máximo del futbol mundial.

El futbol es así de generoso: ama a los genios, pero también premia a los guerreros. Y el futbol es así de tirano: ama a los genios, pero les recuerda que también deben ser guerreros.