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Al lado del campeón

TERMAS DE RÍO HONDO -- "Prepará el cuellito, que allá en el fondo lo vas a necesitar", advierte José María López no bien se acomoda en la butaca izquierda del Citroën C-Elysée que lleva en la ventanilla los nombres de los cuatro pilotos oficiales de la automotriz francesa en el Mundial de Turismo. El coche es el primero que fabricó Citroën para iniciar sus ensayos, incluso antes de que se animaran a probar a Pechito en 2013 para el cargo de tercer piloto, y ahora -equipado con butaca para acompañante- es usado para que un puñado de invitados especiales por carrera sientan lo mismo que los pilotos. O más, según la amplificación que ejerzan el miedo y la adrenalina.

Unos minutos antes, los mecánicos le habían calzado cuatro neumáticos Avon flamantes para las vueltas con la media docena de convidados. ESPN.com apareció primero en la fila, en la pole position, gracias al acierto con el talle del buzo antiflama -56- mientras algunos titubeantes quedaban calzados en trajes chicos. El casco -large- completó el atuendo reglamentario. Mientras López recibía un par de instrucciones del ingeniero a cargo, un mecánico colaboró en el ajuste de los cinturones Sabelt, de cinco puntas, que se abrochan en una hebilla central. "¿Estás bien? ¿Calor? Si sentís que te movés, ajustalo más desde aquí", aconseja el mecánico -en inglés- señalando los anillos amarillos algo más abajo de los hombros.

Pechito López no necesitó ayuda para ajustarse los cinturones, por arriba del sistema HANS del casco. Mira al costado, saluda para la última foto y se cierran las puertas. La sensación térmica, 36 grados, y los 55 grados medidos en la pista santiagueña de Termas de Río Hondo se sienten sumados en el habitáculo del auto de carrera. El equipo prepara métodos de refrigeración para las competencias, incluida una manguera que tira aire dentro del casco de los pilotos.

Después de poner el motor en contacto con una perilla en la pequeña consola al lado del asiento, López le da marcha con un botón rojo en el centro del volante. Engarza la primera velocidad con un tirón corto y seco a la palanca de cambios, al tiempo que pulsa el botón que limita el andar en boxes a 60 km/h. El auto sale como tironeando, pidiendo rienda.

La primera curva deja una muestra del poderío del Citroën y las destrezas de López. Ese viraje a la derecha, redondo, con los neumáticos agarrándose al pavimento mientras el piloto acelera de a poco, como solicitando permiso antes de enderezarlo es apenas una muestra. La curva a la izquierda que sigue, otra.

Al encarar el tercer viraje, uno a derecha, rápido, rumbo a la recta más larga, la trompa le apunta sutilmente al piano interno y sólo la rueda delantera derecha lo roza un poco. La trasera intenta seguirla. El acelerador viaja hasta el fondo. El motor de 1.600 cc. brama mientras la inercia lleva al coche hacia el piano externo. Pechito engancha la quinta marcha y ya en plena recta, la sexta. Las cifras aumentan vertiginosamente en el pequeño tablero digital central, cargado de información que el piloto ojea con tranquilidad. Pasa los 200 km/h y aún queda recta. Va a 220 y, aunque la curva cerrada a la derecha está más cerca, López ni atina a quitar el pie del acelerador. Llega a ¡248! Ese era el fondo, el lugar para el que habiá que estar preparado. Y entonces, sí: pisa el freno con el pie derecho, como siempre, y el cuerpo del acompañante que viajaba aprisionado por los cinturones de seguridad, pegado a la butaca como encorsetado, parece querer desprenderse para salir como de catapulta por el parabrisas. Los cinturones sostienen al torso, el cuello, ni enterado, sigue de viaje. López frena. Y acomoda la trompa con leves toques a la dirección al tiempo que baja de sexta a segunda marcha en un par de segundos. En 100 metros, el coche pierde casi 160 km/h: dobla en segunda, a 90, y sale acelerándolo rumbo a una larga curva hacia la izquierda que se hace acelerando cuanto haya.

El siguiente frenaje, en bajada, es otra deliciosa respuesta del C-Elysée al mandato de su piloto. Como la curva redonda hacia la derecha que le sigue. Brama el motor en la tarde ya silenciosa. Y encara una curva ciega, sin vista de referencia sobre el final, como un laberinto de suspenso que López conoce de memoria. Él sí sabe cómo va a terminar el trayecto. Esta es la pista en la que corrió por primera vez en WTCC -ganó la segunda carrera en 2013- y en la que casi selló su título 2014 con el doblete de victorias.

Un toque al freno para acomodar la trompa, un cambio más abajo y aceleración a pleno. En el comienzo de la curva, el auto va casi sobre el piano interno, el izquierdo. Trepa sobre el derecho pero el campeón lo corrige para que las ruedas derechas pisen el piano sin morder la banquina serruchada, y entonces aparece la siguiente curva a la izquierda, a la que se entra a unos 145 km/h pero vuelve a acelerar en el medio para salir sobre el piano externo, con riesgo de caída a la tierra incluido, a más de 170. De ahí, al frenaje final, en curva, derecha primero enganchada con la izquierda que sale a la recta principal.

"¿Y? ¿Te gustó?", se interesa el piloto. Cuando la respuesta es el gesto de un niño de seis años abriendo el regalo que pidió a los Reyes Magos no hacen falta más palabras.