Las perennes leyes no escritas

El dominicano Vladimir Guerrero es contenido en medio de una reyerta, ocasionada luego de recibir un bolazo del lanzador de los Marlins Brad Penny. (AP)
BRISTOL - Tan subjetivas como el famoso librito, el cual dicta las aplicaciones correctas de las estrategias; tan poderosas como el fulano papel, capaz de describir un equipo, una liga y hasta un planeta peloteril por completo y tan inefables como el juego de pelota mismo, se presentan orgullosas las llamadas Leyes No Escritas Del Béisbol.

Llamémoslas LNDB, porque en nuestra era todo aquello simplificado en pocos caracteres es aceptado y sobre todo bien visto.

Nadie sabe cuántas son, tampoco desde cuándo existen ni quién es el padre de las criaturas. Y la verdad, hay algunas tan absurdas con consecuencias en ese mismo orden. La mayoría instan a la violencia entre jugadores rivales y muchas de ellas -sino todas- inducen también un poco a una sonrisa socarrona aumentativa, derivable tal vez en carcajeo.

Aquí no las vamos a enumerar, al cabo que tampoco las sabemos todas... de nuevo: ¡nadie las sabe!

Lo que sí vamos es a dejar un abrebocas, un breve tratado explicativo del complejo mundo de las LNDB.

¿Por qué estos jugadores se van a las manos sólo a veces, cuando los atinan en el cuerpo con una pelota lanzada a más de 90 millas por hora?

En la mayoría de los casos, si un bateador está encendido y no quiere parar de batear, como es menester de los Sosas, los A-Rods o los Bonds, pues la ley dice que el lanzador tiene que hacerle saber de quién es el home. Se supone, por ley no escrita, que el home pertenece al lanzador.

Entonces, el as de las rectas y curvas se planta ante la necesidad imperiosa de trabajar en las esquinas interiores y ampliar así su espectro. Es decir, alejar al otro del home, para luego lanzarle afuera.

En algunos casos, unos adrede y otros no, los brazos se descontrolan como cualquier extremidad humana y la esquina de adentro se amplía hasta la humanidad de los bateadores. Las consecuencias: pelotazo en la costilla, bolazo en la cadera, casco roto, alguien tendido por el dolor y afines.

Acto seguido, dentro de la cueva del herido hay rápidas conferencias y decisiones aún más veloces. La venganza no tarda en llegar, porque la ley apoya el ojo por ojo y si le dieron al mío, también se sobará uno de ellos.

Los peligros de las LNDB es que no siempre la víctima de la venganza lo soporta y ahí es cuando se vienen los trancazos. Esas divertidas escenas de profesionales de millones de dólares apilándose unos encima de los otros, en actitud de pandilleros baratos. La ley no escrita aplicada en su máxima expresión, y es que "si suenas al mío, te mando sonar al tuyo y luego nos sonamos todos".

¿Absurdo? No se sabe, es un asunto que tiene más de 100 años de historia.

Hubo épocas en las cuales se aplicaban más leyes y había más respeto entre los peloteros de un equipo y otro. El campo era un asunto sagrado y jamás se veían escenas como las de Barry Bonds cargando en hombros a Torii Hunter en el Juego de Estrellas del año pasado, o Mark McGwire detenido en cada base, para saludar a los adversarios, luego de un jonrón histórico.

Los jugadores podían saludarse fuera del campo y si acaso, pero dentro de la tierra y grama se vivían batallas. Personajes como Ty Cobb (jugó entre 1905 y 1928) deslizaban en segunda con la mente en reventar bastante más que un simple doble play. Había un morbo sádico, hambriento de sonido a hueso fracturado o rojo sangre encima del uniforme ajeno rasgado.

Era otra época sí, y bastante más peligrosa que la de hoy.

La sagrada no-escritura del béisbol, el beis-códex, nuestras queridas leyes, las LNDB mismas, nunca han sido muy condescendientes con las celebraciones. Por alguna razón en este deporte, el rival puede suponer que una celebración muy fogosa establece una sinonimia con la intención de ofender.

Es decir, se figura bajo ciertos parámetros que el lanzador a quien le conecten un jonrón, el cual sea celebrado con brazo en alto y par, trío, muchos brincos de alegría, está autorizado a hacer diana en el cuerpo del siguiente bateador, o esperar a que la alineación dé la vuelta para vengarse del "irrespetuoso" aquél, atrevido a mostrarle su frenesí al mundo.

No siempre ocurren hechos como los descritos acá. Estas son simplemente explicaciones de los porqué -si es que los hay- de cuándo sí suceden.

A la inversa, tampoco es bien visto por la ofensiva un pitcher con ademanes exagerados en el centro del diamante. Esto tampoco es aprobado por los fieles creyentes de las LNDB, quienes ven netamente ofensivo lo que hacen profesionales como Ugueth Urbina o Turk Wendell. Simplemente, la ley dice que no es posible celebrar un ponche o los tres outs de un inning. ¡Eso ofende!

Hay unas leyes un poco más lógicas como la de no salir a robar una base o tocar la bola, si se ostenta una ventaja cercana o superior a las 10 carreras.

Para alguien que caiga en este craso error, se recomienda usar casco con revestimiento de titanio en su próxima oportunidad al bate. En todo caso, al equipo íntegro de semejante pecador, se le sugiere abrir bien los ojos.

La lógica sí nos dice que en este caso sería un insulto buscar recursos cuando la ventaja es tan amplia.

Entre otras divertidas líneas de las LNDB, está el darse palmaditas y/o palmadotas en las nalgas entre compañeros y/o rivales; escupir sin razón aparente o para drenar líquido tabaquero y en el jamás de los jamases, mencionar que el lanzador del mismo equipo está lanzando un juego sin hits.

Seguimos sin saber quién las inventó, pero existen y mientras se esté en un campo de béisbol hay que respetarlas, o atenerse a los castigos que ellas declaran para los infieles.

Respeto y casco bien ajustado…

SERGIO LUIS MACHADO es periodista y editor de béisbol de ESPNdeportes.com. Puede escribir a Sergio Machado.

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martes, 06 de mayo