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¿Mera fatalidad?

BUENOS AIRES -- Cuando creemos que la planificación, el profesionalismo extremo y el auxilio tecnológico han hecho del fútbol una disciplina casi científica, nos venimos a enterar de que existen fuerzas secretas (hechizo, maldiciones) que lo determinan fatalmente.

No hablo de la pelota que pega en la piedrita y no entra frustrando así una vuelta olímpica, sino de sistemas de entrenamiento y de la atención médica de los futbolistas.

A pesar de disponer de una cobertura idónea en la materia, Boca no puede conjurar la racha de lesiones (desgarros, en su mayoría), que ha tenido a Sánchez Miño como su última víctima.

"En el deporte se corren estos riesgos y las lesiones forman parte del alto rendimiento. La fórmula del éxito no la tiene nadie con respecto a las lesiones, no es una cuestión exclusiva de Boca. Estuve 13 años en Europa y esto no lo vi nunca", señala el preparador físico del plantel, Juan Manuel Alfano.

Su descripción del fenómeno es quizá atinada. Pero que el máximo responsable de la respuesta física de los atletas reconozca que lo que sucede es ajeno a toda prevención y que sólo resta cruzar los dedos para evitar una enfermería superpoblada no transmite demasiada tranquilidad.

Vale recordar que Boca ha tenido que emparchar su equipo cada fecha. Improvisar jugadores en puestos a los que están desacostumbrados y, sobre todo, privarse de sus principales figuras.

Con Sánchez Miño, Boca pierde su último resorte creativo. Antes cayeron (y no en combate) Riquelme y Gago. Del primero se sabe que, a esta altura de su carrera, alterna partidos y descanso en dosis más o menos parejas como fórmula de supervivencia.

Está más frágil, pero su capacidad simbólica, su predicamento en la tribuna, ensancha la tolerancia. Gago, por su parte, se ha vuelto un adicto al desgarro. En Vélez, su primer destino tras la repatriación, jugó 7 partidos sobre 28, y en Boca apenas completó 6.

La pareja tan esperada, como en los dramas románticos, casi no ha podido juntarse. Son siempre una promesa. Parte del equipo virtual, del puro deseo insatisfecho, en que se ha convertido Boca.

Aceptemos que la seguidilla de lesiones se debe, digamos, a la mala fortuna, como pretenden los responsables del plantel. Y que público y entrenadores deberán atenerse a los caprichos del destino, igual que personajes de una tragedia clásica.

Pero quizá haya algo que explicar. Precisar el diagnóstico, detallar el enfoque y los tratamientos a encarar. Por lo menos en el caso de Gago, enfermo crónico cuya debilidad es difícil de atribuir a la suerte esquiva.

Las lesiones no se originan en embrujos. Dar a conocer qué se hace para detectar sus orígenes sería una muy buena señal de que entrenadores y médicos no se escudan en el pretexto de la fatalidad y van a hacerse cargo del problema.