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Morir a lo América... sin vivir a lo América

Mexsport

LOS ÁNGELES -- Michael Arroyo había colgado de las fantasías, la clasificación americanista. Al 87' metió el balón hecho obús en ese limbo donde ni arqueros como el Conejo Pérez llegan. 5-5 en el global y América ilusionaba y se ilusionaba.

Jugando con 10 y un traidor desde el inicio y desde el 33' con 10 y sin traidor, porque Paolo Goltz cumplía su misión de ser expulsado, las Águilas estuvieron dos veces en Semifinales del Clausura 2015, cuando el redimido Pablo Aguilar puso el 4-4 y con ese zapatazo de Arroyo en el 5-5.

Aunque La historia relatará el 4-3 final (7-5), con la exaltación de Pachuca a Semifinales, la genuina historia se escribió al 94'. Sólo siete minutos después de lo que parecía otro milagro americanista. El gol de Cano era obsoleto, obsceno hasta para Pachuca.

Pero... O Roberto García Orozco enmienda o tiene encomienda. Dos veces en el Clausura 2015 decidió no marcar penaltis similares al que este sábado decidió sí marcar contra Pablo Aguilar. Un disparo de Mosquera a quemarropa. El balón tenía domicilio de gol y la mano del paraguayo interrumpe la fatídica trayectoria. En el libro de los misterios post-mortem, permanecerá la duda sobre si iba o no al alcance de Moisés Muñoz.

García Orozco, por enmienda o por encomienda, marca lo que parece totalmente correcto. Y al 94', el americanismo sacó rosarios, veladoras, plegarias, salmos. La fe estaba puesta en Moisés, inscrito en la nomenclatura de los milagros. Pero en el futbol ocurre uno por juego. Arroyo había agotado el de El Nido. Cvitanich cuelga el balón en la red, en el marcador y descuelga los tendederos frágiles de esperanza del América: 3-3 y 5-6 en el global.

Habría otro gol, al 96', del gambusino Ezequiel Cano, pero para entonces las Águilas, ya con nueve por la roja a Pablo Aguilar, entregaban la corona del campeón. Los pulmones estaban vacíos y los músculos inflamados.

Un encuentro que parecería un desorden absoluto, pero que terminó bellísimamente manipulado por las circunstancias, que son la suma de imponderables que enriquecen y ennoblecen las reacciones humanas.

1. Pizarro ridiculiza la sospechosamente artrítica marca de Auto-Goltz. Y entrega a Penilla, quien entre cuatro pasmarotes vestidos de amarillo, la empuja. Era el minuto 6. América, diría Juan Luis Guerra, debió salir entonces de tour a cruzar el Niágara en bicicleta. Gustavo Matosas exige el abordaje suicida como en un cortometraje de piratas del cine mudo.

2. Los Tuzos estaban más cerca del segundo. De nuevo un vendaval que flagela y penetra la trinchera amarilla. Un accidente ilumina a Matosas al 17'. Guerrero, al que el apellido le queda grande, se lesiona. Carlos Darwin, el mocoso berrinchudo de la Ida, recibe una oportunidad. La aprovecha. Mete pierna, recorre, produce, genera. Purga penitencia.

3. Con uno menos, sin contención definido, América decide salir a una guerra nuclear con sólo un taparrabo. Lozano, Nahuelpán, Penilla, Pizarro y Ayoví se arriman al gol. Descarados, con rutas descongestionadas, desbordan. Y el camino se limpia más cuando Auto-Goltz, como en la Concachampions, decide ir a ganarse la roja con brutal patada al abdomen. Al 33', el argentino habla con su agente de bienes raíces: quiere casa de lujo en Monterrey.

4. Enloquecidos, sin burocracias en media cancha, sin pausa, sin tregua, a matar o morir, a matar y morir, entre los indultos de Pachuca, una chilena de Oribe Peralta al 43' es una inyección de adrenalina al corazón con taquicardias de El Nido. 1-1, 4-3. Quedaba tanto, pero tanto por saborear en esa línea raquítica entre el gozo y la angustia para hidalguenses y americanistas.

5. Hecha un caos la zaga de Tuzos, el 2-1, 4-4, llega, insisto, con el redimido Aguilar y provocó una revolución histérica en las bancas. En seis minutos tres cambios. Matosas quiere pausa y control. Ventura por Benedetto para reposar en la garantía del pase a Semifinales. Pero cuando apenas se organizaba América, Ayoví saca una página de ciencia ficción. Su disparo de zurda es un fogonazo. La NASA investiga la tecnología del ecuatoriano. 2-2, 5-4. Y Diego Alonso quiere más sangre: manda a Cvitanich por Penilla y a Cano por Nahuelpán.

Embelesa, hipnotiza el trámite. Ya no hay esquemas. El pizarrón de la semana y del vestidor, la charla táctica, el repaso de estrategia, el manual de funciones, se vuelven una patraña. Se juega con la bestialidad innata del músculo y la fe. Aleluya.

Y entonces, para un drama continuado, llega un desenlace en el que el suspenso guardaba sus mejores caprichos y sus peores contubernios: el golazo de Arroyo, el penalti de Aguilar que marca García Orozco y cobra Cvetanich, y el gol obsoleto marcado por Cano.

Pachuca legítimamente es un notable semifinalista, que defiende, con esa mezcla de sangre joven y veterana, el enaltecido y enaltecedor compromiso por el buen futbol. Seguirá sufriendo en el área, pero seguirán sufriendo en el área contrario. Eso, merece veneración.

¿América? A limpiar el pelotón, que seguramente comenzó a tirar escombros este mismo sábado, con Goltz, y le seguirán en esa ruta las grandes contrataciones pedidas por Antonio Mohamed y que precipitada y torpemente aceptó Ricardo Peláez, antes de sentarse con Matosas.

Cómo único fomento de consuelo para el americanismo, insuficiente para un equipo proyectado para el Bicampeonato, es que al menos mostró la hombría en el momento clave, pero a los bandoleros, porque los hay, en el plantel, el sueldo les llegó puntualmente, aun cuando no lo sudaran en la cancha.

Pero es inevitable confrontar que el América muere como el América, porque no supo vivir como el América.