<
>

Reivindicación de un clásico

BUENOS AIRES -- Se dijo en este espacio que los clásicos suelen desairar la expectativa acumulada durante la semana previa, repleta de ruido mediático.

Central--Newell´s, con un historial cargado de empates con sabor a nada, ha sido un buen exponente del fútbol conformista, que ha mudado su emoción a los estudios de televisión y se aferra a la excusa de la presión para justificar la poca voluntad de tomar riesgos y la mediocridad del juego.

Pero esta vez, esa tradición hizo un clic y el clásico rosarino, después de años de un paréntesis forzado, volvió a lo grande. Nobleza obliga a reconocer el acontecimiento y hacemos votos para que la excepción se convierta en moneda corriente.

Tal vez a causa de la tribuna monocroma, los equipos se decidieron a jugar, a tomar las riendas del espectáculo y a insuflar el dramatismo que suele deslindarse en el duelo de tribunas, en el color de la popu.

Las lágrimas de Miguel Ángel Russo al final del duelo resumen la hazaña de Rosario Central. No sólo les obsequió a los sufridos hinchas canallas una reivindicación, sino que demostró de qué modo se puede desarticular a Newell´s, someterlo al error reiterado y ganarle con absoluta autoridad. Algo que parecía impensado.

Estamos hablando del mejor equipo del torneo, legítimo puntero a pesar de la derrota. Al cual, con una formación inferior en cuanto al peso de los nombres y la variedad de recursos, el local redujo a una expresión por momentos endeble.

Con un sacrificio sin fisuras y una conciencia colectiva imprescindible para ganar, la presión de Central desarticuló el origen del fútbol de Newell´s. Le impidió arrancar con la pelota limpia, jugar cómodo, proyectar a los laterales, sobre todo a Casco, para ampliar el horizonte.

Además no le tuvo miedo a la pelota, buscó con inteligencia, en la medida de sus posibilidades, y sacó provecho de sus contadas llegadas.

Con ayuda de la suerte, claro. La suerte fue decisiva en el segundo gol: Luna fingió un penal inexistente (Luna muy a menudo elige mal la jugada, extraño en un jugador con su experiencia) y en la caída impulsó, por azar, la pelota que le quedó milagrosamente servida a Encina para poner el 2-1.

Rosario Central honró la frase remanida "jugar de igual a igual". Se animó a nivelar la balanza, a limar la superioridad de un adversario que funciona como un artefacto casi perfecto, con un plan bien ejecutado.

Y Newell´s, aun desfigurado por obra del rival, apostó siempre a sus argumentos más valiosos. Al lenguaje de la circulación, la sorpresa, el despliegue sinfónico, la paciencia para encontrar la jugada. Le funcionó pocas veces, ahogado por la sombra obsesiva de Central.

Resultó, por ejemplo, en el gol del empate, en que se combinaron el pase milimétrico, inesperado, y la resolución en el aire del enorme Maxi Rodríguez, que parece haber aprendido las materias que le faltaban en la madurez.

Por todo eso, esta vez hubo nervio, ida y vuelta, adrenalina de la buena dentro de la cancha y no en los relatos, en las recreaciones y previsiones a cargo del periodismo. Así el clásico se merece la leyenda.