MÉXICO -- En enero de 2013 tuve la fortuna de estar sentado en las gradas de Rod Laver Arena para observar un partido de tenis que, más adelante, los propios jugadores del circuito votarían como uno de los mejores del año. Cinco horas y tres minutos de un espectacular juego de fondo, servicios asesinos, intercambio de voleas y sobre todo garra. Así fue el Djokovic-Wawrinka del Australian Open 2013. Creo que ninguno de los asistentes en Melbourne Park esperábamos tal espectáculo de un cruce entre el entonces número 1 del mundo y bicampeón vigente en Australia, y un número 17 que ni siquiera era el mejor tenista de su país. Al final de la épica batalla la lógica se cumplió. Nole se impuso en cinco sets (12-10 el decisivo) y más tarde venció a Andy Murray para ganar su cuarto Abierto de Australia, el tercero consecutivo.

Un año después, Stanislas Wawrinka tuvo su revancha en cuartos de final del mismo torneo y aun así, pocos se animaron a creerle.

Wawrinka ha sido casi siempre mejor tenista de lo que ha dicho su lugar en el ranking ATP. Para muchos expertos, poseedor del mejor revés del circuito, "Stan" tiene además un servicio potente y un juego de fondo completo. El domingo pasado en Melbourne dio el paso que le había faltado toda su carrera, aunque no lo diera del todo por su propia cuenta.

El suizo venció a Rafa Nadal y alzó en Australia el primer Grand Slam de su carrera en la final más extraña que se haya visto en mucho tiempo. El primer set fue un recordatorio de por qué algunos le apodan "Stanimal". Wawrinka sacó de la cancha a Nadal con sus servicios, contestó potencia con potencia y logró que Nadal estuviera más pendiente de defenderse que de atacar. Todo iba bien hasta que el español sintió una puntada en la espalda y salió de la cancha para ser atendido en la segunda manga. Para el observador casual esto parecía el fin. Wawrinka jugaba el mejor tenis de su vida y Nadal, conocido por explotar su físico al máximo para dominar al oponente, estaba quebrado. Era una alfombra roja a la esquiva gloria para Stan. Pero no. Fue entonces cuando Wawrinka recordó por qué era "el otro suizo", por qué apenas llegó al Top 10 en 2013 y por qué había perdido sus otros 12 duelos contra Nadal sin arrebatarle siquiera un set.

Después de meterse el segundo set en el bolsillo casi por inercia, Wawrinka se desenchufó del partido como un basquetbolista que ha hecho 35 puntos en la noche y de repente no puede embocar un tiro desde la línea de libres, sin rivales delante y con el estadio en silencio. Como un equipo de fútbol que ve la expulsión de dos rivales y empieza a jugar peor contra nueve. El deporte no siempre sigue la lógica. Con Nadal entero, Stan no paraba de meter tiros ganadores y contestar derechas poderosas. Con Nadal caminando la cancha, el suizo encontraba en la red y fuera del rectángulo el destino de la mayoría de sus tiros. Nada había cambiado en su muñeca, ni en sus piernas, pero sí en su cabeza. Imposible saber con certeza qué explotó en el cerebro del suizo al ver a Nadal inclinado y al borde del llanto, pero puede que haya escuchado una pequeña voz que le decía "Nada pude ser más fácil ahora".

Curioso, pasar de improbable a favorito cambió el tenis de Wawrinka y casi reescribe la historia.

Tardó en volver Stan, tanto que Nadal vivió el proceso inverso. De pensar en el retiro a creer en la gesta heroica. Pero Wawrinka regresó eventualmente y ganó a un Rafa que aún no recuperaba del todo su condición física. Nunca sabremos si el resultado hubiera sido el mismo sin la lesión de Nadal pero el bache mental de Wawrinka sembró la duda en la cabeza de todos. ¿También en la de Wawrinka? La respuesta a esa cuestión podría definir el resto de la carrera del talentoso Stan.

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