<
>

La fama obligó a retirarse a Heiden

MÉXICO -- En nueve días Eric Heiden hizo lo que ningún atleta olímpico de invierno había logrado. Fue en Lake Placid 1980. El joven de 21 años logró cinco oros individuales, cantidad que no pudieron sumar en esos juegos Finlandia, Noruega, Holanda y Suiza juntos.

El norteamericano, también ciclista, conquistó las pruebas de 500, 1,000, 1,500, 5,000 y 10,000 metros. En el óvalo se escuchaba un solo eco: ¡Eric! ¡Eric! ¡Eric! No orgulloso de eso, satisfizo con el primer lugar a todos. El hombre enfundado en su mítico traje amarillo era primera plana en todos los diarios del mundo.

Eso no lo hacía muy feliz. La fama siempre incomodó al hombre que se comió los Juegos Olímpicos. Un día antes de lograr su última medalla y retirarse del deporte, el originario de Madison, Wisconsin, tuvo que celebrar sentado junto a los comentaristas el famoso "Milagro sobre el hielo", aquella noche en la que un grupo de jugadores universitarios de Estados Unidos pararon a la maquinaria soviética del hockey. A pesar de ser la figura de los juegos, Heiden no pudo conseguir un boleto para sentarse en la tribuna. Ese día declaró que prefería algo que ponerse, un traje, algo que podía usar, en lugar de una medalla de oro que no le era para nada funcional.

Vino la prueba de 10,000 metros, Heiden ganó y ese último oro lo indigestó. Confesó a los medios de comunicación que al final de la temporada se retiraría, pues tal vez si las cosas se hubieran quedado de la manera que eran, y pudiera permanecer oscuro en un deporte oscuro, seguramente le hubiese gustado seguir patinando; insistió que de verdad, el patinaje de velocidad, le gustaba cuando no era nadie.

Meses después de su hazaña, incursionó en el ciclismo, pero no calificó para los Juegos Olímpicos de Moscú a los que aseguró, hubiera asistido sin importarle el ultimátum del presidente Jimmy Carter, que amenazó con retirar el pasaporte a cualquier atleta que asistiera a los juegos de Rusia. "La política y el deporte no se mezclan", diría después en una entrevista.

El mejor atleta de esa década cumplió con su promesa de mantenerse en la oscuridad. No volvió a las pistas. Siguió los pasos de su padre, se graduó como cirujano ortopedista de la escuela médica de Stanford. Hoy está a cargo del físico del equipo de velocidad de su país. Vive lejos de los reflectores. Y desde la tribuna observa, a pesar del dominio holandés, que su hazaña sigue intacta.