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El imán Wilko

Wilkinson se prende a la selfie, en la antesala de Inglaterra-Uruguay. Scrum

MANCHESTER (Enviado Especial) --El auto de alta gama, de color negro, estaciona, en el parking del estadio del Manchester City, una hora y media antes de que el encuentro entre Inglaterra y Uruguay tuviera su kick off.

Apenas se abre la puerta del lado del acompañante y se asoma medio torso -literal-, un gentío se abalanza sobre el auto -también literal- de tal forma que a la persona que intenta bajarse le cuesta salir del vehículo. ¿Quién es? ¿Alguna estrella de rock? ¿Quién genera tal expectativa para que varios cuerpos humanos se transformen en imanes en milésimas de segundos?

Cuando esta persona logra zafarse de las manos que impiden la apertura de la puerta, el misterio se devela. Ladies and gentlemans, con ustedes, Sir Jonny Wilkinson. O Wilko, para lo amigos.

El dueño de mil y un records ovalados, y una de las cinco figuras más reconocidas en la historia del rugby mundial, no podía no estar presente en el último partido de Inglaterra en el Mundial. Y claro, los cazaautógrafos y también los selfies-maníacos -todavía más intensos e inescrupuloso que los del lápiz y el papel- se le pegan como si fuera una estampilla (inglesa).

Click por aquí, firma por allá y de nuevo otro click. Wilko, sonríe y obedece. Para el éxtasis de los fanáticos no se niega a nada. Es tan prolijo con sus seguidores como la trayectoria de aquel drop en el Mundial de 2003, que lo situó para siempre en el olimpo de los dioses rugbísticos.

Entre tantos pedidos, éste periodista le pregunta a la distancia: “Jonny, ¿qué pensás de Los Pumas, de Argentina? Y mientras firma el papel número mil que le llega a sus manos, responde: “Están jugando muy bien. Me gusta su nuevo estilo. Si continúan así van a llegar muy lejos. Espero que tengan éxito”.

Rápido de reflejos, le tiro, enseguida, la repregunta: “¿creés que pueden alcanzar las semifinales?”. Pero la respuesta no se amiga con las palabras. Porque Wilko se ríe y sólo levanta el pulgar, mientras el personal de seguridad le despega “sanguijuelas” de encima y lo guía hasta un oasis. Un oasis al que sólo acceden los inoxidables, como él.