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Las cosas por su nombre

Argentina no jugó nada bien. ¿Por qué no decirlo? Getty Images

BUENOS AIRES -- De acuerdo: hay una generación de basquetbolistas argentinos fabulosa.

De mirar el panorama mundial desde un tercer pelotón y aspirar como máximo a un autógrafo a la hora de enfrentar a las vacas sagradas de la NBA, el seleccionado pasó a consagrarse como potencia, un hecho cuya verificación más notoria fue la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Atenas.

El gran salto se produjo en un par de décadas y los expertos establecen los orígenes en la creación de la Liga Nacional. Más tarde vinieron Ginóbili, la punta de lanza en el olimpo del básquet, y una excelsa compañía que permitió que un deporte con un público acotado expandiera la tribuna. Y que, por caso, surgieran fanáticos de los Spurs como si se tratara de un equipo de Olavarría.

Sí, se merecen el bronce (el de las estatuas, no sólo el de la medalla), la admiración y un lugar de privilegio en la historia. Pero ese tributo no tendría que impedirnos reconocer actuaciones defectuosas, atisbos de regresión en el recorrido de estos lungos gloriosos.

En el reverso del canibalismo con los ídolos en desgracia, existe la adulación ciega, irrestricta, que hace ver las críticas como una traición a la patria. Ni una cosa ni otra.

Tras la derrota ante Estados Unidos, en Beijing, los comentarios parecen subtitular otro partido. Que la garra, que la entrega, que estos jugadores no se dan por vencidos y así.

Los especialistas de los deportes "menores" (todos menos el fúbol, tal es la concentración en la Argentina) acostumbran asociarse a los logros de los jugadores.

Luego de años predicando en el desierto, es razonable que se sientan no sólo felices sino hasta partícipes cuando por fin el viento sopla a favor. Y, con el envión, suelen tapar con adjetivos elogiosos (y estruendosos) algunas explicaciones sencillas que los obligarían a ejercer una crítica que sonaría antipática o menos comprometida con la causa común.

Se perdió un partido contra un rival superior. Y eso le quitó a la Argentina la posibilidad de pelear por el oro. Pero aun así, no es tan grave. Con la serenata heroica, el efecto es el contrario. Da la impresión de que, en efecto, el asunto es alarmante. Si no, por qué no señalar que, sobre todo en el primer cuarto, el equipo de Hernández perdió pelotas y tiró torcido como pocas veces. Y que, salvo el titánico Scola y los eternos suplentes que animaron la fugaz levantada del segundo cuarto, el equipo nunca pareció convencido de que podía jugar de igual a igual.

Cualquier simpatizante entusiasta -soy apenas eso- percibió ese desempeño fallido, que sin duda los entendidos podrán justificar con argumentos de peso.

¿Por qué no admitir que Argentina no jugó nada bien, y que eso tuvo una incidencia clave en la paliza, además de la jerarquía impar de los americanos?

Sospecho que el equipo acató de antemano -sin que mediara nítidamente la conciencia- la lógica irreductible que domina el básquet. El dictamen que decía que el partido era cosa juzgada desde el vamos. Y esa certeza generalizada le impidió ofrecer un espectáculo más parejo y emocionante (qué difícil demostrar inocencia cuando existe una abrumadora presunción de culpabilidad).

Entre lesiones, cansancio, el plantel corto y otros contratiempos, quizá los jugadores y el técnico pensaron más temprano que tarde en la revancha con Lituania por el bronce.

Lo dicho: nada grave, nada que enturbie la grandeza de esta generación legendaria, que no necesita que le endulcen la oreja.