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A un año de Argentina campeón del mundo: El festejo de uno, el festejo de todos

Todos festejamos pero cada uno lo hizo a su manera. Getty Images

Un colectivero en un pueblo de Entre Ríos. Un guardaparques en un paraje perdido de la Patagonia. Una enfermera en una salita de primeros auxilios de Catamarca. Un taxista en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Una mamá y sus cuatro niños en un pequeña localidad del Interior de Córdoba. En apariencia no hay nada que los involucre. Nada que relacione el día a día de cada uno con la cotidianidad del otro.

En apariencia.

El 18 de diciembre de 2022 todos ellos estaban realizando la misma actividad al mismo tiempo. Estaban frente a una pantalla mirando la final del Mundial. Todos gritaron emocionados al mismo tiempo, cuando Messi, Di María y el resto hicieron su magia. Todos quedaron al borde de las lágrimas cuando el festejo parecía frustrarse faltando dos minutos para el pitazo definitivo. Y todos soltaron esa emoción contenida cuando Montiel metió el cuarto penal.

Después de ese instante de felicidad absoluta, de ese momento inolvidable, el tiempo volvió a avanzar y cada uno de ellos retornó a su vida.

Todos lo hicimos.

Por eso los festejos fueron disímiles. Muchos se sumaron a la marea humana en plazas y centros cívicos de todos los rincones del país. Otros se juntaron con su familia a celebrar, como mucho, en la vereda de la casa. A algunos, la distancia sólo les permitió hacerlo mediante una videollamada. Unos pocos prefirieron vivirlo solos.

A un año de aquella gesta de la Scaloneta, en ESPN.com se nos ocurrió contar, como una analogía de lo que ocurrió en nuestra nación ese 18 de diciembre de 2022, la multiplicidad de celebraciones que tuvieron nuestros redactores.

Acá va el compilado.

Una cábala que un papá y su hija nunca olvidarán - Gustavo Goitía

El Mundial de Qatar lo viví de una manera especial. Tengo recuerdos de los otros Mundiales que ganó Argentina: en 1978 tenía ocho años, era chico, y sí tengo bien presente el de 1986, cuando tenía 16 años, con toda la magia de Diego Maradona en México. En 2022 lo disfruté con una cábala, la de verlo con mi hija mayor, Clara, que tenía 22. En casa fue la que me acompañó a ver, sufrir y disfrutar de los partidos. Esto tiene un antecedente: el primer partido completo que vio de la Selección Argentina fue la final de la Copa América que ganamos en Brasil. Entonces, cuando se venía el Mundial, le dije: "Tenés que ver todos los partidos de la Selección". Para colmo, el debut ante Arabia Saudita casi no lo vio, solo de pasada unos minutos, porque estaba estudiando para rendir exámenes en la Universidad. Miró 10 minutos y justo Messi hizo el gol de penal. Se dio la derrota que nadie esperaba y entonces le dije: "Viste, Clari, vos tenés que ver todos los partidos, sos la cábala de la suerte". De ahí en más miró los siguientes seis encuentros ganados. No todos los pude ver con ella porque en la mayoría yo estaba trabajando en el sitio de ESPN, pero ella lo siguió frente a la tele, ya sea sola, o con Belén, mi hija menor, o con Gabi, mi esposa. Sufriendo, gritando cada gol, viniendo a consultarme por alguna jugada, por los cambios, los penales... En fin, hasta que llegó la final y pasamos de la locura con el 2-0, con Messi, Di María y compañía, a padecer el 2-2 y después yo a insultar por el penal cometido que significó el nuevo empate de Francia para el 3-3. Y por suerte nos desahogamos con los penales y el gran Dibu Martínez. Esperamos unos minutos a ver la premiación y de ahí nos fuimos directo a la plaza de mi ciudad, en Mercedes, a participar de los festejos. Como en cada lugar, fue una locura de gente, de todas las edades. Fue histórico. Se vivió una alegría tremenda. Por eso la tercera estrella de Argentina, para mí, tuvo otro sabor y una cábala clave.

Argentina somos nosotros - Bruno Altieri

Cierro los ojos y recuerdo ese momento. Cada paso de Montiel camino al tiro de su vida, es la masacre una a una de las frustraciones repetidas hace cuatro años. Tanta camiseta contra el piso, tanto masticar bronca, tanto pensar en qué nos equivocamos. Del robo de Codesal, a las piernas cortadas de Diego, con paso por el cabezazo de Ortega a Van Der Sar y escala en los cortes de pelo de Passarella. La desilusión del equipo del Loco, Messi en el banco en Alemania, y el 4-0 en contra en Sudáfrica. El gol de Gotze en tiempo de descuento y el papelón de Sampaoli en Rusia. Recuerdo todo eso mientras camino y pienso, en segundos, en nuestro destino. En el destino, que puso a un número cuatro, puesto obrero si los hay, a patear el penal más grande de la historia Argentina. ¿Qué es la suerte o la desgracia si no es eso? Porque ese pibe humilde, que juntaba cartón arriba de un carro, ahora va a convertirse en héroe. Lo que le dijo Mascherano a Chiquito, agarrándole fuerte el rostro, lo que se hizo marca registrada, ahora se lo gritamos todos. Vamos nene, vamos que naciste para este momento. No lo sabías, no lo pensaste, pero ahora lo sabés. Y a Montiel, de alguna manera, le llega ese alarido. De La Quiaca a Ushuaia, con epicentro en Qatar. Porque está confiado. Y si él confía, nosotros también. Scaloni abre grande los ojos. Soy Scaloni. Soy el que tengo al lado. Soy Messi también. Montiel toma carrera, levanta la cabeza y cruza el pie derecho. Así, suave, como si fuera un trámite sencillo, de todos los días. La pelota viaja y Gonzalo la guía con la mirada, como un padre que ve a su hijo cruzar la calle por primera vez. Yo estoy lejos, en el quincho de mi casa, a casi 14.000 kilómetros de distancia de Montiel. Pero siento que estoy ahí. Siento que ahora, después de mucho, muchísimo tiempo, volvemos a ser uno solo. Abrazo a mis hijos, los levanto en el aire, gritamos juntos. Se que esto les cambiará la vida. Como me cambiaron a mí los goles de Diego casi treinta años atrás en México. Como un barrilete cósmico, corro sin direccion, a cualquier parte. Están mis amigos conmigo. Es un desahogo incomparable. Es creer o reventar. Pudo ser ayer, podrá ser mañana, pero es hoy. El diciembre de nuestras vidas. Llorar, reír, volver a llorar. Y volver a reír. Hoy, el mundo quiere ser argentino. Pero Argentina somos nosotros. Y siento que todo, absolutamente todo, valió la pena.

Como una catarata - Eugenio Martínez Rühl

Abrazo a mi mujer y así, en un puño, saltamos frente al televisor. Mis hijos son chiquitos y lloran por los alaridos que pegué en cada penal convertido, de cada atajada del Dibu. No sé cuándo la solté a mi esposa pero ya estoy saliendo a la calle al grito desaforado de "Dale campeóooon, dale campeóoon". Ahí aparece mi vecino, Jorge, que hace unos días me dijo que mucha bola no le daba al Mundial. Tiene los ojos llenos de lágrimas. Su mujer, Gladis, llora a moco tendido y le pego un abrazo que casi le quiebro las costillas. Me doy cuenta de que yo también estoy llorando. Le hago una videollamada a Juani, mi amigo del alma, que se fue a vivir a Italia hace unos años. Le grito cosas ininteligibles y él se tapa la cara. Quiere evitar el llanto pero medio que no puede. Acá hace calor, allá nieva, pero le digo que salga a festejar igual. Corto. Videollamada a mi hermana. Está con su novio nuevo, que no me conoce. "Contra todo y contra todos, carajo", le escupo, junto con una buena dosis de saliva, que impacta en la pantalla del celular. Siento que el muchacho no se quedó con una buena imagen de mí. Salen más vecinos, nos abrazamos como si fuéramos amigos. No lo somos. Vuelvo adentro. Los chicos ya se tranquilizaron. Mi mujer todavía llora. Nos volvemos a abrazar.

Qué lindo es ser argentino - Delfina Moyano

Al igual que muchos, soy la hincha hipócrita, la que viste la celeste y blanca solo para el Mundial y no sabe bien quién juega en qué equipo o liga el resto del año. Pero qué lindo cómo se contagia la pasión mundialista, y más cuando se va llegando a instancias definitorias. Hipócrita o no, no hay sentimiento más lindo que ver al país unido persiguiendo un mismo objetivo, todos sonreimos en la calle y hasta parecemos amigos. Ese día en particular estaba en casa con mis dos hijos, de 1 y 3 años, y estaba trabajando. Con el esfuerzo que implica trabajar y estar con los chicos a la vez, sumado a la adrenalina del momento, recuerdo que a la hora de los penales no pude soportar la ansiedad, y como buena cobarde me fui a la cocina, donde no había televisión ni se escuchaba el sonido de la que estaba encencida a lo lejos, Y apoyada contra la mesada mirando hacia abajo, más precisamente a la bacha de la cocina, esperé el sonido mágico... el sonido de la alegría del pueblo, que parecía no llegar nunca. Recuerdo escuchar mi respiración agitada y el ensordecedor silencio del barrio... y luego llegaron los latidos de mi corazón, que no creí tuvieran sonido hasta ese momento. Y cuando ya daba todo por perdido, finalmente llegó. El sonido envolvente de alaridos, silbidos y cantos, llantos y bubucelas desde la calle. Y cuando levanté la mirada, húmeda y lagrimeante, esta hipócrita estalló en carcajadas al ver a mi vecino subido a la antena de cable, agitando la celeste y blanca, llorando de la emoción, gritando hasta explotar sus pulmones, pero más feliz que perro con dos colas y pensé... que lindo es ser argentino un día como hoy.

Ya éramos campeones - Nicolás Baier

La cobertura en Qatar se interrumpió de forma abrupta. Mi hijo estaba en terapia intensiva y el Mundial había que jugarlo en Argentina. Fue un viaje inmediato por su ejecución y eterno por distancia y desesperación. Una hinchada incondicional acompañó al equipo y la habitación se tiñó de celeste y blanco. Tanto los partidos como las figuritas fueron aliados fundamentales para sobrellevar el momento. Después de dos semanas de internación, llegó el ansiado día del alta y se produjo el abrazo del alma con su hermanita que tanto lo extrañó. La Scaloneta se encargó del resto. El pitazo final de aquel 18/12 fue una descarga de emociones. Lágrimas por lo que pudo haber sido, por el fin de la pesadilla y por Messi, claro. Leo levantó la Copa, pero nosotros ya nos sentíamos campeones del mundo antes de salir a la cancha.

En la camioneta de unos desconocidos - Mariana Barasoain

Después de cuatro finales mundialistas trabajando en una redacción, la definición entre Argentina y Francia me encontró de vacaciones y a un día de volar a Barcelona. Viví ese partido cien por ciento como hincha y de igual forma pude festejarlo. Inmediatamente que terminó de patear su penal Montiel, me desplomé en el piso. Lloré. Apagué la velita que estaba prendida junto a una moneda de 10 pesos y una figurita de Messi (que ejercía función de estampita desde el partido con México) y agradecí. Agradecí mucho. Después de ver al capitán levantar la Copa, coordiné el encuentro con amistades y familia en la plaza de mi barrio, la Misericordia de Flores. Cantamos y saltamos durante poco más de una hora, para luego iniciar una peregrinación hermosa por Avenida Directorio, que se transforma en San Juan, hasta llegar a Boedo. En esa mítica esquina futbolera que le pertenece al Ciclón, nos subimos a la caja de una camioneta de desconocidos y seguimos la caravana rumbo al Obelisco junto a miles de argentinos. Ahí, nos quedamos hasta la madrugada, en una fiesta popular inolvidable. Sin dudas, un recuerdo para atesorar toda la vida.

El festejo, todo de él - Magdalena Kairuz

Gonzalo Montiel acaba de ejecutar su penal, Hugo Lloris eligió la otra punta y es gol. Argentina es campeona del mundo. Pero no hubo euforia. Ni en el defensor ni en mi caso. Estaba sola en mi habitación. Así prefiero ver los partidos, cuando no puedo estar en el estadio. No festejé. Lejos quedó el fanatismo por esa selección del Coco Basile, campeona de las Copas América de 1991 y 1993. El tiempo, la vida, me alejó del equipo nacional y, casi como otros tantos millones de personas alrededor del mundo, quería que Lionel Messi fuera campeón, más que Argentina. Me quedé frente a la TV, mientras muchos ya habían salido a las calles a celebrar. Yo quería verlo levantar la Copa. Me emocionó verlo poder disfrutar de ese momento, ver ese bailecito -que se volvió viral- antes de la explosión junto a sus compañeros. Él se lo merecía más que todos. Era el momento para que Leo festejara. Y yo, sólo me quedé a observalo a la distancia. Y recién cuando el plantel abandonó el Lusail, dejé mi casa para ver lo que pasaba afuera.

Un salto de felicidad - Dolores Díaz Mayer

Montiel metió su penal y el corazón me explotó de alegría. La felicidad no me entraba en el cuerpo. Salí corriendo por el jardín de mi casa -ya lloraba hace rato- al grito de ¡somos campeones del mundo, somos campeones del mundo! Me terminé subiendo a la cama elástica a saltar y gritar de la felicidad. Después me abracé con mi familia: papá, mamá, tía, hermanos, sobrinos. Salimos a la vereda, que ya se escuchaban los bocinazos y que hicieron de la calle un desfile de autos. Todo era alegría. Minutos después tuve que seguir trabajando ya que empezaban las declaraciones de los jugadores campeones del mundo.

La cábala se rompió y la mala racha, también - Matías Centeno

Como los otros cinco partidos previos de Argentina, el partido final lo iba a ver solo y en casa. Aunque esta vez, claro, mi mujer y mi hija quisieron también estar para disfrutarlo en familia. Se rompía mi cábala, pero hasta los 78 minutos no me importó. A los 80, con el penal convertido por Mbappé, y a los 81 con su doblete consumado, empecé a masticar bronca. Finalmente, con el grito de gol de Montiel agradecí que estuvieran ellas conmigo en casa para poder fundirnos en un abrazo interminable, viendo esa sonrisa de Sofi que no entendía por qué éramos tan felices, pero la alegraba a ella también. Tanto que prefirió que nos quedáramos en casa y viéramos a la gente salir a festejar en interminables caminatas.

Ya está, ¡Somos campeones del mundo! - Pablo Cormick

Helena estaba a mi lado pero, de los nervios, ya no podía mirar hacia el televisor. Ana y Valentina, como en los penales contra Países Bajos, habían salido al patio a regar las plantas, un poco por cábala y otro poco por la insoportable tensión del momento. "¡Somos campeones del mundo!", les grité por la ventana tras el alarido después de la ejecución de Gonzalo Montiel. Ya estaba sentenciada la historia. Les avisé con lo que me quedaba de voz, en una especie de desahogo, porque no sabía si llevaban la cuenta al seguir la definición por el relato radial que se les mezclaba con mis reacciones y las de los vecinos. "Ya está", dijo Messi y les hizo un gesto a sus familiares que celebraban en las tribunas del estadio Lusail de Qatar. 'Ya está', pensé en mi casa de Buenos Aires. Se había terminado un histórico Mundial. Y también se había terminado un frenético mes de rituales que descansarán hasta que sea necesario volver a recurrir a ellos.

De película - Julián Fraire

Estupefacto, tieso. Como tildado por esa épica. Como si hubiese visto por enésima vez el final de una de ciencia ficción. Porque todos dicen que fue una película. Pero nadie, absolutamente nadie, se imaginó semejante desenlace. Un drama. Y entonces, los dedos temblando para mandar más mensajes de los que una persona puede mandar con una mano porque con la otra se abraza a quien tiene más próximo. Porque también hay algo de comedia romántica después de tanto thriller.

De la tristeza y el dolor a la alegría - Mariano Cortasa

La pelota en el palo de Batistuta y la expulsión del Burrito en Francia; Bati y Crespo llorando en Japón; el papelito de Lehmann en Alemania; Klose y la velocidad de Podolski en Sudáfrica; un grito de gol ahogado por las palabras de un hermano que te dice: 'lo anularon' y un penal no cobrado en Brasil; las polémicas y el sufrimiento alrededor de Rusia 2018... Ninguna de esas veces se me cayó una sola lágrima. Esas tristezas y dolores quedaron totalmente guardados, esperando algún día irse o seguir haciendo lugar para que se continúen acumulando.

Todo eso se fue cuando la pelota de Montiel entró en Qatar. Se fueron de mí en forma de alegría mientras estaba arrodillado en el piso llorando con las manos en la cara, acordándome cada uno de esos momentos a través de los años y de las personas con las que no iba a poder compartir toda esa felicidad. El cariño de la mujer que amo me devolvió a la realidad y lo único que le faltó a ese instante, fue un abrazo de gol con mis hermanos.

Nada como los primeros minutos campeón del mundo - Lautaro Di Giorgio

Después de haber sufrido muchísimo en la tanda de los penales ante Países Bajos, la experiencia con Francia podía ser peor, pero esta vez sí me animé a mirarlos. Desde la primera tapada del Dibu disfruté los tiros desde los 12 pasos, pero más celebro haber tenido la claridad de ir mirando los ojos y los gestos de cada uno de los amigos con los que compartí el partido. Sabía que no podía fallar esta vez como sí ya habíamos sufrido en 2006, 2010, 2014 y 2018, los mundiales que mi edad me permiten recordar además del glorioso Qatar 2022.

El llanto desde el 3-2 aumentó, pero no fue por nervios y sí por emoción. No es fácil recordar con claridad los primeros instantes, aunque sí tendré grabado para siempre todos los abrazos que nos dimos, los saltos que pegamos, el chapuzón comunitario a la pileta –para ser campeones del mundo de esta forma tenía que ser en verano-, el brindis con champagne adentro de una trompeta celeste y blanca en forma de embudo, la videollamada con mi viejo, el mensaje a esa persona que todavía amás y todo, pero todo, al ritmo de... “Muchaaachos...”.

El primer instante de salir a la calle y saber que sos campeón del mundo es impagable. Una sensación que jamás imaginé que podía ser tan perfecta como algún día la había soñado. Todo el mundo era feliz, todo el mundo aceptaba un abrazo o subirse a cualquier camión, auto, micro, lo que sea que pase por el lugar. Nada más lindo que disfrutarlo entre familia, amigos y propios. Nada más lindo que los primeros momentos de una gloria y la tarde eterna que quedará para siempre en mi corazón.

La felicidad del pueblo y la grandeza de la patria - Damian Didonato

Fui uno de los privilegiados que vivió uno de los momentos más felices de la historia de su país en el lugar de los hechos. Mi oficio me permitió estar presente en Lusail, pero lejos estuve de ser un riguroso enviado especial que antepone el profesionalismo por sobre el sentimiento. No me enorgullece, pero tampoco me mortifica. Me han pedido que describa lo que me ocurrió en el momento cúlmine del penal de Gonzalo Montiel y no tengo demasiado recuerdo más allá de verlo de pie, lejos de mi lugar de trabajo, ya prisionero de la angustia y la ansiedad. Quizás grité "campeón del mundo" varias veces, quizás recordé a mi familia y mis amigos, quizás amé a mi patria un poco más. Quizás pensé que todo el esfuerzo de años de trabajo había valido la pena solo por ese segundo. No tiene importancia qué fue lo que me sucedió a mí ese día, pero sí lo que vivimos como pueblo. Una felicidad salvaje y compartida, que hizo crecer la trascendencia del instante hasta convertirlo en eterno, con perdón del lugar común. Una felicidad tan desmesurada que servirá (y ya sirve) para combatir tiempos aciagos. Yo, a 14 mil kilométros de mi tierra, así lo sentí. Como también lo sintieron los protagonistas, a unos pocos metros de un cronista sollozante.