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Leo, el Messi-ánico asesino del Bayern

LOS ÁNGELES -- Lionel Messi se despojó de todos sus despojos. Y evolucionando, evolucionó y revolucionó al Barcelona.

Las pistas llegan a retazos. Porque hace un año, en el año del Mundial, Messi era una paradoja de sí mismo. No oculto la mano que arrojó la piedra: creía entonces que el Leo que deambulaba era el obituario de sí mismo. Afirmaba entonces, como otros, que era protagonista de su propia decadencia. Se hablaba ya más de sus vómitos que de su magia.

Hoy, consuma el mejor Messi de la historia sin que esto signifique que no pueda llegar a consumar un mejor Messi que ese que, en una tarde de fascinación, deja herido de muerte al poderoso Bayern Munich. Dos goles y una asistencia a Neymar pusieron en terapia intensiva a los alemanes.

En la brevísima epopeya de tres minutos, con sus dos horadaciones, Messi aromatizó de gloria a Barcelona y de luto a Munich. Al 90' le cedió a Neymar la concesión de revancha ante la embajada alemana, base de aquel ejército que humilló a Brasil 7-1 en su propio Mundial.

Su primer gol incluía un acertijo. Neuer llegó una milésima tarde a su poste, el izquierdo. Lo incrimina la obviedad del disparo, pero lo indulta la potencia y colocación que consiguió Messi.

La segunda mutilación al Bayern lleva su código de barras. Al contacto con la pelota, las musas de Messi habían ya inspirado la fantasía. Lo dijo él mismo alguna vez: "No sé qué voy a hacer con el balón, sino hasta que lo tengo". Así debe ser. Seguramente.

Ese es el dilema de encarar al argentino. Nadie puede precisar si es un asesino con sangre de reptil, que conoce todas las formas de liquidar contrarios, o si es un ungido de la inspiración y la improvisación, y elige la travesura con los pies antes que con la cabeza.

Como sea, al ramplón Boateng le tiró un jeroglífico. El zaguero del Bayern, azorado, descubrió que las piernas le estorbaban para resolver el trabalenguas que le extendieron. Porque Messi repentiza e inspira un ballet en un espacio más angosto que su sombra.

Y Leo es un péndulo. Hacia la izquierda, primero, después hacia la derecha y Boateng enredó las piernas como trenza de colegiala. Los neurólogos necesitarían un simposium para explicar que en el lóbulo parietal del alemán, en el cortex somatosensorial, donde el cerebro gobierna las piernas, ocurrió un cortocircuito y algunas neuronas murieron fundidas. Leo lo ilustró en una ráfaga. La pierna derecha de Boateng quiso ir hacia la izquierda, y la izquierda hacia la derecha. Un pulpo, con ese amague, se habría ahorcado a sí mismo. Y Messi dejó un tipo con la médula espinal confundida y con nudos ciegos.

El resto de ese 2-0 fue más simple. La complicidad estaba pactada. En el servidor robótico que tiene Messi implantado en la cabeza, o en la delicadeza de la inspiración, de la iluminación vertiginosa, en ese soplo de lo impensado, el argentino sentencia en milésimas de segundo. El balón es un noveno planeta del sistema solar en un cuento de ciencia ficción. Flota indefenso pero letal, hasta que se escurre, sobre Neuer y sus mastines, para, más que caer, deslizarse en una larga caricia sobre la red.

Irónico: Pep Guardiola, que vivió bajo el amparo mágico de Messi, no podía saborear la bayoneta clavada por su exdiscípulo y termina culpando a sus zagueros. El arma que depuró y purificó él mismo, le había dado el tiro de gracia. ¿Cómo aplaudir a su propio asesino por muy elegante y amado que sea?

Messi reinventado y recargado. Las versiones en España se multiplican sobre su reconstrucción. Un nuevo nutriólogo, un nuevo preparador físico y una concesión de su entrenador en el contrato matrimonial entre ambos: el Barsa juega como Messi quiere para que el Barsa rinda como Luis Enrique quiere.

Messi ya no vomita porque ya no hay abusos gástricos, sino que se nutre sin las licenciosas comidas familiares. Y Messi juega mejor porque con menos potencia de despegue es más veloz, más flexible, más soberano de sus cambios de ritmo.

Y esa es una lección aparte. Una lección de independencia. Se liberó de sus hábitos, de sus consejeros empíricos y errados y de la larga expiación y contrición de autojustificaciones.

Relata la prensa en España que él eligió su propia metamorfosis. Él indagó y eligió a quienes podrían restablecer un organismo acorde con sus necesidades. "Messi se dio cuenta que cuando intentaba esas jugadas que lo hacen superior, el cuerpo no respondía. Este Messi no habría fallado las dos posibilidades de gol que falló ante Alemania en la Final", aseguran en Cataluña en versiones que atribuyen a allegados a Messi.

Sí, el mejor Messi de la historia, pero tal vez no el mejor Messi de toda la historia. Y recojo la piedra, pero sin esconder la mano.

Y afortunadamente veremos a este Messi en pugna con el mejor Cristiano Ronaldo de la historia. Los dos compiten por una supremacía innecesaria. El mundo y el balón sonríen complacidos.