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Suiza 1954: El corazón de Uruguay se detiene

Al empatar el juego contra Hungría, Juan Hohberg murió por 15 segundos en el terreno de juego. Volvió a la vida sólo para ver que el futbol uruguayo no sería el mismo.

Lo que pasó en el pequeño estadio de La Pontaise, sigue creando un debate interno en el futbol uruguayo. Ahí no sólo se detuvo su estela ganadora sino también el corazón de uno de sus mayores estandartes, el del delantero Juan Hohberg.

Eran las semifinales del Mundial de Suiza 1954 y Hungría, un equipo fascinante que había galopado por encima de sus rivales, -prueba de ello fue el 8-3 a Alemania- se situaba como favorito con jugadores como Sandor Kocsis, Lazlo Budai o Zoltan Czibor. En la banda, recuperándose por lesión, estaba el grandilocuente Ferenc Puskas, velando armas para la final.

Pero Uruguay era el campeón del mundo, el equipo del Maracanazo, el ganador de las medallas olímpicas de París 1924 y Ámsterdam 1928, al que se le tenía que guardar un respeto porque cada que entraba a un campo de futbol el equipo rival debía verlo con recelo, sabiendo que en el fondo era la selección que tenía la última palabra.

Entonces bien, estábamos ante un enfrentamiento que pasó a la historia como el primer ‘juego del siglo’, ensimismado después por el Italia-Alemania en México 1970.

Hungría controlaba la velocidad del juego con la pelota. Por eso hizo un par de goles y se fueron al descanso serenos. Uruguay sentía que la misión se complicaba, porque sus mediocampistas carecían del talento húngaro y apelaban como era natural, a su garra. Así fue como en un segundo tiempo de alarido, Juan Hohberg recibió un pase certero de Carlos Borges (aquel delantero mítico del Peñarol que también sería reconocido como el primer anotador en la historia de la Copa Libertadores) y apuntó a la esquina de abajo del arquero Gyula Grosics.

Quedaban aún 15 minutos por jugarse y de la línea los uruguayos sacaron un balón cantado de gol mientras los húngaros replicaron defensivamente los ataques charrúas, sin embargo para su mala fortuna, Juan Hohberg volvió a plantarse de frente, encontró el balón mano a mano con el arquero Grosics, aunque se le quedó rezagado pudo doblar el cuerpo hacía atrás para enviarla al fondo y marcar un empate estruendoso.

El estadio fue un carrusel de locuras. La gente estaba impávida y en un chasquido, en ese sonido que causa el cuero rozando las redes, de pronto enloqueció. Los húngaros se mecían los cabellos de desesperación ya que faltaban sólo cuatro minutos para el final y los uruguayos saltaban sobre el querido Hohberg que se fue desvaneciendo, perdiendo fuerza en el abrazo con sus compañeros, cayendo en un espasmo, débil de los brazos y ligero de cuerpo hasta que su corazón se detuvo por 15 segundos.

Juan Hohberg murió en el estadio de La Pontaise al darle el empate a su selección. En un arrebato de angustia, el médico pidió la coramina, un estimulante cardiaco para regresarlo al futbol. Hohbger abrió los ojos, de lejos, los aficionados miraron su pecho subir y bajar con la respiración pero lo primero que hizo al volver a la vida fue preguntar: “¿cómo va el partido, lo ganamos?”.

Ya desde la banca, descansando, Juan Hohberg vio como Uruguay, desfavorecido en el fondo físico y con un hombre menos, estrellaba dos tiros en los postes antes de caer nuevamente en el marcador por los goles de Sandor Kocsis, ese jugador de piel blanca y pelo rubio, que de tan fino parecía un caballero recién bajado de un barco y que jugaba para el Budapest Honved pero que el tiempo lo llevaría al puerto del FC Barcelona para triunfar. Hohberg, moribundo, lo miró a los ojos mientras celebraba, fue entonces que yendo en contra de los consejos médicos, se liberó para entrar de nuevo al campo. Ya no pudo ayudar más. Uruguay perdió 4-2 y con ello su estela ganadora de 30 años sin conocer la derrota. Fueron dos juegos olímpicos y dos mundiales, más de 20 partidos sin probar la hiel hasta ese día contra Hungría.

En el estadio de La Pontaise no sólo se detuvo el corazón de Juan Hohberg, sino el de Uruguay en el futbol. A partir de ahí ya no alcanzarían las gestas heroicas de la garra charrúa, desde ese momento, todo sería más difícil.

Esta historia es parte de una colección de 20 escritos, uno por cada Mundial, desde Uruguay 1930 hasta Brasil 2014: