<
>

El necio

Bolt no tuvo dudas en la final y hasta aflojó un poco en los últimos metros Getty Images

LONDRES -- Usain Bolt ganó otra vez. Para no hacer de su ícono pedazos. Para salvarse entre únicos e impares. Para cederse un lugar en el Parnaso. Para darse un rinconcito en los altares. Bolt ganó. Otra vez. Fue en los 200 metros llanos. Fue para lograr un doblete más, para defender como nunca antes nadie lo había hecho su victoria en esa especialidad, para validar su mútliple título olímpico tras la victoria en 100 metros en estos mismos Juegos, para afirmarse en los libros.

Bolt no quiere saber lo que es quedar segundo en una carrera olímpica. Porque es necio. Porque entiende que la historia es cruenta o glorificante según las centésimas. Porque comprende que -a la hora del balance, cuando la vida deportiva se acabe- cada fuego, cada empeño, cada día, cada sueño, vendrá con importe al lado, a pesar de lo pagado. Habrá una balanza ante el jurado universal. Rendirá examen público. Su preocupación por ese designio lo alimenta desde hoy. E incluso cuando los pronósticos reflejan alguna ceja levantada en torno a su consistencia, él no duda.

Y entonces hace cosas fantásticas, como clavar su tiempo en 19 segundos y 32 centésimas, apenas por encima de su propio récord olímpico. O dejar por detrás en un esfuerzo final la feroz embestida de su compatriota Yohan Blake, máxima amenaza y vencedor reciente en las clasificatorias de Jamaica. El joven candidato a pelear encontró su mejor marca de la temporada, con 19,44. Tuvo una performance formidable. Aceleró hasta casi emparejar el trámite con el superhumano durante unos 15 metros. Estuvo cerca.

Pero llegó segundo.

Porque hubo un arranque sólido del imbatible, que sintió el aliento en la nuca de su perseguidor y forzó su marcha para eliminar la mínima distancia que le había sacado su némesis en cuanto a tiempo de reacción tras el disparo (0,172 vs. 0,180 segundos). Presten atención a las repeticiones: incluso antes de llegar a la curva, Bolt ya había desviado su mirada para controlar la posición de su perseguidor más cercano. Ni siquiera precisaba aclararse quién era. El rabillo del ojo le regaló una certidumbre: su zancada larga había alcanzado para contemplar la explosión de Blake por el retrovisor.

Una vez en la recta, con la tranquilidad del deber cumplido, el ganador aflojó un poco el ritmo y pasó la línea de meta pidiendo silencio: a los que dudaban de su calidad a esta altura indiscutible, a los que cuestionaban su entrenamiento o aseguraban que tenía que elegir entre una u otra prueba reina del atletismo mundial.

Me vienen a convidar a que no pierda, pareció decirles con ese gesto y la mirada que precedió al festejo obligatorio con la bandera al cuello y a un par de flexiones irónicas que demostraron su resto físico, su forma intacta. Le hablaron del cuidado y él les contestó con la naturalidad de los genios: yo no sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui. Ahí está Blake, levantándome del suelo, felicitándome por su medalla de plata.

La Bestia, como le dicen, es un atleta cortado con el molde mediático de su ídolo y predecesor. Entiende el juego de las cámaras y hace una pantomima de rugido cada vez que es enfocado por ese espejo que devuelve la imagen a millones de hogares. Es parte del efecto contagio que también dibujó una sorpresa alegre para la isla de Bob Marley al encontrar a Warren Weir, de 22 años, corriendo las mejores dos cuadras de su vida para subirse al podio con sus coterráneos.

Qué país, Jamaica. Tiene 2,7 millones de habitantes y ya cuenta con 9 preseas en los Juegos. Logró todas en atletismo. Tres son de oro. Dos son de Bolt. Tuvo 11 en Beijing. Las actuaciones del pasado van alimentando la sed de fama y victoria. Aparecen nuevos valores. Como Weir. Y corren. Y se suman a la cadena virtuosa incluso en Londres 2012. A este paso, podrá quebrar también la barrera de medallas obtenida hace cuatro años.

A este paso, también, después de cinco oros en cinco participaciones, en dos Juegos distintos, con tres récords mundiales y un récord olímpico, Bolt nos obligará a convencernos de que su necedad, su negación rotunda a la derrota, no es solamente otra forma de la autoconfianza. Sino, incluso para los más escépticos, una forma deportiva de la divinidad.