<
>

Obstinadamente argentino

BUENOS AIRES -- Lionel Messi vuelve a ser el eje de una asimetría radical. Mientras en Europa recibe el premio al mejor jugador y se pondera su segundo gol al Bayern Munich como la gran obra de la temporada, en la Argentina cunde la inercia de la desilusión en la Copa América.

Es cierto que han transcurrido los meses y la agenda obliga a no anclarse en el pasado. Pero el torneo de Chile ha reinstalado la idea de que Leo no es tan crack con la celeste y blanca como en su terruño catalán.

O si lo es, todavía mantiene la deuda de levantar un trofeo importante, algo que en España se ha tornado un hábito.

Este reclamo de los hinchas llevó a que, una vez más, ante el prudente silencio al que suele acudir el rosarino, se multiplicaran las versiones sobre su futuro en la Selección.

La más difundida afirmaba que se tomaría un descanso. Tal vez hasta asimilar el aluvión de críticas y sospechas.

El chimento nunca fue digno de confianza. En principio, porque no hay nada más inaccesible que la intimidad de Messi. (Correlativamente, tampoco debe haber nada más sencillo de comprender).

Además, la convocatoria de Martino para la breve gira por los Estados Unidos corroboró que todo está en orden. Que el diez sigue siendo el primer nombre de la lista en cualquier circunstancia.

Sólo faltaba la palabra de Messi, que fue categórica. Con el premio de la UEFA recién entregado, Leo asumió lo reproches que le destina buena parte del público (aunque omitió señalar que las alabanzas son abrumadora mayoría), y aclaró que, como siempre, está disponible para lo que guste mandar su entrenador. Firme al pie del cañón, para que no queden dudas.

Los amistosos ante Bolivia y México quizá no requieren su inspirado aporte más que para engordar la taquilla. Pero, ungido capitán hace ya un largo tiempo, seguramente Messi entiende que, luego de la frustración de Chile, no hay excusas para el faltazo.

Es necesario poner la cara. Sobre todo el líder del plantel, aunque semejante sitial lo ocupe más por su trato genial con la pelota que por temperamento.

No hace falta haberlo visto llorar en el vestuario del Estadio Nacional de Santiago al cabo de la derrota por penales para entender que Messi, mucho más que los demandantes hinchas de sillón y cerveza, tiene atragantada una cuenta pendiente.

Su reinado, como lo demuestran los galardones que le llueven, no corre peligro. Pero eso no lo exime de acarrear la sensación de que el trabajo está inconcluso.

Así como alguna vez le importó recomponer el vínculo con el público argentino, ahora, a falta de trofeos, Leo exhibe el compromiso intacto con el equipo nacional. La voluntad de volver a empezar y encarar la cuesta en busca de lo que hasta aquí se le ha negado.