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Violencia naturalizada

BUENOS AIRES -- Sería interesante hacer un balance estrictamente deportivo de los clásicos del fútbol argentino de los últimos años. Con seguridad nos encontraríamos con una mayoría (abrumadora) de encuentros insípidos, de escasos goles y baja calidad.

Pero, eso sí, con una copiosa promoción previa a cargo del periodismo. Con hacer memoria, por caso, de los últimos Boca-River, por citar el clásico emblemático, nos daremos cuenta de que casi siempre hay mucho ruido y poco fútbol.

No obstante, estos partidos siguen atrayendo la atención del hincha posiblemente como ningún otro. A un costado de la jerarquía deportiva, se agitan las disputas de barrio, una tradición centenaria y otros componentes que le dan estatura de acontecimiento y generan una gran convocatoria.

La ecuación podría sintetizarse así: por lo general, los clásicos son partidos malos, pero eso no les quitará jamás su importancia primordial.

Así que es necesario sostenerlos a como dé lugar. Se les debe tolerar la habitual mezquindad de las propuestas (la presión no permite soltarse, ¿vio?) y también la violencia. En el último clásico santafesino que ganó holgadamente Unión 3 a 0 hubo una agresión del público local que pudo dejar heridos graves. Pero nadie se lo tomó a la tremenda.

Una sucesión de cascotazos cayó en la zona del arquero visitante, Nereo Fernández, y otros proyectiles se dirigieron hacia un palco donde presumiblemente estaban los directivos de Unión, que habrían osado gritar algún gol.

No obstante, el árbitro Fernando Espinoza juzgó que el partido no tenía que suspenderse (¡es un clásico!) y, luego de una tregua forzosa de siete minutos, el juego continuó como si nada. Pero no sólo el árbitro demostró abnegación para llegar hasta el final de cualquier modo.

Nereo Fernández, el principal damnificado, en cuyo dominio arrojaron las piedras que le podían haber roto el cráneo, dijo en los vestuarios que él insistió para que el partido continuara. Al igual que sus compañeros de equipo, manifestó una llamativa comprensión hacia las manifestaciones de violencia.

Los futbolistas de Unión entrevistados luego de los incidentes (y del gran triunfo) tomaron los piedrazos casi como un rasgo anecdótico de un tipo de partido en el que se concentra mucha carga emotiva. Nadie sugirió que Espinoza tendría que haber parado el partido, preservando la seguridad de los futbolistas y la de los árbitros. Veremos qué dice la AFA, que suele hacer declaraciones institucionales pesarosas cada vez que hay sangre, acerca de lo ocurrido en Santa Fe.

Parece que el fútbol naturaliza la violencia de los clásicos (ya no sólo su mediocridad deportiva), como si fuera de una índole diferente y, por lo tanto, admisible en forma unánime. No patalearon ni los protagonistas, ni el árbitro ni los encargados de la seguridad.

La polémica de la tarde fue el gol no convalidado a Pablo Ledesma, el volante de Colón. Antes de seguir pronunciando estupideces suicidas, la gente del fútbol podría empezar por precisar, entre otros términos, de qué habla cuando habla de rivalidad y de violencia.