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Ecuador, dedazo de atole, para el martirio de Martino

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¿Cuál es la calificación del 'Tri' en su gira por EUA? (4:30)

La mesa de Futbol Picante reprueba la actuación de la Selección Mexicana en los partidos amistosos. (4:30)

LOS ÁNGELES -- El mejor narrador mexicano, Ángel Fernández, era una incubadora prolífica y genial de expresiones para momentos especiales en los partidos de futbol. "Muertos, heridos y desaparecidos... los niños y las mujeres primero", exclamaba en la algidez del juego.

Encaja perfectamente con el dedazo de atole, que dio la Selección Mexicana en el 0-0 ante Ecuador este domingo en Chicago. Dedazo de atole, porque apacigua las tempestades, y baja del patíbulo, provisionalmente, al ya cíclico, frecuente e impopularmente popular inquilino, Gerardo Martino.

Hubo, este domingo, muertos que ya no resucitan como Héctor Herrera. Y heridos (Tecatito Corona, Fernando Beltrán), a causa de ponerse con Sansón a las patadas, tomando en cuenta el biotipo del jugador ecuatoriano. Y desaparecidos en la cancha, como Andrés Guardado, Alexis Vega, Jesús Gallardo y Héctor Moreno, y ahí puede Usted agregar a Uriel Antuna. "Muertos, heridos y desaparecidos...".

Hay una ociosidad inevitable en las comparaciones, que es como un subterfugio de escapismo, de evasión, el 0-0 ante Ecuador es linimento y consuelo --para algunos, para muchos--, tras el 3-0 ante Uruguay. El credo ese que supura conformismo: "no se mejora, pero tampoco se empeora".

Este domingo, Gerardo Martino trató de enviar a la cancha la versión más cercana con la que espera sacarle sustos y meterle taquicardias a Polonia, y a una Argentina que fascinó ante Italia, y que después se fue de recreo ante Estonia (5-0). El gran ausente es Edson Álvarez, un figurón en el Ajax, un pendenciero cualquiera en el Tri.

Y este México, de aspiraciones épicas, pero exclusivamente en la cabecita delirante y demencial de Tata Martino, pudo haber sido arrollado por Ecuador, que es un equipo que debe fascinar a su técnico Gustavo Alfaro, porque es bohemio, alegre, frontal, brusco, hábil, desparpajado, a veces desordenado, pero que pretende hacer una fiesta en la cancha.

La diferencia salvadora, redentora, para México, vuelve a ser Guillermo Ochoa. Siempre él. El que suscita estremecimientos en el América, pero que es una certeza infranqueable en el Tri, como molusco heroico, más allá de los conocidos accidentes, como el 7-0 ante Chile.

¿Mejoró tanto México? No. Ecuador es un equipo desbocado, que ofrece zonas vulnerables, frágiles, pero México, tuvo ayer tres aproximaciones, arruinadas por Tecatito Corona, Alexis Vega, y Raúl Jiménez, quien hoy yerra las que eran de trámite, antes del asalto brutal de David Luiz.

Uruguay le hurtó todo. Cancha, balón, dignidad, espíritu, e insisto, le hizo tres, pero no le hizo seis más, sólo por un impensable gesto de compasión y condolencia anticipadas, a esta errante, taciturna y destemplada versión de México. Los charrúas sólo necesitaban alguien que les quitara el freno de mano impuesto por Washington Tabárez. Y mire usted, pudo hacerlo hasta Diego Alonso, de sonoros fracasos en Monterrey, y hasta en la MLS, con un costosísimo Ínter Miami.

Si ante Ecuador, Martino envió a aquellos jugadores que en los devaneos de sus neuronas, considera los mejores para arrancar la Copa del Mundo, este grupo regresará a tiempo a México para actividades que le son --aparentemente--, más importantes: las Posadas, cargar los peregrinos, y tomarse el etílico y hedonista puente Guadalupe-Los Reyes.

Sin duda hay una enorme responsabilidad de los jugadores. Cuando la referencia post-mortem en la Selección Mexicana es que el único órgano sano para trasplante es Guillermo Ochoa, queda claro, que el resto de los órganos vitales, no serían aceptados ni en una veterinaria.

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¿Pueden rendir más? Es evidente que sí. Pero, Gerardo Martino no es el hombre para contagiarlos, arengarlos y transformarlos. Y no es totalmente su responsabilidad. Es un pasaje similar al de Sven-Goran Eriksson y Juan Carlos Osorio.

Con el sueco, creador del término #YuntaDeDueños, se hacía un trabajo táctico ordenado, detallado. Todo funcionaba en los entrenamientos. Y él se iba a dormir o simplemente a prolongar las noches con buenísimas amistades que hizo entre las féminas en su estadía en México.

Eriksson asumía, que si sus convocados eran jugadores profesionales, muy bien pagados, y que presuntamente entendían lo que era vestir la camiseta de la selección nacional, no necesitaban nada más. La ecuación estaba completa. Sólo debían salir a hacer lo que debían y ganar. ¡Caramba, es la Concacaf!

Eriksson creyó que en los genes del compromiso, la devoción y la pasión por el futbol, los mexicanos eran iguales a tantos dilectos europeos que él había dirigido. Se equivocó. No estaba ahí, para desengañarlo, el doctor en psicología Octavio Rivas (QEPD), con su diagnóstico: "'Pérate, son mexicanos, están programados al revés". O Manolo Lapuente, para advertirle que con el seleccionado "hay que hablar cada día, todo el día, todos los días, para que comprendan que juegan con la selección".

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Martino no sabe o no quiere entender eso, que necesitan, según el jugador en turno, que les soben el lomo, que les endulcen el oído, que les hablen fuerte, que los amenacen, o que les mienten la madre. Porque simplemente "están programados al revés", o porque necesitan una pilmama o una madrastra, "cada día, todo el día, todos los días".

Recuérdese la revelación de Juan Carlos Osorio. Minutos antes de enfrentar a Brasil en El Samara Arena. Les preguntó si estaban listos para el juego de sus vidas, y pasar a la tierra prohibida del Quinto Partido. Sólo hubo un silencioso ominoso, penoso, estrujante. Cierto, antes el grupo había sido despedazado por revueltas internas encabezadas por Javier Hernández. Pero, ninguno respondió.

Ojo: si esa misma pregunta y esa misma respuesta ocurren dentro de los momentos y égidas de Miguel Herrera, Javier Aguirre, Manolo Lapuente, Miguel Mejía Barón, y hasta el mismo Ricardo LaVolpe, habría ocurrido un genocidio en ese vestuario. Osorio se sorprendió, se asustó, se inhibió, se cohibió... y perdió.

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Ahí es donde Gerardo Martino está perdiendo la batalla. Podrá ser un dechado de ingeniería táctica, pero si no es capaz de soliviantar a sus soldaditos de plomo, los resultados no cambiarán.

Dígame Usted, por ejemplo, si hay congruencia entre las declaraciones de Héctor Herrera el sábado ("estanos a muerte con el Tata, y nos vamos a matar en la cancha por él"), y su actuación --paupérrima--, ante Ecuador.

Pero, ese 0-0, al final, es un dedazo de atole. Apacigua las turbulentas, turbias y revoltosas aguas que hacen zozobrar mediáticamente a este Tri-tanic.