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Brasil 1950: Todo cabe en el Maracaná

Orlando Paoli vivió 92 años y dijo en vida que jamás olvidó algo: el silencio de un estadio con 190,000 personas. Recuerdo a este hombre como un testigo del Maracanazo, la caída de Brasil a manos de Uruguay en una derrota que se volvió Shakespeareana. Aunque ése pasaje quedó borrado de un plumazo por una tristeza aún mayor como el 7-1 ante Alemania en el 2014, los brasileños siguen sin comprender por qué sus carnavales se vuelven funerales.

El Maracanazo fue diferente, como apagar una radio que estaba a todo volumen. Cuando me citó en Tijuca, lo vi venir hacía mi ligero y sigiloso. Paoli daba clases de gimnasia para la tercera edad en un club deportivo, a unos 10 kilómetros de Copacabana.

-¿Recuerda el silencio?

"Un silencio mortal. La salida del estadio fue lo peor, aquello parecía una procesión de corderos rumbo al sacrificio, todos con la cabeza abajo. Cuando Alcides Ghiggia hizo el segundo gol, nadie hablaba. Todos pasamos de la euforia al dolor. El llanto empezó cuando se oyó el silbatazo, ¿sabe lo que es que 190,000 personas no hablen? El silencio en el fútbol, es tragedia".

Sin embargo, no siempre fueron tristes los partidos en Maracaná.

"Hubo más risas que llanto. Recuerdo el partido contra Yugoslavia que definía el grupo con Brasil. Uno de sus mejores delanteros, Rajko Mitic se descalabró, pues el túnel por donde salían tenía una tapa de aluminio movible pero él era tan grande que se golpeó y empezó a sangrar. Lo estaban atendiendo los médicos afuera del campo y nosotros, como entrábamos comiendo naranjas, le aventábamos el jugo desde las gradas, era muy divertido. Yugoslavia jugó un buen rato con 10 hombres porque no había cambios todavía. Las mujeres empezaban a ir a los estadios y eran las que más aventaban cosas. Ahora, si quiere algún recuerdo deportivo, nada como el portero de España".

-¿Se refiere a Antonio Ramallets?

"Un espectáculo. Volaba como un ángel. Llegaba por arriba y por abajo. En el juego contra Chile le aplaudimos sin parar, hasta los propios rivales se acercaban a felicitarlo. Recuerdo que era tan arrojado que lo conmocionaron en un choque y siguió en el partido. La gente lo bautizó como el ‘Gato de Maracaná’ y al día siguiente por Copacabana no paraban de asediarlo mientras caminaba con sus compañeros. Era muy amable".

-¿Cómo estaban las calles el día de la final con Uruguay?

"Era otro Río de Janeiro. El pueblo esperaba la victoria y preparó la fiesta en medio de una euforia total. Fui con mi padre y al entrar me empujaron contra las paredes de tanta gente que había. Tenía 28 años, conseguí lugar en la última fila de la parte alta. Desgraciadamente pasó lo que pasó".

-¿Su padre lloró?

"Estaba a un lado mío y fue tan grande el impacto que se agarró la cara con las manos. Eran alrededor de las 5 de la tarde, ya no había sol. Yo empecé a llorar también, era una tristeza enorme".

-¿Quién tuvo la culpa del Maracanazo?

"Se culpó al portero Moacyr Barbosa pero creo que el que falló fue el lateral Bigode que no marcó a Ghiggia. Con los años, cuando llegué a trabajar en Maracaná, me encontré a Barbosa que laboraba en las albercas del estadio con sus dedos torcidos por los balonazos. Era un hombre triste. Sólo una vez hablamos de la final de 1950, nunca más le toqué el tema porque lloraba. El día del Maracanazo empezó a morir aunque en realidad su muerte verdadera haya ocurrido 50 años después".

Esta historia es parte de una colección de 20 escritos, uno por cada Mundial, desde Uruguay 1930 hasta Brasil 2014: