<
>

El silencio de los buenos

La historia recoge en el pasado más remoto, grandes anfiteatros donde se prodían luchas desiguales entre hombres y animales para diversión de plateas multitudinarias. Esos hombres eran los "bestiarii" y se dividían entre aquellos que luchaban de manera voluntaria por obtener la gloria (gladiadores) y otros (hombres comunes) que eran considerados enemigos de Roma y eran enviados a morir de forma atroz en un espectáculo deleznable. Estos últimos eran prisioneros de guerra, delincuentes o esclavos que hubieran ofendido a sus amos. Ellos, sin armas y ninguna defensa, eran expuestos a las fieras.

Esas prácticas corresponden al inicio de nuestra era y apenas sobreviven en los libros de historia. No obstante, si bien el concepto bajo el cual se rige el entretenimiento de las masas ha mudado gracias a le existencia de las reglas y el cambio de conducta de la sociedad en su conjunto, cada tanto surgen excepciones que consiguen unir "el hocico con la cola".

El boxeo, por estos días, reescribe el respeto por la integridad física de sus actores desde una perspectiva donde es imposible disociarla de aquella que regía la conducta de los grandes anfiteatros en Atenas o Roma al inicio de nuestra era. Cambian las víctimas, cambia la razón para emprender una lucha que saben es imposible de ganar, cambia la recompensa, pero persisten los mismos riesgos y persiste la razón esencial para que esto ocurra: entretener a unos con la lucha desigual entre otros.

La pelea que enfrentó a Saúl "Canelo" Álvarez y Amir Khan, fue un dramático llamado de atención hacia un límite ético que el boxeo comercial no puede traspasar: el de poner en riesgo la vida de un púgil debido a la desigualdad de poder entre uno y otro rival. Lo que se alertó antes y durante, ocurrió después. Canelo necesitó un solo golpe para noquear de manera asustadora a un rival que lo superaba en calidad técnica pero jamás en peso, poder y contundencia. No olvidemos que Khan subió tres categorías para esa batalla.

Muchos periodistas, entre los que me cuento, apuntamos luego del combate como primera conclusión que "a Khan le salió barata la aventura". Hasta hoy no hemos sentido que haya consecuencias graves a su salud. Sin embargo, la crítica no propició un "mea culpa" de los promotores del duelo. Por el contrario, se propone a ese KO como el "KO del año" y se celebra la "proeza" del mexicano que venció a un ex campeón acostumbrado a enfrentar a otros campeones. Nos venden la estadística como único argumento valedero.

Si asociamos este episodio al concepto histórico, en la Roma del emperador Augusto ello sería como el aplauso con que la platea premiaba al feroz y hambriento animal que destrozaba al indefenso "bestiarii".

Lo sucedido con el británico Amir Khan pudo ser un llamado de atención, sin embargo el tiempo nos ha demostrado que fue todo lo contrario. La decisión de enfrentar a un rival con buen palmarés, pero más débil, puede transformarse en una costumbre comercial donde la buena recompensa propicia la existencia de una víctima propiciatoria. Lo mismo que ocurrió con Canelo Álvarez y Amir Khan, peligra repetirse con Kell Brook y Gennady Golovkin el próximo 10 de septiembre.

GGG, invicto, potente, contundente, asimilador y noqueador al que Canelo evitó enfrentar por temor a ese poder, va contra un rival de dos divisiones abajo, que no se ha probado ante rivales similares a GGG y que tampoco tiene el suficiente poder en las manos para conmover siquiera a su oponente. El resultado de esa pelea es fácil predecir, pero las secuelas de esa pelea son una apuesta a lo peor.

El boxeo actual nos ha acostumbrado a que su futuro se va construyendo basado en las innovaciones exitosas. Hay desesperación por repetir cualquier cosa que haya escapado a los números rojos en la recaudación. Transitamos por tierra de nadie y la proliferación de promotoras mordiendo por cada pequeño espacio de exposición no han beneficiado el crecimiento decente de este deporte. Por el contrario han reducido las ventanas de éxito comercial. Hay muchos aspirantes para poco espacio. A la luz de esa realidad, aparecen estas aventuras destinadas a manipular el primer apetito del fanático: la pelea sangrienta, el KO espectacular, la lucha entre campeones.

Ante el presente que nos proponen, la salud de los atletas es nuestra primera preocupación. La segunda, es la aparición de imitadores insistiendo con esta forma de encerrar a víctimas inferiores y victimarios superiores dentro en un cuadrilátero. No importa que hayan pasado casi dos mil años, el anfiteatro romano parece vivir en otras formas de espectáculo. Un espectáculo que se basa en reglamentos, en comisiones atléticas, en organismos de control, en trabajo de jueces y hasta en leyes ajenas al boxeo a las cuales, eventualmente, se podría recurrir. Sin embargo, la indignación no alcanza para tomar acción y evitar las peleas desiguales.

Muchos, demasiados, tal vez, miran hacia otro lado. Por esa razón, más que por el resurgimiento del anfiteatro romano, es la frase del título. La misma que alguna vez pronunció Martin Luther King refiriéndose a las desigualdades: "Lo que me preocupa no es el grito de los malos sino el silencio de los buenos"