<
>

Uruguay 1930: Un partido de 84 minutos

ESPN Digital

Francia había inaugurado la historia de los Mundiales un domingo a las tres de la tarde, por eso resultaba extraño lo que los organizadores de FIFA le pedían el lunes a primera hora: jugar al día siguiente ante Argentina que, dicho sea de paso, no había cumplido su primer partido aún.

Los galos habían debutado el 13 de junio de 1930 ante México, con saldo victorioso de 4-1 y ahora los querían poner a jugar con apenas 48 horas de diferencia -cómo pasó- y con toda la ventaja clara para los argentinos, mucho más descansados.

La gente de FIFA discutía arduamente con el técnico Raoul Caudron, quien se negaba meciéndose los cabellos, en el fondo sabía que querían a Uruguay y Argentina en la final. Ambos equipos disputaron la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928 y se aseguraba el éxito poniéndolos en el partido definitivo del primer Mundial.

Por eso Caudron dudaba, hasta que apareció la estrella del equipo, el delantero Lucien Laurent para cortar de tajo el problema, “no queda otra opción entrenador, vamos a jugar. Aquí ya no se trata de lo deportivo, lo que quieren es sacar su evento adelante”. Laurent se arrepentiría en la cancha.

Hay temores que suelen ser peores cuando ocurren que cuando uno se los imagina y eso le pasó a Francia en el Parque Central, ante unas 23 mil personas. Luis Monti –ese argentino que veremos cuatro años más tarde defendiendo los colores de Italia en la final-, dio un rodillazo al muslo de Laurent dejándolo fuera de combate sin que pudiera salir porque aún no existían los cambios.

Mientras Laurent -primer anotador en la historia de los mundiales- cojeaba en el césped, Argentina, con mejor fondo físico y la benevolencia arbitral, hacía explotar la emoción en cada ataque poniendo a prueba al arquero Alex Thépot que se fue magnificando como la figura del encuentro.

El partido fue pasando como si los segundos fueran de plomo. Los pamperos no podían abrir el marcador y comenzaban a desesperarse con violencia, en especial uno de ellos que era poco menos que un tanque, Roberto Cerro, individuo que cuando trotaba en el campo hacía el mismo ruido de una artillería pesada. Cerca del final, Luis Monti, pudo encontrar la forma de disparar desde 25 metros de distancia y vencer por fin la portería enemiga para el 1-0 que sería condenatorio.

Pero lo extraño pasó después, cuando en un contragolpe francés, el árbitro brasileño Gilberto Rago pitó el final. Todos se quedaron sin aliento en Uruguay por un instante. Algunos jugadores se fueron al vestidor cabizbajos, otros exhaustos.

De pronto, desde las tribunas una marea se fue moviendo. La afición, en su mayoría uruguaya, indignada con el silbante, se percató que terminó el encuentro anticipadamente, pues aún restaban seis minutos en el reloj, así que se volcaron a invadir la cancha.

Ante el tremendo problema, los árbitros tuvieron que sacar a los jugadores de las regaderas mientras la policía montada, aplastando el césped de juego, trataba de regresar a los espectadores entre empellones e insultos.

Los equipos salieron de nueva cuenta para jugar desde el minuto 84 pero ya no era la misma intensidad. Argentina entonces defendió la ventaja con colmillos y aferrados a un triunfo que los posicionaría con grandes expectativas. Así como los organizadores los protegieron al principio, cuando llegó la final los dejaron solos contra el Uruguay entero y por supuesto, perdieron como la FIFA quería.

Esta historia es parte de una colección de 20 escritos, uno por cada Mundial, desde Uruguay 1930 hasta Brasil 2014:

Italia 1934: Un pantano acaba con la ópera