<
>

Momentos de la Final: Jordan supera al Jazz y la gripe

La serie de momentos inolvidables de las Finales de la NBA nos ha ofrecido, hasta ahora, al último tiro majestuoso de Michael Jordan con los Chicago Bulls, al regreso milagroso de Paul Pierce contra los Lakers, al triple sublime de Robert Horry contra los Detroit Pistons y los 6 minutos de gloria de Dwyane Wade en Miami. Sin embargo, cuando uno recuerda un momento en particular, como si este estuviese congelado en el tiempo, como si fuese una fotografía eterna, "El Juego de la Gripe" brilla por si solo exactamente 18 años después.

El momento en cuestión sucedió en los segundos finales del Juego 5 de las Finales de 1997 entre el Utah Jazz y los Bulls cuando Jordan se colapsó en los brazos de Scottie Pippen acusando los efectos del agotamiento del partido más épico de su carrera: 38 puntos, siete rebotes y cinco asistencias durante los 44 minutos más extenuantes de su vida al disputar aquel encuentro mientras volaba de fiebre.

Digame usted, señor o señora que está leyendo esta nota cómodamente acostado en su cama o en el trabajo posponiendo aquel proyecto que le pidió el jefe (ya sabe, ese que es urgente). ¿Qué haría usted si en el medio de la noche se levanta de la cama "sintiendo que te ibas a morir" y "parcialmente paralizado"? Como mínimo vas al hospital y te ausentas del trabajo al día siguiente, ¿verdad?

Bueno, Jordan no solo se sentía así la noche anterior a aquel quinto juego en una cama que no era la suya en Utah, sino que arribó a la cancha en un estado tan delicado que Scottie Pippen alguna vez dijo que él no pensaba que su compañero siquiera iba a poder ponerse la camiseta, mucho menos jugar.

Sin embargo, allí él estaba en el Delta Center como un avión con un ala averiada que no tenía más opción que intentar volar lo más alto posible para llevar a su equipo a nuevas alturas, al umbral de la gloria. De lo contrario, una derrota hubiese significado regresar a Chicago 3-2 abajo en la serie, arriesgarse a ceder el cetro de campeón obtenido el año anterior y perder su invicto personal en Finales, el cual era de 4-0 en aquel entonces.

Jordan no podía dejar que eso suceda. Era inaceptable para su personalidad híper competitiva y su legado como el mejor jugador de la historia de la NBA.

Así que ahí estaba él como titular desde el salto inicial bajo la atenta supervisión de Phil Jackson y el cuerpo médico de Chicago desde el primer minuto.

Sus movimientos eran estoicos pero casi en cámara lenta, como si todo el mundo se detuviera a su alrededor. El número 23 de los Bulls arrancó como si nada, encestando las primeras dos canastas de su equipo con un par de tiros con salto desde media distancia, uno más difícil que el otro.

Es más, los Bulls arrancaron encestando seis de sus 16 intentos iniciales. Jordan convirtió tres de sus seis, mientras que sus compañeros saludables apenas habían metido tres de 13.

Sin embargo, uno podía notar ciertos detalles que evidenciaban que Jordan no era el mismo de siempre. En un contraataque uno contra uno, él ejecutó una bandeja en vez de la volcada eléctrica a la que nos tenía acostumbrado.

Además, el Jazz se puso 16 puntos arriba en el segundo cuarto y el desgaste normal de un partido de postemporada se multiplicaba por la necesidad de ser el líder de la remontada.

Era necesario ejecutar un esfuerzo sobrehumano, pero nosotros ya sabemos que Jordan parecía venido de otro planeta. 17 puntos de MJ en el segundo cuarto permitieron que esa diferencia se achique a cuatro para cuando sonó la chicharra y se iban al descanso

El tercer cuarto le pasó factura y su condición física se iba deteriorando...Solamente dos puntos en aquel periodo para empatar el juego 63-63, pero la toalla sobre su cabeza en la banca y la evidente deshidratación contaban la historia de un hombre que había llegado a su límite.

A pesar de todo, lo que Michael Jordan no conoce son los límites. El astro de la Ciudad de los Vientos recuperó la energía y la vitalidad para convertir lo que era una desventaja de 69-77 en territorio hostil 77-77 con un doble y un triple solitario.

Luego llegó el momento legendario. El juego estaba empatado 85-85 con 40 segundos por jugar y Jordan, inesperadamente, se erra el segundo de dos tiros libres pero la pelota regresa a él atravesando un montón de manos desesperadas casi como por la ley de atracción. Diez segundos después, Pippen le devolvió el balón y Jordan se despachó con su segundo triplazo del partido. 88-85, y los Bulls no volverían a ir perdiendo rumbo a una victoria por 90-88.

Jordan se colapsó en los brazos de su amigo cuando quedaban seis segundos. La misión estaba cumplida y un par de días después los Bulls se consagrarían como campeones de la NBA por quinta vez en la Era Jordan.

Todo gracias a una noche mágica que vive para siempre en los anales del deporte mundial. Una leyenda que eventualmente se convertirá en mito y será contada una y otra vez por las calles de Chicago, cuna del básquetbol.