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Test de química

Andrew Bynum

(Getty Images)

Tras su segundo año con un anillo, los triples-dobles y el 50% en tiros de campo ¿Qué esperar de él?

La noción golpeó a Rajon Rondo como una pantalla inesperada. Había sido blanco de acusaciones en el pasado, pero sabiéndolas falsas, siempre las ignoró sin siquiera molestarse en discutir o defenderse. Después de todo, si ni siquiera podían pronunciar bien su nombre (RAH-zan), ¿por qué habrían de entender cualquier otra cosa?

Sin embargo, qué pensaban de él sus compañeros ya era algo diferente. Sus primeros recuerdos deportivos son de partidos improvisados en East Louisville, y su primera motivación la decepción de muchachos pre-adolescentes, quienes tenían que aceptar a Rajon, de seis años, en un paquete con su hermano mayor, William. Había superado todo eso, o al menos eso creía. Y luego, sentado en la oficina de Doc Rivers el pasado mes de junio con la amargura de no haber logrado defender el título de la NBA, su entrenador le preguntó: "¿Crees que a tus compañeros les gusta jugar contigo?"

Rondo no podía imaginar una respuesta que no fuera afirmativa. Tal vez no le caía bien a sus compañeros, siendo un estoico entre los extrovertidos, un muchacho que lo cuestionaba todo. ¿Pero que no les gustara jugar con él? ¿Acaso no había sido titular en un equipo de campeonato durante su segunda temporada, con un juego tan volcado a los pases que a menudo fue criticado por tomar pocos tiros? Y la temporada pasada, ¿no había superado a Derrick Rose, el Novato del Año, en un tenso duelo de siete juegos de playoffs y votado al segundo equipo All-Defense?

"Eso creía", fue todo lo que Rondo pudo decir.

Rivers no forzó el asunto. Sabía que la pregunta dejaría a Rondo pensando, analizando. Porque eso es lo que hace. Es el secreto de su éxito y, tal vez, el motivo detrás de la insinuación de Rivers. Nadie es más duro con Rondo que él mismo. Y cuando la joven figura rebobinó la temporada, se detuvo en algunas miradas de reojo y algunos susurros que no logró escuchar. Y así de fácil, los fantasmas de su niñez volvieron a asecharlo. Rondo había colocado la culpa de la decepcionante temporada en la complacencia por el título ganado o en la rendición colectiva tras la lesión de rodilla de Kevin Garnett. Nunca imaginó que alguien podría verlo a él como el problema. "Eso", dijo, "fue como un puñal en la espalda".

Los rumores que comenzaron a circular durante la temporada baja sobre un posible exilio a Memphis sólo reforzaron la voz de los fantasmas. Aunque el gerente general Danny Ainge se encargó de negarlos en los medios locales, también mencionó que Rondo "tenía que crecer". Y luego los Celtics abrieron el campo de entrenamiento sin ofrecerle un contrato a largo plazo, dejando a la estrella con puras reflexiones sobre su valor como agente libre restringido el próximo verano.

Pero hay algo gracioso en todo esto: Su valor en el equipo parece deprimido, pero ahora le están pidiendo que haga más por él. Antes de la campaña pasada, los escépticos no podían entender cómo el armador de segundo año podría mantener contentos a tres futuros integrantes del Salón de la Fama. Ahora, los volubles recién llegados Rasheed Wallace y Marquis Daniels exigirán atención, y un KG rehabilitado debe ser reintegrado. Sería difícil por más que no se estuviera preguntando quién está con él y quién no. Cuando le preguntan sobre el tema, la rígida mandíbula de Rondo se tensa aún más: "No tenemos que ser mejores amigos para ganar un campeonato".

Su trayectoria, en papel, es el equivalente de una película independiente que termina convirtiéndose en un gran éxito de taquilla. Seleccionado con el 21° pick del total en el draft del 2006, Rondo jugó muy poco en su campaña de novato antes de convertirse en titular la temporada siguiente, desafiando largas dudas para impulsar a los Celtics hacia su 17° título. La campaña pasada, tuvo una efectividad superior al 50 por ciento y marcó cinco triples-dobles, incluyendo tres en los playoffs. Dunkin' Donuts, ubicuo en Boston, está usando activamente la imagen de Rondo, no la de KG ni la de Paul Pierce ni la de Ray Allen. Lo mismo va para Red Bull. Sus fanáticos de Facebook --llegando a los 60,000-- casi doblan a los de Paul Pierce, JMV de las Finales 2008

No obstante, a pesar de su popularidad con la gente de afuera, le resulta algo difícil entenderse con sus compañeros. En Kentucky, se decía que Rondo se sentía frustrado por el sistema de control de balón de Tubby Smith, y cuando se fue después de su segundo año, lo hizo con la bendición de su entrenador. Este verano, cuando dejó pasar la oportunidad de entrenar con el Team USA, se dijo que lo hizo por tomar como un insulto la invitación tardía. (Rondo dijo que se había comprometido a estar en la fiesta de casamiento de su mejor amigo y compañero, Kendrick Perkins.) Y recién ahora está prometiendo que dejará de hacer los ejercicios de precalentamiento con los cordones desatados, asegurando que no sabía que los entrenadores lo veían como una falta de respeto. Más allá de las realidades específicas, su inconformismo puede interpretarse como arrogancia, desinterés, o ambos. "Deja que interpretes lo que quieras", dice su hermano, William. "Quieres un asentimiento o una sonrisa, pero no te da nada".

Rivers no tuvo problema con eso el día que se reunió con su armador. "No tuvimos esa reunión para que él hablara", dice el entrenador. "Necesitaba escuchar algunas cosas".

Cosas como haber llegado tarde al primer partido contra el Magic en las semifinales de conferencia, su lenguaje corporal y su falta de concentración, sus comentarios fuera de lugar -- o su falta de comunicación. No obstante, Rivers fue muy claro. "Esto no es un problema de Rondo, es el problema de un joven jugador persiguiendo un contrato, fama e incentivos", dijo. "Pero no puede olvidarse de perseguir el balón".

Pero si esa es la única preocupación, entonces no hay ninguna. Este verano, Rondo visitó tres veces el Mark Price Shooting Lab en las afueras de Atlanta, sometiéndose a sesiones dobles durante varios días para reforzar el punto débil de su arsenal, el tiro en salto. Además, las innumerables pantallas de Dwight Howard le hicieron perder el desdén por el gimnasio -- tenía miedo de que las pesas le restaran velocidad. También se ha comprometido a abandonar sus intentos de quitarles el balón a los dribbleros desde atrás; una táctica arriesgada que a menudo termina en puntos para el equipo contrario o una falta. Los Celtics, claro, le vienen pidiendo que trabaje en estas deficiencias desde que llegó al equipo. "Puedes decirle que dos más dos es cuatro, y te pregunta por qué", dice William, quien vive con Rajon. "Es lo mismo en la cancha. Te dirá, 'Sí, hicimos esa jugada de esa manera y funcionó, ¿pero quién te dice que no podemos hacerla de ésta manera y obtener el mismo resultado?'"

Si Doc traza un plan para una defensa de pick-and-roll, Rondo cree que está bien cuestionarlo. Y lo seguirá cuestionando hasta que le guste la respuesta. "Es la mentalidad del armador", dice Pierce. "Se creen más listos que todo el mundo. A veces se burla de sí mismo".

Todo esto le suena familiar a Doug Bibby, ex entrenador de Rondo en Eastern High. Bibby dijo que a Rondo le llevó cuatro días en su primer año dominar un sistema tramposo que algunos jugadores de cuarto año aún no lograban dominar. Pero reconoce muy bien el arma de doble filo que significa la seguridad de Rondo sobre lo que hay que hacer -- aunque todo el mundo crea lo contrario. "Cuando cree que ve algo", dice Bibby, primo del armador de los Hawks, "la situación puede transformarse en una confrontación".

Nunca se ha echado atrás, nunca ha mostrado debilidad. Amber Rondo se aseguró de eso. Amber, por su condición de soltera divorciada, crió sola a William, Rajon y Dymon en un barrio marginal cerca del centro de Louisville, College Court, adonde los tiroteos eran una realidad cotidiana. Siempre pedía el tercer turno en la fábrica para poder llevar a sus hijos a las prácticas, durmiendo en la parte de atrás de la camioneta familiar hasta que llegaba la hora de ir a casa para cenar, y luego a trabajar. Los tres hermanos se destacaron como atletas en la secundaria, y todos iban a hablar con Amber durante los partidos, muchas veces antes que con sus entrenadores.

Cuando los Rondo eran jóvenes, William nunca tuvo problema en arrastrar a Rajon, cinco años menor que él, adonde quiera que fuera. Pero Amber no podía ordenarle a nadie que le pasara el balón a su hijo, o que dejaran de molestarlo. "Nunca lloraba", dijo William. "Aprendió cómo se hace. Aprendió a aguantárselas desde pequeño". ¿No querían pasarle el balón? Entonces lo robaba. ¿Bloqueaban sus tiros? Los pasaba corriendo. ¿Derribarlo? Nunca una lágrima.

Se convirtió en un maestro del control desde muy pequeño y hoy en día bromea sobre el padecimiento de un desorden obsesivo-compulsivo, pero algo de eso tuvo que ver. De niño, ni bien terminaba de abrir sus regalos de Navidad ya los tenía alineados en la cama. Hoy por hoy, se da cuenta si alguien se ha sentado en el sillón por la inclinación del almohadón. Su ritual en los días de partido incluye cinco duchas y un preciso cronograma para lavarse los dientes, ponerse las medias, ir al baño y meterse un pequeño frasco de Carmex en una media.

Pero su obsesión es aún más evidente cuando mete la pata en la cancha. "No quiere que lo molesten, porque está procesando lo que hizo mal", dice Bibby. "Para cuando se lo dejas saber, él ya lo dedujo". El problema es que en la NBA tres jugadas pasaron mientras él procesaba, tres jugadas durante las cuales Rondo estuvo en su propio palco de castigo y Boston jugó con un hombre menos. "Estás jugando enojado", le ha dicho Rivers más de una vez. "Supera el enojo. Te está matando, y nos está matando a nosotros".

Antes del Juego 1 de la serie ante el Magic, Rondo salió de su casa en las afueras de Boston a la hora de siempre, a las 5 p.m., para emprender los 35 minutos de viaje hacia el estadio. Al llegar a la autopista con su Bentley negro, se encontró con una gran congestión de tránsito. "Al principio, pensé, voy a perderme mi rutina", dijo. "Luego pensé, voy a perderme la reunión del equipo". Doc estaba en la mitad de su discurso cuando Rondo finalmente llegó. Sin la familiaridad de su rutina, su desempeño fue pésimo en la primera mitad. Falló sus primeros seis tiros mientras el Magic acumulaba una ventaja de 18 puntos antes del descanso. Rivers lo encaminó en el entretiempo, y Rondo casi termina con un triple-doble. Pero los Celtics perdieron el partido, la ventaja de local y, tal vez, la serie -- todo porque Rondo llegó tarde.

Habían pasado meses desde que Rondo y Rivers hablaron de ese partido por última vez, meses sin que nadie le preguntara nada al respecto. Pero lo que Doc prendió fuego sigue humeando. Rondo necesitó 15 segundos para encontrar la forma de expresar cómo lo había hecho sentir aquella pregunta. "No fue bueno", contestó. Lo que no se anima a decir es que le encanta ser un Celtic, pero su casa habla por él. En Lincoln, en los suburbios de Boston, la casa de sus sueños --No. 9, por su puesto-- se encuentra erguida al final de una calle angosta y serpenteante que sube por un bosquecillo. Adentro, hay un fotomontaje de su hija Ryelle, pero más allá de eso, predomina el orgullo Celtic. Una de las paredes del comedor ostenta un cuadro de la celebración del título 2008. Al otro lado hay una enorme fotografía del equipo parado frente al coliseo romano. La inscripción dice "Ubuntu: Una persona es una persona por los demás". También hay un banderín y una vitrina con su anillo. Todas las fotos de Rondo -- rebasando a Kobe, posando con sus compañeros, mirando desde la página de una revista-- tienen la misma mirada chata. Y la tiene en este preciso instante, sentado en una de las cuatro sillas de cuero frente a la chimenea. "Si me voy de los Celtics, se darán cuenta de lo que se perdieron", dice. "Un equipo que me quiere, ahí es donde quiero estar". Sus palabras repican en los tréboles verdes.

El primer partido de exhibición 2009 de los Celtics se juega en Hidalgo, Texas, muy cerca del Río Grande. Rondo está dejando mucho que desear con cuatro pérdidas, incluyendo una en el perímetro frente a una marca doble de los Rockets en el primer cuarto. Rondo se hunde en sí mismo, recluyéndose en el último lugar del banco mientras el equipo se reúne sin él.

Pero Rivers elogia cómo manejó la adversidad y, mientras que en el pasado Rondo hubiera estado repasando cada error en los vestidores, esta noche está recostado en la tabla de entrenamiento, muy cerca de Garnett. Pierce y Allen completan el círculo. Todos están relajados, riéndose y bromeando. Todos excepto Rondo. Está inclinado hacia adelante, y la alegría de formar parte de este exclusivo club se cuela en su rostro en la forma de una desconocida sonrisa. No ve ningún fantasma.