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El color de la identidad

BUENOS AIRES -- Es interesante el chisporroteo que aún provoca la camiseta que Nike acaba de diseñar para Boca. Luego de la rebelión del violeta, que ya había levantado quejas airadas por su lejanía de la tradición cromática del club, la empresa de la pipita ahora lanzó una remera color rosa con algunos detalles negros.

De modo que, para los más conservadores, la afrenta es doble. Además de no guardar ningún respeto con la paleta de colores del club (la versión de que Boca tuvo en sus orígenes una casaca rosa fue rápidamente descartada por los historiadores más rigurosos), la tonalidad remite a la mujer. O, lo que es peor, tiene resonancias homosexuales.

"En mi época el rosa era de p...", bajó línea con su habitual plasticidad intelectual el Coco Basile. Y así piensan otros, que ven manchada la prosapia masculina de un club al que, sostienen, le sobra pinta de varón.

Hace siglos que el rosa abandonó esta connotación. De un tiempo largo a esta parte tiñe la indumentaria masculina de jóvenes y maduros sin que a nadie le llame la atención. Pero el fútbol es el fútbol, claro.
La estocada de marketing hiere a su vez, para algunos boquenses desconsolados, algo sagrado como la identidad. Ya lo hacía el violeta. Mucho más el rosa, que no tiene nada que ver con Boca ni con el fútbol ni con la debida sobriedad que se le reclama a la bandera de un club. El rosa es un escándalo.

Estas lamentaciones, legítimas todas, se empequeñecen sin embargo si uno observa a los héroes deportivos de estos días. Depilados, tatuados hasta las orejas, flanqueados por modelos, no parece representar cabalmente los valores invocados por el hincha clásico, para quien el azul y amarillo no se negocia.

Estos jóvenes futbolistas seguramente interpelan a un público distinto, acaso más amplio, que el que se desloma alentando en la popular. La verdad es que una camiseta rosa, ceñida, les sienta de maravillas. Sintoniza, igual que ellos, con cierta elegancia cool, con un nuevo perfil que el fútbol ha venido adoptando no sólo en la Argentina.

Sí, es probable que la identidad esté mutando. Pero no es nuevo ni obedece al color rosa. Boca, desde la aparición de Mauricio Macri (ahora un delfín suyo ocupa el sillón de presidente) ha retocado sus costumbres y su imagen. Ha apuntado a otros mercados, a otra cultura futbolera que se macera en los palcos vip para gente notable al igual que en la tribuna de socios.

Dentro de esa transformación, el rosa de Boca es perfectamente coherente. Las inferencias del rosa, incluso las negativas, acaso beneficien a la marca Boca. Claro que de una manera oblicua, como un rédito secundario que registran (porque lo han previsto) las oficinas técnicas.

Como sabrá el público, la estrategia no es nueva. El Stade Français, afamado club francés de rugby fundado en el siglo XIX, decidió en 2005 cambiar su uniforme de rutina con los colores de la bandera francesa por un violento rosa chicle. Camiseta, pantalón y medias, todo rosa.

La audacia del presidente Max Guazzini, empresario de la radio, no quedó allí. Le encargó los diseños a Kenzo y, en el centro de la casaca, estampó el rostro de una reina francesa del Medioevo. Una vez que el viril ecosistema del rugby digirió el impacto, la indumentaria rosa fue un éxito comercial y voló de las casas de deportes.

Seguramente fue este hecho el que animó al club a hacer anualmente un calendario con sus propios jugadores desnudos y a nombrar a Madonna (gran icono gay) como madrina del club. Pero tranquilos, hinchas de Boca. Tales desmesuras, al menos por ahora, no sucederán por aquí.