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Hamilton me trae muchos recuerdos en la cabeza. En 1997 veníamos de comernos 93 en el partido contra los All Blacks en Wellington. ¡93! No sólo teníamos que levantar la cabeza sí o sí para el segundo test, sino que ese martes, entre partido y partido, jugamos en Taranaki un encuentro durísimo bajo la lluvia que podríamos haber ganado, pero que también perdimos.

Y encima cuatro días más tarde volvíamos a vernos las caras con ese equipo de Nueva Zelanda, que en ese momento, decían que era el mejor de la historia. Tenían una mezcla de jóvenes como Cullen, Umaga y Spencer, y experimentados como Zinzan Brooke y Sean Fitzpatrick. ¡Qué bestias! Ese equipo ganó el Tres Naciones de ese año muy tranquilo.

A mí me tocaba marcar a un tal Umaga, que jugaba su tercer test. Soñé toda la semana con él, cómo marcarlo, cómo anticiparme. No lo podía dejar que arranque, porque sino era boleta. Y por suerte recuerdo haberlo marcado bastante bien.

En la radio esa semana había apuestas de cuántos tries nos iban a meter los All Blacks y hasta quién hacia el primero. Estábamos en la cama descansando y escuchábamos esas publicidades con esos juegos.

Fue duro, y HASTA me acuerdo que después de los 90 puntos nos JUNTAMOS para ver si jugábamos el segundo test O NO, porque había hasta riesgo físico. Lo miro en retrospectiva y éramos 20 amateurs LOCOS en una jaula de leones, pero jugar contra ellos no se te da todos los días.

Claro que decidimos jugar por nuestro orgullo y en el vestuario nos prometimos tacklear todo lo que pasaba al lado. Dejar la vida en esa cancha. Liso Arbizu, el capitán, antes de salir al partido dijo: "El que hoy no tacklea, no juega nunca más". Nos dimos tanta manija o teníamos tanto miedo- que llegamos a sentir que si no fallábamos tackles teníamos chances, ja. Esa es la locura que te da ponerte la camiseta de Los Pumas.

Dejamos la vida. Nos tackleamos todo y hasta faltando 10 minutos íbamos algo así como 45-10. Para nosotros era todo un logro. Al final nos metieron dos tries y pasaron los 60, pero no nos podíamos reprochar nada. Fue un punto de inflexión. A partir de allí empezaron algunas ayuditas como becas de facultad, obra social, gimnasios pagos.

Jugar contra los All Blacks es único. Un sueño hecho realidad. Los ves desde chiquito, los admirás y un día estás parado en frente del haka. ¡Hay pocas cosas que igualan eso! Destilan un manto de confianza, invencibilidad, historia, tradición. Todo eso junto y más. Haberlos enfrentados en River a cancha llena fue uno de los puntos culminantes de mi carrera. Lástima que se escapó al final.

Pero jugar en Nueva Zelanda es doblemente duro. No sólo por el rival adentro de la cancha, sino porque sentís y vivís lo que generan en su país. Te subís a un avión, vas por la calle y las publicidades son los All Blacks. Son modelos nacionales.

Esa euforia está afuera y dentro de la cancha. Y a la hora de jugar, aunque estás metido en el juego, la localía pesa. Muchas veces estos hombres de negro parecen máquinas, y la realidad es que juegan igual en cualquier lado. Son para admirar.

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