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Señales de fatiga

BUENOS AIRES -- El club Barcelona es de otro planeta. Llegó a la perfección futbolística y, por eso mismo, su público y la prensa se han tornado tan exigentes que da risa.

En la goleada al Rayo Vallecano, se le achacó al equipo de Martino un déficit de posesión. Se sabe que la posesión, por insistencia especialmente de Pep Guardiola, se transformó en un sacramento para los catalanes.

De todas maneras, los partidos se siguen ganando con goles. Y objetar una victoria 4-0 porque el rival la tuvo un ratito más suena a disparate. En fin, la insatisfacción suele ser un atributo de la opulencia.

Más allá de la discusión sobre el sexo de los ángeles, el Barcelona, fiel a sus hábitos, continúa quebrando marcas. Ante Almería, el Tata Martino consiguió el séptimo triunfo consecutivo y estableció el mejor comienzo de liga en la historia del club.

En el centro de este escenario exuberante, brilla como ninguno Lionel Messi, quien también dejó su huella indeleble en las estadísticas durante el fin de semana.

Al convertir el primer tanto de su equipo, llegó a los 223 y trepó así al quinto puesto entre los goleadores ligueros de todos los tiempos. Y quedó a un paso de superar la cifra de Alfredo Di Stéfano, argentino también y gran leyenda madridista.

Pero hubo otro episodio importante en el partido ante Almería: Messi tuvo que abandonar la cancha por un problema muscular. Nada serio, si no fuera una constante de los últimos meses.

Exactamente desde el 2 de abril, cuando Barcelona empató 2-2 con el PSG por la Champions League, Messi, antes omnipresente, ha entrado y salido del equipo a causa de molestias diversas.

También estuvo ausente en un encuentro de Selección y esta última noticia pone en duda su participación en la doble fecha que cerrará la eliminatoria mundialista.

Messi es, en un sentido cabal, el gran emblema del Barcelona. Es un hombre récord, una invitación permanente al asombro y, por sobre todas las descripciones, el mejor futbolista del mundo.

En el reino de la perfección, donde perder la posesión de la pelota es un pecado imperdonable, tal vez no se advierta que Messi no es Iron Man y que su prodigiosa maquinaria da muestras de fatiga.

Claro, Leo nunca quiere salir y así lo consintió Pep Guardiola para mantenerlo contento y estimulado. Pero por mucho que Messi y el público del Barcelona se fastidien, no son tiempos para bendecir esas exigencias.

Messi y el Barcelona deben aprender a descender cada tanto a la tierra de los mortales. A un año del Mundial, al jugador le convienen mucho más el descanso y un diagnóstico certero sobre su seguidilla de lesiones que las proezas a costa de su herramienta de trabajo.

Martino, su entrenador, lo entiende así. No lo reemplaza para posar de conductor democrático y ajeno a la presión de las estrellas. Lo hace para cuidarlo. Pensamiento de largo plazo: primera página del libro del estratega.

Sin embargo, no todos concuerdan con esta posición. Y quieren más Messi. Como cualquier adicto. No conciben que ese milagroso instrumento necesite de vez en cuando la pausa, el sosiego y una revisión.